Max Caspar

Johannes Kepler


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la Universidad de Tubinga confiaba en ganarse laureles gracias a su persona. Kepler abandonó Tubinga en completa paz. La relación de confianza entre él y sus profesores se mantuvo intacta durante los años siguientes, y el conflicto no surgió hasta que varios años más tarde llamó la atención con sus ideas teológicas. Sin duda es cierto que, con su franqueza y honradez, Kepler no habría tardado en verse envuelto en grandes dificultades si hubiera llegado a concluir su carrera teológica y hubiera ingresado en el oficio eclesiástico.

      Después de que el duque concediera su aprobación para la marcha de Kepler [60], recibiéndolo incluso en persona, el nuevo profesor de matemáticas se despidió de su querida escuela superior el 13 de marzo de 1594 y emprendió el largo camino hasta Graz. Como su pecunia en metálico era escasa, recibió prestados cincuenta florines del superintendente del Stift, el profesor Gerlach [61]. ¿Acaso imaginaba que jamás llegaría a ejercer en su patria y que solo volvería a verla cuando fuera de visita?

      7 El ejemplar de las Revolutiones que más tarde perteneció a Kepler y en el que, en 1598, anotó unos versos suyos sobre el nuevo descubrimiento, pertenece hoy a la biblioteca de la Universidad de Leipzig [45].

      8 Max Caspar se refiere a la obra de Copérnico De revolutionibus orbium coelestium como Revolutiones, aunque es más frecuente que aparezca mencionada en la literatura como De Revolutionibus o, simplemente, Revolutionibus. (N. de la T.)

      Matemático territorial y profesor en Graz

      (1594-1600)

      Kepler llegó a Graz el 11 de abril de 1594. Por el camino perdió diez días al pasar a tierras austriacas, o más bien ya en Baviera, donde regía el nuevo calendario, mientras que Württemberg mantenía el antiguo inalterado [1].1 Fue su primera gran salida al mundo. Acercarse a la bella ciudad a orillas del río Mur y contemplar la prominente loma del castillo tal vez le recordara la deliciosa ciudad regada por el Neckar donde había realizado sus estudios, la cual, al igual que esta, se despliega alrededor de una colina coronada por el castillo de un príncipe. En la suavidad del paisaje también pudo encontrar algún parecido con aquel valle del Neckar que acababa de dejar atrás. El carácter más sureño de la fisonomía de la ciudad y de las costumbres de sus habitantes le resultaba amable cuando rememoraba la rudeza de las gentes y las casas de altos gabletes de su tierra natal.

      En cambio, en el nuevo lugar de residencia el clima intelectual era muy distinto a aquel en el que estaba acostumbrado a desenvolverse hasta entonces. En Württemberg, tanto el duque como el pueblo estaban entregados por completo y sin reserva a las enseñanzas de Lutero, de tal modo que aquella región, con su centro espiritual en Tubinga, representaba un baluarte de la fe protestante dentro del imperio, y allí las tensiones confesionales se descargaban mediante exposiciones académicas. En Graz parecía diferente. Los nobles de los innumerables castillos y fortalezas de la región de Estiria y los habitantes de las ciudades también se habían acogido en su mayoría y desde hacía tiempo a la nueva doctrina. Pero al frente de la región había soberanos que no solo abrazaban la fe católica en privado, sino que además consideraban una obligación moral erradicar la nueva creencia y devolver a los habitantes del territorio a la fe de la vieja Iglesia. Estos no habían olvidado los principios jurídicos instaurados por la paz religiosa de Augsburgo en 1555, según los cuales correspondía a los príncipes la elección del credo católico o augsburguense dentro de sus territorios. Esto condujo inevitablemente a que en Graz las tensiones religiosas no solo se manifestaran a través de diatribas escritas y de disputas dialécticas, sino que se percibieran además en la vida privada de cada individuo y amenazaran la seguridad religiosa. Dada la vehemencia con que se libran las pugnas religiosas, porque en verdad tocan lo más sublime, y en vista de los medios, a menudo peligrosos, que se empleaban en las luchas de aquella época, cabe imaginar que se abriera un periodo crucial ante Kepler, dada su ética profundamente religiosa.

      Cuando en 1564 falleció el emperador Fernando I, los territorios austriacos se repartieron entre sus hijos, y el archiduque Carlos asumió el gobierno de las zonas interiores, es decir Estiria, Carintia y Carniola. En la llamada Pacificación de Bruck de 1578, el archiduque prometió libertad religiosa a los estados luteranos y a sus súbditos en sus castillos y en las ciudades de Graz, Judenburg, Laibach y Klagenfurt. Pero en los años posteriores comenzaron las tentativas para anular las concesiones hechas a los protestantes, y desde entonces no pasó un solo año sin que esos intentos provocaran diferencias vejatorias y dolorosas. Tras la muerte de Carlos en 1590, su viuda, la archiduquesa María, de la casa Wittelsbach, puso aún más empeño en devolver sus territorios a la fe católica. Justo durante el primer año que Kepler pasó en Graz se tramitó el traspaso de poder al hijo menor de Carlos, Fernando, que entonces aún se encontraba realizando sus estudios en Ingolstadt donde lo instruían los jesuitas y el duque Maximiliano de Baviera. Como veremos, en los años ulteriores él consumaría los esfuerzos de sus antecesores. Para consolidar sus planes de contrarreforma, el archiduque Carlos había hecho venir a la ciudad a los jesuitas y en 1573 les había construido un edificio enorme como colegio.