su conocida destreza pedagógica. Además, en 1576 erigieron un seminario en parte para nobles y en parte para jóvenes humildes que quisieran dedicarse a los oficios divinos y, finalmente y con la aprobación papal, fundaron en 1586 una universidad consistente en una facultad de teología y otra de filosofía. Es evidente que con esas instituciones adquirieron una posición sólida en la vida intelectual de la ciudad y de la región.
LA STIFTSCHULE Y LAS OBLIGACIONES DE KEPLER
En oposición a esas escuelas jesuíticas se encontraba la «Stiftschule» protestante a la que había sido llamado Kepler [2]. Fue inaugurada el 1 de julio de 1574 y de ahí en adelante se convirtió en el foco principal del bando evangélico de la localidad gracias al esfuerzo de los numerosos pastores y profesores que trabajaban en ella. En un principio la fundaron los nobles para sus hijos, pero más adelante también la utilizaron los hijos de los ciudadanos. Aún hoy se puede ver en la angostura del casco antiguo de la ciudad el espléndido edificio constreñido entre las casas que encierra en su interior un patio cuadrangular circundado por arquerías y galerías y que albergaba no solo la escuela y el internado, sino también viviendas para algunos profesores. Kepler encontró allí su primer alojamiento, en las dependencias que quedaron vacantes tras la muerte de su predecesor.
Las autoridades evangélicas dirigían la escuela con prudencia y esmero. Para confeccionar el plan de estudios se contó con David Chyträus, un tolerante hombre de iglesia y de escuela, muy conocido y estimado. Provenía, igual que Kepler, de Suabia y por aquel entonces ejercía en Rostock como profesor de teología. En Wittenberg había sido alumno aventajado de Melanchthon y había convivido con él en la misma casa y más tarde le consultó muy a menudo para establecer las bases de la Iglesia evangélica y para desempeñar tareas de política eclesiástica. La organización externa de la escuela evangélica era equivalente a la de otras escuelas semejantes de la época. De entre los delegados se elegía una junta de supervisores que estaba a su vez subordinada a un grupo reducido de inspectores, siendo estos últimos teólogos especialmente cualificados y miembros de la comunidad. El funcionamiento de la escuela en sí estaba a cargo del rector, el cual debía ejercer también la docencia y visitar con cierta regularidad las clases de los otros profesores para estar al tanto de su rendimiento. El claustro escolar solía constar de cuatro pastores y de entre doce y catorce profesores. En el momento en que Kepler se incorporó al colegio, la junta de supervisores estaba formada por los señores Balthasar Wagen von Wagensperg, Matthes Ammann von Ammannsegg, Gregor von Galler y Wilhelm von Galler. Eran inspectores el primer pastor Wilhelm Zimmermann, el abogado mercantil Adam Venediger, el escribiente mercantil Hans Adam Gabelkofer y el secretario regional Stephan Speidel. Ejercía como rector Johann Papius al cual, por desgracia para Kepler, requirieron desde Tubinga como profesor de medicina unos meses más tarde.
La escuela en sí estaba dividida en dos secciones. Una era la escuela infantil, consistente en tres «decurias», donde se seguía un plan de estudios que Melanchthon ya había aplicado en otro lugar. La otra era una escuela superior formada por cuatro cursos. El curso más elevado se llamaba publica classis, y los profesores que lo impartían se denominaban catedráticos. Este curso estaba dividido a su vez en tres áreas. En la primera se encontraban los futuros teólogos. En la segunda se estudiaban asignaturas de derecho y de historia. Y en el área de filosofía se enseñaba lógica, metafísica, retórica, lecturas clásicas y matemáticas, que incluían la astronomía.
De modo que este fue el ambiente en el que ingresó el joven maestro de Graz para encargarse de la última asignatura mencionada. Sus modestos ingresos anuales ascendían a 150 florines [3], mientras que su predecesor recibía doscientos. Los delegados consintieron en pagarle sesenta florines por los gastos de viaje. Kepler llegó como novato y lo primero que tuvo que hacer fue demostrar su valía y ganarse una reputación dentro de aquel entorno [4]. Tras su llegada los inspectores comunicaron a los delegados: «Hemos conversado con él lo suficiente y consideramos que podemos confiar por completo en su capacidad para suceder con dignidad al maestro Stadius. No obstante, querríamos probarlo durante uno o dos meses antes de concederle emolumento fijo» [5].
Con su vitalidad joven y fresca no tardó en sentirse a gusto en la nueva situación, aunque en un principio no la encontrara acogedora. Sus pensamientos se detenían a menudo allá en la patria, donde lo incentivaban el contacto con compañeros que compartían sus aspiraciones y los profesores de una universidad prestigiosa y archiconocida. En Graz estableció contactos más estrechos. Como el trabajo incluía además la tarea de ejercer como matemático territorial y calendarista, accedió a círculos más amplios que su reducido entorno, sobre todo al de la nobleza, donde existía gran interés por las profecías astrológicas. Sin duda, allí no pudo encontrar entendimiento hacia sus indagaciones científicas porque, como sostiene un amigo suyo, Koloman Zehentmair, secretario de un tal barón Herberstein, los nobles eran de una ignorancia crasa en todo y exponían su parecer con brutalidad; odiaban las ciencias, y de nadie se ocupaban menos que de los sabios y corifeos de la ciencia [6]. La naturaleza dócil de Kepler, su trato amable y su riqueza de pensamiento le granjearon simpatías y atenciones, de modo que muchos celebraban su compañía. Según cuenta él mismo, su descuido a la hora de hablar, que a veces aireaba las debilidades de los demás, le hizo pasar apuros; como aquella vez que expulsaron del centro donde cursaba sus estudios en Tubinga al descastado hijo del pastor Zimmermann y Kepler le dijo a este en la cara que la culpa era de la madre por haber malcriado al niño [7]. Al principio se sintió casi en el exilio, así que al cabo de un año ya empezó a pensar en regresar a Tubinga.
La asignatura que Kepler impartía en la escuela no despertaba entusiasmo entre los hijos de los nobles y de los ciudadanos. Durante el primer año tuvo unos pocos oyentes, y en el segundo, ni uno. Los inspectores eran lo bastante anchos de miras como para no atribuir el problema al profesor, «porque el mathematicum studium no es una materia para cualquiera». Como alternativa, y con el consentimiento del rector, le asignaron la enseñanza de aritmética, Virgilio y retórica en seis horas de los cursos superiores, tareas «que también desempeña con obediencia, hasta que aparezca mayor oportunidad para aprovechar sus conocimientos de mathematicis publice» [8]. Parece que más tarde volvieron a asignarle la enseñanza de otras materias. En cualquier caso, en la carta de recomendación que le dieron al final de su periodo de docencia en Graz consta que «junto a la enseñanza de las matemáticas que le estaba asignada de ordinario, también impartió historia y ética con una diligencia constante y una destreza magnífica» [9]. Kepler se había llevado muy bien con Papius, el primer rector, tanto que desde entonces mantuvieron un amistoso intercambio epistolar que se prolongó durante muchos años [10]. En cambio, con Johannes Regius, sucesor de aquel, enseguida surgieron diferencias desde que el rector reprochó al profesor de matemáticas que no lo respetara lo suficiente como superior y que desestimara sus disposiciones [11]. Kepler comenta que por esos motivos el rector fue increíblemente reacio a su persona [12]. Con todo, la valoración que los inspectores expusieron a los delegados al final del segundo año sobre la labor docente de Kepler es muy favorable. Ha «destacado de tal modo, primero como orador (perorando), luego como docente (docendo) y finalmente también como disputador (disputando), que no podemos juzgar otra cosa, sino que es, a su corta edad, un maestro y profesor instruido y, en cuanto a modos (in moribus), discreto y correcto aquí en esta Ilustre Escuela Territorial» [13].
Rara vez ocurre que un estudioso rico en ideas, o un genio creativo resulte ser al mismo tiempo un buen profesor. Kepler no fue una excepción. Si congregaba a pocos oyentes se debía en parte a él mismo. Esperaba demasiado de sus alumnos y creía poder atribuirles la misma apertura intelectual y capacidad receptiva, el mismo entusiasmo por su asignatura y la misma devoción por la búsqueda de la verdad que lo movían a él. En una caracterización profunda que Kepler redactó de sí mismo hacia 1597, menciona atributos que también arrojan luz sobre su labor docente. Habla ahí de su poderosa «cupiditas speculandi» [14],2 de su apetito filosófico que se abalanza sobre todo y siempre saca algo nuevo, que se agolpa y le arrebata la calma necesaria para meditar una idea hasta el final. Siempre se le ocurría algo que decir antes de poder valorar hasta qué punto era bueno. De modo que hablaba a toda prisa. Mientras hablaba o escribía se le ocurrían otras palabras, otros temas, otras formas de expresión y argumentaciones, el dilema de si alterar el objeto de su declamación o