Max Caspar

Johannes Kepler


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sus logros y sus fracasos, los altibajos en el desarrollo de la vida intelectual y las diferentes tendencias de cada época, y no pocos hombres que un día adquirieron en él su bagaje científico se erigieron más tarde en destacados paladines en el mundo intelectual. A lo largo de todos los cambios históricos, los fundamentos de ese taller de sabiduría han demostrado su eficacia y han logrado un tipo de formación que, aun portando rasgos característicos de Suabia, debe considerarse representativa de una humanidad universal, abierta y noble. Allí se hacía patente la afición a la especulación y la disputa dialéctica, la propensión a meditar y filosofar, la búsqueda de horizontes nunca alcanzados o el zambullirse en profundidades que jamás podrán ser penetradas; pero también destacaba un sentido riguroso de la realidad, cierta tendencia a la crítica y a la réplica, un espíritu abierto a ideas nuevas y, por último, aunque no en menor medida, el gusto por el humor y la sátira. Solo las mentes mediocres, a las que el afán por aprender llevaba a una sabiondez pedante, ubicaban con toda precisión, cual boticarios, las muchas pequeñas dosis de sus conocimientos en los distintos compartimentos del cerebro. Si alguna vez la reivindicación de estar siempre en lo cierto ha arraigado con fuerza en mentes faltas de la autocrítica pertinente, quizá se ha debido a un orgullo excesivo por la conciencia de pertenecer a una comunidad ilustre o, tal vez, a la bella costumbre de debatir en la que uno se siente obligado a defender su postura con todos los argumentos posibles.

      Igual que en los seminarios elementales, aquí la vida se regía por unas normas estrictas. Aunque las obligaciones de los alumnos eran menos severas de acuerdo con su edad más avanzada, tampoco se puede hablar de libertad académica. El rigor disciplinario hacía que los aspirantes a teólogos desistieran de la conducta licenciosa a la que se abandonaban en aquella época amplios círculos de la comunidad estudiantil. El proceso de instrucción estaba regulado de modo que los recién llegados debían asistir durante dos años a las clases de la facultad de artes antes de empezar los estudios de teología. En aquellas clases se impartía ética, dialéctica, retórica, griego, hebreo, astronomía y física. Se hacía un seguimiento continuo del rendimiento de los alumnos y se emitían calificaciones trimestrales. El estudio en la facultad de artes concluía con el examen magistral. A esto se sumaban tres años más para aprender las disciplinas teológicas. Al completar su formación, los becarios estaban obligados a quedarse de por vida al servicio del duque y, para aceptar un puesto fuera de la región, necesitaban el consentimiento explícito del elector que hubiera asumido los costes de sus estudios.

      El duque Ulrich, fundador del Stift, ordenó que los becarios fueran «niños menesterosos, criaturas devotas, de naturaleza aplicada, cristianas, temerosas de Dios». Como el padre de Kepler no satisfacía del todo la exigencia concerniente a la religiosidad, él cumplía con mucha más vehemencia todas las condiciones impuestas. Sus padres no tenían riquezas, pero, como la enseñanza y la manutención eran gratuitas y cada becario percibía al año seis florines para sus gastos, los estudios del hijo no les resultaron caros. Además, el abuelo Guldenmann puso por escrito el rendimiento de una pradera a disposición del hijo de su hija «para una formación mejor y más sólida» [25]. Las condiciones del joven estudiante mejoraron aún más cuando ya el segundo año de estancia en la escuela superior obtuvo una beca por valor de 20 florines anuales para la que el ayuntamiento de su ciudad natal había propuesto candidatos apropiados [26].

      Por desgracia, existen lagunas en lo que el propio Kepler comenta sobre sus estudios universitarios, sus profesores, cuyos nombres conocemos al completo, sobre los incentivos que recibió de ellos, sobre las fuentes que alimentaron su aprendizaje y sobre las materias que abordó. Sería interesante conocer algo más que lo que él menciona para indagar en su personalidad tan destacada y en la grandiosa obra de su vida, y para dilucidar la evolución de la historia del saber. Así, de sus estudios de filosofía solo dice que ha leído algunos libros de Aristóteles, la Analytica posteriora y la Física, mientras que dejó de lado la Ética y los Tópicos [32]. Sin embargo, vemos que todo su pensamiento estuvo imbuido desde un principio por las especulaciones platónicas y neoplatónicas. De ellas y del pensamiento asociado tradicionalmente al nombre de Pitágoras, recibió los mayores estímulos para su producción. Desconocemos las fuentes concretas en las que se inspiró. Sin duda aquellas especulaciones seguían tan ancladas aún en el mundo intelectual de su época que es fácil explicar su familiaridad con ellas. Parece que los incentivos y la instrucción sobre estas cuestiones tan atractivas para él las recibió del profesor de filosofía, Vitus Müller, si bien no dice nada explícito al respecto. Además, está comprobado que conoció y leyó varios escritos de Nicolás de Cusa, cuya mística geométrica confluía tanto con su propio pensamiento que ya en su primera obra, unos años más tarde, parte de consideraciones tomadas de dicho autor [33]. Es evidente que Kepler lo valoraba mucho, porque no tenía ningún reparo en atribuirle el apelativo de divus, divino [34].

      Sin embargo, el interés del joven estudiante no se limitó a las elucubraciones filosóficas. Su intelecto se dejó llevar por las cuestiones más diversas que encontró. Así, por ejemplo, comenta la impresión que le causaron las Exercitationes exotericae de Julio César Escalígero, un volumen que entonces pasaba de mano en mano entre la juventud estudiantil y se leía con entusiasmo. Según cuenta, aquella obra le inspiró todos los razonamientos posibles sobre todas las preguntas imaginables acerca del cielo, las almas, los espíritus, los elementos, la naturaleza del fuego, el origen de los manantiales, la pleamar y bajamar, la forma del globo terráqueo y los mares circundantes, etc. [35] Quien conoce las obras de Kepler encuentra por doquier pensamientos que se remontan a estas ocupaciones juveniles tempranas. En la misma línea se encuentran sus estudios de la Meteorologica de Aristóteles, sobre cuyo cuarto libro mantuvo disputas dialécticas [36]. Una materia muy apartada de lo anterior y a la que luego dedicó mucho tiempo y esfuerzo fue la cronología. Accedió a ella a través del análisis del calendario romano, de las semanas del año según el profeta Daniel y de la historia del imperio asirio. El profesor de griego sentía un afecto especial hacia el ferviente estudiante. Era Martin Crusius, el popular helenista [37], tan buen conocedor del griego que era capaz de trascribir los sermones de la iglesia del Stift a esa lengua. Más tarde todavía intercambió correspondencia con Kepler e intentó