los pastores David J. Calvo, Augusto Fernández Arlt y Ricardo Pietrantonio11; el presbítero Juan Carlos Maccarone, decano de la Facultad de Teología, el presbítero Osvaldo Santagada, Remigio Paramio OSA y Norberto Padilla. Aprobada por las máximas autoridades católicas de la CEA, de la IELU y de la IERP, la Declaración se firmó en un acto de oración el 30 de marzo de 1990, quedando como uno de los pocos documentos de naturaleza doctrinal ecuménica en América Latina. Posteriormente, la Iglesia Evangélica Metodista Argentina (IEMA) adhirió a la Declaración, pero debe lamentarse que otras denominaciones en el país no lo hayan hecho también.
El siguiente tema fue el de la eucaristía, plasmado en otro documento del 15 de marzo de 1993, con importante trabajo de mons. Santagada en la redacción, como había ocurrido en el documento de Bautismo. Fue aprobado por la Comisión de Fe y Cultura de la CEA y las otras dos iglesias participantes con el alcance de instrumento útil para proseguir el diálogo doctrinal12. Durante un tiempo más las reuniones prosiguieron, pero pronto llegaron a su término. Fui el único laico y, para más, no teólogo, y puedo dar fe de la experiencia fascinante y de honda huella espiritual de ese intercambio realmente ejemplar de diálogo ecuménico, cristiano y humano.
Un hecho memorable, al menos para quienes tomamos parte, fue la visita del Presidente de la FLM, obispo Christian Krause, mientras se llevaba a cabo el proceso de aceptación, por las autoridades católicas y luteranas, de la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación firmada en 1999. El obispo Krause fue recibido por la cúpula del Episcopado, el 20 de abril de 1998, a cuyo frente estaba mons. Estanislao Karlic, y los integrantes de la Comisión Episcopal de Ecumenismo y colaboradores. El vicepresidente, mons. Jorge Bergoglio, había asistido a la santa cena, en la sede de la IELU, presidida por el obispo Krause con motivo de la celebración de su sínodo y de sus 50 años como iglesia nacional. Fue, como escribí en la revista Criterio, una hora por reloj de intensa comunión: “La reunión fue de verdadero diálogo y de encuentro fraterno, lejos del simple protocolo” —dije en mi crónica— “el compromiso ecuménico que nuestro Episcopado ha asumido en los últimos tiempos con decisión”13.
Juan Pablo II en la Argentina
La segunda y extensa visita pastoral de San Juan Pablo II tuvo como característica en la Argentina, con relación a Chile y Uruguay, incluidos en el viaje papal, tres reuniones en la Nunciatura Apostólica: con miembros de las comunidades musulmana y judía y la última, el Domingo de Ramos de 1987, con los cristianos no católicos14. En algunas de las declaraciones evangélicas de los días precedentes se echaba de menos la posibilidad de un diálogo más extenso con el Pontífice, temiéndose una reunión meramente protocolar. Llegó el 12 de abril, y antes de la misa de Ramos tuvo lugar el encuentro en el que las dificultades quedaron atrás. El papa aludió a “todos los esfuerzos que se llevan a cabo —también en la Argentina— en el campo del diálogo teológico, de la colaboración en tantas facetas de la vida eclesial, del testimonio común en lo que ya estamos unidos y, sobre todo, nuestra confiada plegaria”15. Luego saludó a uno por uno y antes de partir se detuvo a escuchar un canto litúrgico entonado por el arzobispo ortodoxo del Patriarcado de Antioquía. Un párrafo de la declaración del Consejo Consultivo de Iglesias Evangélicas entregada al papa pidió una relación más fluida de diálogo y consulta mutua entre nuestras iglesias y la CEA, sobre todo cuando se trata de problemas importantes para el país16.
El ecumenismo toma una dimensión nacional
A partir de 1982, el presidente del Secretariado de Ecumenismo y los obispos y pastores que preparaban la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos comenzaron a reunirse periódicamente. Fue así como surgió la idea de conformar una “Comisión Ecuménica”, que de acuerdo con el Directorio de Ecumenismo de 1967-1970 podía componerse de los líderes de las respectivas iglesias o sus delegados.
El 13 de septiembre de 1988, tras varios años de conversaciones, se aprobó el reglamento de funcionamiento de la Comisión Ecuménica de las Iglesias Cristianas en la Argentina (Ceica) con el obispo católico como presidente. El sucesor de mons. Serra, mons. Juan José Iriarte, arzobispo de Resistencia, se negó a ser reelegido; le escuché explicar sus razones: “Si este es un grupo ecuménico, el presidente no puede ser siempre de una misma confesión”17. Fue esta una actitud de gran significado, sin perjuicio de aclarar que encabezar la Ceica nunca fue una exigencia católica. Pero obligó a los demás, de muy buen grado unos, resignados los otros, a elegir a un no católico. El obispo anglicano David Leak18 se convirtió así en presidente de Ceica, sucediéndose otros integrantes hasta la actualidad. Pasado más de un cuarto de siglo, es el único foro católico-ortodoxo-evangélico de encuentro y diálogo, y que como tal participa en las reuniones con dirigentes de confesiones cristianas que visitan el país19.
Mons. Iriarte propulsó que el ecumenismo tomara una dimensión que incluyera a las diócesis a través de delegados, para lo que movilizó la respuesta de sus hermanos obispos. Comenzaron así a realizarse anualmente los Encuentros Nacionales de Delegados de Ecumenismo, con un número variable de diócesis, con el objetivo de fomentar la formación y compartir los informes a la Comisión Episcopal. Con el tiempo, los encuentros de delegados pasaron a reflejar también una alentadora y a veces sorprendente actividad de relación con el judaísmo y con el islam en la capital y en el interior del país20. Cuando nos acercábamos al Tercer Milenio, se dio un fenómeno bifronte, relacionado con la relación que tenía la Iglesia católica con los otros cristianos. Por un lado, las iglesias originalmente interlocutoras tuvieron una presencia más acotada y contactos menos fluidos que en décadas anteriores, salvo en la Ceica, también, por el retiro de algunas figuras de relevante participación hasta entonces y la disminución de su feligresía.
Había prevenciones recíprocas que tenían mucho que ver con el alineamiento de las iglesias históricas, o al menos de sus dirigencias, con posiciones próximas a la teología de la liberación, así como con lo que sucedía en Nicaragua con el intento de una “iglesia popular”. Cuando se sancionaron leyes de educación sexual y reproductiva, el matrimonio “igualitario” y proyectos sobre aborto, las dirigencias de iglesias evangélicas históricas les dieron su apoyo, sin prestar atención o en contraposición expresa con las posiciones católicas sobre familia y sexualidad.
Pero más allá de las dificultades, nunca se afectó sustancialmente la relación. Un ejemplo de esto ocurrió en octubre del 2000 cuando la Arquidiócesis de Buenos Aires y diócesis sufragáneas e iglesias no católicas organizaron un “encuentro cristiano” con motivo del Gran Jubileo. Pero en la víspera, la FAIE, aunque dejando en libertad de acción a sus miembros, se retiró de la organización del acto debido a que la Declaración Dominus Iesus, siguiendo el decreto de Ecumenismo, distingue a las confesiones cristianas entre “iglesias” (las antiguas orientales y las ortodoxas) y “comunidades eclesiales” (las vinculadas a la Reforma)21. La IELU y la IERP asistieron, en tanto que la IEMA no lo hizo. Unas 4 000 personas —un número más bien escaso— se reunieron a rezar y escuchar la palabra de Dios así como las predicaciones del obispo anglicano Leake, del arzobispo armenio Muradián y de mons. Bergoglio, para quien se estaba ante un “pequeño pasito hacia la unidad, en puntas de pie”, con el Verbo hecho carne de compañero de camino “hasta el final”22. Aunque bregando con los que tenían una visión englobante y simplista de las llamadas sectas, había que asumir el crecimiento del fenómeno evangélico,