acababan de terminar sus estudios en Tubinga. También aquí el latín ocupaba el lugar dominante y constituía el idioma habitual del alumnado. Pero a esta materia se sumaba ahora la enseñanza en griego. Los adolescentes debían configurar su ideario a partir de la lectura de los clásicos de la Antigüedad, fundamentalmente Cicerón, Virgilio, Jenofonte y Demóstenes. Además, de acuerdo con el sistema de enseñanza del trivio y el cuadrivio, se les impartía primero retórica, dialéctica y música y, después, ya en el seminario superior, se aprendían nociones de astronomía esférica y aritmética. La lectura de la Biblia, practicada con fervor, debía colmar la cabeza y el corazón con el bien de la fe cristiana. Tanto la manutención como la enseñanza eran gratuitas.
El 16 de octubre de 1584, el candidato Kepler, de trece años de edad, puso el pie en el peldaño más bajo de la escalera que debía ascender: después de superar el examen territorial ingresó en la escuela monástica Adelberg erigida sobre una abadía premostratense próxima al monte Hohenstaufen. Continuó el ascenso y dos años después, el 26 de noviembre de 1586, entró en el seminario superior [15] instalado en el antiguo monasterio cisterciense Maulbronn, conocido por su valor artístico y su significado histórico.
El muchacho que se mudó a la comunidad de aquella escuela monástica era un tanto singular, no tanto por su rendimiento, ya que se ganaba todo el aplauso de sus profesores y ejecutaba lo que le pedían con un esmero impecable. Lo que lo diferenciaba del resto de sus compañeros era un carácter vuelto hacia sí mismo que lo arrastraba a una introspección casi tortuosa, el tipo y el contenido de su actividad intelectual, que se deleitaba realizando extraños ejercicios, el temor religioso con que satisfacía las demandas de su conciencia, su participación precoz en los conflictos confesionales de la época que lo inquietaban o la gran sensibilidad con que reaccionaba ante los problemas de la vida en comunidad. A una naturaleza semejante le tuvo que costar imponerse y mantenerse firme frente a la robusta condición de quienes con frecuencia desean llevar la voz cantante (sin estar designados para ello) en comunidades de este tipo, y frente a quienes se complacen en someter y atormentar a otros, máxime cuando educadores jóvenes e inexpertos no saben aplacar las groserías de la multitud adolescente.
Con posterioridad, Kepler tomó notas sobre las consecuencias de su introspección y sobre detalles sueltos de su mocedad y juventud [16] brindándonos con ello una ojeada a su intimidad y a su situación dentro del internado. Mencionando nombres y datos sobre las causas, comenta peleas y desavenencias, amistades y lazos de unión con sus compañeros. No pocas veces se le opusieron algunos o la mayoría, y la rivalidad en la pugna por los primeros puestos tuvo mucho que ver con ello. En otras ocasiones se vio obligado a defenderse del descrédito de su padre o a desprenderse de una amistad molesta. La falta de autocontrol en el discurso, la arrogancia y la crítica mordaz provocaron la enemistad del resto. Despertaba indignación y enojo entre sus colegas cuando ejercía como delator bajo la presión moral impuesta desde arriba. Sin embargo, procuraba deshacer el entuerto y aliviar su conciencia intercediendo por el malhechor. Daba mucha importancia a conseguir el reconocimiento de sus profesores y no soportaba que no estuvieran satisfechos con él. No le dolía menos notar que entre sus compañeros circulaban comentarios envidiosos sobre su persona. Le resultaba sencillo practicar la virtud de ser agradecido y exteriorizarla. Siempre dirigía su esfuerzo hacia la moderación, «porque sopesaba con atención los motivos de las cosas» [17]. Aprovechaba bien el tiempo. Siempre estaba ocupado, pero no persistía en una cosa porque a menudo lo asaltaban ideas y objetivos nuevos. Apuntaba sus ocurrencias en un pedazo de papel que luego guardaba a buen recaudo. Nunca se deshacía de los libros que lograba adquirir pensando que en cualquier momento podrían serle útiles. Se consideraba creado para ocupar el tiempo con cuestiones difíciles ante las que los demás se arredraban. A una edad temprana [18] se entretuvo con los distintos metros poéticos. Pronto acometió intentos poéticos propios. Quiso escribir comedias. Más tarde se entretuvo escribiendo poemas líricos a imitación de los modelos de la poética antigua. Sentía una predilección especial por los acertijos. Le gustaba jugar con anagramas y con alegorías audaces. Se complacía en emitir afirmaciones paradójicas en sus escritos, como por ejemplo que el cultivo de la ciencia evidenciaba la decadencia de Alemania, o que se debe aprender antes el francés que el griego (también consideraba paradójico este aserto). Al copiar en limpio sus composiciones siempre se distanciaba del borrador. Ejercitaba su capacidad retentiva memorizando los salmos más extensos, y también intentó aprenderse todos los ejemplos de la gramática de Crusius.
En Kepler el sentimiento religioso fue muy marcado desde los primeros años de la adolescencia. Así, según cuenta, en cierta ocasión se quedó dormido sin rezar la oración de la noche y la recuperó a la mañana siguiente [19]. Le dolía que le fuera negado el don de la profecía por causa de su conducta mundana. Si cometía un error, él mismo se imponía expiar la falta con una penitencia que consistía en recitar determinadas prédicas. En cuanto supo leer las historias bíblicas, a la edad de diez años, tomó como modelo a Jacob y Rebeca por si algún día se casaba, y decidió acatar los preceptos de las leyes mosaicas [20]. En lugar de despabilar su llama trémula, los predicadores de la Palabra y su ruda polémica confesional echaron leña en su espíritu maleable, tan sensible a las enseñanzas religiosas, y lo inundaron de una humareda sofocante. Con tan solo doce años, según relata, lo invadió una inquietud enorme y atroz ante la desunión existente entre las Iglesias porque escuchó a un joven diácono de Leonberg arremeter contra los calvinistas en un largo sermón. Después de aquello solía ocurrir que no lo convencía ningún predicador que polemizara con sus adversarios sobre el sentido de las Escrituras. Él mismo releía en los textos los pasajes discutidos y tenía la impresión de que la interpretación del adversario que él había conocido a través de la exposición del predicador, tenía sus puntos de valor. En Adelberg, los preceptores jóvenes que ejercían además el ministerio del púlpito estaban muy entretenidos con la refutación de la enseñanza reformada de la eucaristía. Sus exhortaciones para reparar en las tergiversaciones calvinistas y rehuirlas, conseguían no pocas veces que después, a solas, Kepler extrajera ideas propias sobre el motivo preciso de la disputa y sobre cómo sería la participación del cuerpo de Cristo. Luego llegaba a la conclusión de que el modo correcto era precisamente aquel que poco antes había oído condenar desde el púlpito. Además de las doctrinas de la eucaristía y de la ubicuidad, el muchacho se devanaba los sesos meditando sobre la idea de la predestinación, la cual le ocasionaba serias dudas. Ya durante el primer año de estancia en Adelberg encargó que le trajeran desde Tubinga un tratado sobre el tema por lo que, en una de las disputas en el colegio, un compañero le preguntó en la jerga escolar: «Bacante, ¿también tienes dubitaciones sobre la praedestinatio?» [21]. No podía aceptar que Dios sencillamente condenara a los gentiles que no creen en Cristo. Incluso desde entonces, su naturaleza pacífica siempre fue más integradora que separadora en las cuestiones religiosas. Igual que llamaba a la concordia entre luteranos y calvinistas, también hacía justicia con los adeptos al papa [22], y en sus conversaciones recomendaba mantener esta actitud. En todo ello vemos que ya en estos años tempranos estableció las bases de una postura que le reportaría consecuencias muy negativas a lo largo de su vida.
EL SEMINARIO EN TUBINGA
En setiembre de 1588 Kepler se presentó al examen de bachiller en Tubinga [23]. Después de aquel primer paso hacia la tierra prometida tuvo que regresar a Maulbronn para completar allí sus estudios como «veterano» durante un año más. Al fin, el 17 de setiembre de 1589 se abrieron para él las puertas de la universidad en la ciudad del Neckar [24]. Sus ansias de saber habían alcanzado la meta tan anhelada durante los largos años de formación. ¡Con qué fuerza tuvo que latir su corazón cuando divisó el castillo Hohentübingen sobresaliendo entre los bosques soberbios de Schönbuch, cuando abarcó con la mirada el paisaje encantador del valle del Neckar y cuando entró en las callejas de la ciudad que ascendían desde el río hasta el castillo!
Nadie estaba mejor atendido allí que un teólogo. Al llegar sabía hacia dónde dirigir sus pasos. Una habitación de estudio, una mesa preparada, una cama, todo estaba listo para él. Solo debía traer consigo ganas y amor hacia su profesión, una buena cartera para los libros y la certeza de que de allí manaba la fuente de la sabiduría. El seminario, llamado Stift e instalado desde 1547 en el antiguo monasterio agustino, acogía a los candidatos que concurrían sedientos de saber desde todos los lugares