Francisco Agramunt Lacruz

Arte en las alambradas


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y creadores de ideas y formas, el vacío cultural. Nunca se podrá ponderar el retraso de ideas, renuncia a avances y modernidad que supuso la expatriación de la plana mayor de la intelectualidad; nunca sabremos cuál hubiese sido el horizonte de España si no se hubiese producido el forzado destierro. Unos pocos miles de científicos, artistas, intelectuales, técnicos cualificados en la España de 1939, que no era un país sobrado de talento, es un gran drenaje. La riqueza cultural, creativa y de trabajo de lo que se perdió el país con el exilio de 1939 sólo se puede imaginar, soñar. Arte en las alambradas ayuda a imaginarla.

      Francisco Agramunt organiza el trabajo en ocho capítulos que van siguiendo los pasos de los exiliados. No se trata sólo de rastrear el camino que recorrieron los artistas. Junto a ellos se detecta la travesía que siguieron los miles de vencidos, una historia colectiva que aún espera más estudios. En el primer capítulo “el mayor éxodo artístico de la historia”, se plantea la dimensión del fenómeno. Los capítulos segundo y tercero se dedican a la “llegada masiva de los artistas a Francia” y al análisis de los testimonios que aportaron cuando hacían “las rutas del llanto”, es decir el camino que siguieron para llegar a la frontera. Los capítulos cuarto, quinto y sexto, dan cuenta de los campos de refugiados franceses (Rivesaltes, Argelès-sur-Mer, Septfonds, Barcarès…) y del norte de África (Orán, Djerfa, Bu Saâda, Kenadsa), a donde llegaron muchos exiliados en mercantes y embarcaciones de puertos valencianos, como fue el caso del Stanbroock, que zarpó del puerto de Alicante el 28 de marzo de 1939. El capítulo séptimo aborda “los campos de exterminio nazis” (Mauthausen, Auschwitz, Dachau, Ravenbrück…). El capítulo octavo, el último, lo dedica al estudio de los encerrados en los gulags soviéticos (Karagandá), aspecto novedoso e incipiente aún en las investigaciones historiográficas.

      La mayor parte de los 500.000 exiliados que pasaron la frontera, y con ellos los artistas, fueron recluidos en campos de refugiados como los antes mencionados. Algunos de los recluidos, entre ellos muchos artistas que el libro desgrana, tuvieron la posibilidad de salir de estos campos e integrarse en la vida civil o exiliarse a América. En cualquier caso, del medio millón de exiliados, 250.000 (mujeres, niños y algunos hombres) retornaron a España antes de comenzar la Guerra Mundial (septiembre de 1939). Pero los soldados y militares y las personas que no tenían “avales” no quisieron volver porque conocían la represión. Les esperaba un proceso militar (en el mejor de los casos, un par de años de cárcel), repetir la mili o ser enviados unos años a campos de trabajo forzados. Quedaron, pues, en Francia la gran parte de los militares y personas con algún compromiso con la República, por ligero que fuese.

      El verano de 1939, cuando el gobierno francés veía ya venirse encima la guerra, facilitó que algunos republicanos se alistaran en la Légion Étranger o en otras unidades militares, mientras la mayoría se apuntaron a las Compagnies de Travailleurs Espagnols, donde como auxiliares militares hicieron trincheras y reforzaron parapetos, muchos de ellos en la línea defensiva Maginot, paralela a la frontera alemana. Se calcula que 100.000 españoles (algunos de ellos eran artistas que el libro desmenuza) quedaron encuadrados en el ejército francés. Y en esta situación es donde muchos republicanos españoles fueron detenidos por los alemanes y encerrados en campos de prisioneros o stalag, donde hacían las tareas que se les mandaba. De los stalag fueron deportados a campos de concentración o exterminio nazis como Mauthausen. Importante para esta operación fueron las negociaciones que en el verano de 1940 hicieron Ramón Serrano Súñer, “el cuñadísimo”, y Hienrich Himmler, jefe de las SS, para que los nazis se deshiciesen de los soldados republicanos. Y en ese momento comenzaron las deportaciones de “rojos españoles” (Rotspanier) a los campos de exterminio. En fin, también fueron deportados a campos nazis republicanos detenidos por la Gestapo en la Francia ocupada y dividida, entre otras razones porque muchos de los exiliados que se quedaron en Francia (y también algunos artistas) acabaron conformando la Resistencia o fueron detenidos por apátridas.

      La trayectoria de los artistas españoles que pasaron por los Gulags es parecida y diferente a la indicada hasta ahora. Es parecida porque acabaron recluidos allí exiliados republicanos: algunos eran “niños de la guerra” con sus correspondientes maestros, otros fueron soldados especialistas (pilotos que se preparaban en la escuela de Kirovabad), marinos de las rutas marítimas entre la URSS y la España republicana, otros eran exiliados del 1939, mayoritariamente militantes comunistas. La razón por la que republicanos españoles o “niños de la guerra” ya adulos acabaron en gulags es, generalmente, por discrepar de las políticas estalinistas o por querer volver a España (lo que se interpretaba como una traición a la patria del socialismo). Pero también hubo entre en los Gulags españoles procedentes de las antípodas ideológicas: prisioneros de la División Azul y soldados del ejército alemán, como el pintor Pablo Ley Pardell, hijo de padre alemán y madre de Barcelona, que cuando empezó la guerra civil española aún tenía 15 años y estaba en Berlín, donde se quedó hasta ser movilizado por el ejército alemán. En los gulags coincidió todo el espectro ideológico.

      Sin embargo el libro de Agramunt, además de seguir estos complejos vericuetos tiene el mérito que en el prólogo no se puede más que dejar indicado que es estudiar a los artistas que pasaron por todas estas peripecias, campos de refugiados en el sur de Francia o en Argelia, unidades militares francesas, Compagnies de Travailleurs, Stalag, grupos de la Resistencia francesa, campos de exterminio o Gulags.

      * * *

      Desde el primer capítulo el libro se plantea el análisis de la historia de los artistas plásticos que salieron del país, sobrevivieron a la violencia política del 39 al 45 y rehicieron sus vidas, sus experiencias, sus conocimientos y sus tareas en el exilio, volviesen más tarde a España o no. Pero también se plantea la otra cuestión clave del trabajo, la principal aportación, la que le da nombre y título, la creación artística en las alambradas (no sólo “después” de ellas). Se trata de “recuperar esa parte oscura del exilio artístico”, dirá Agramunt. Esta última cuestión (¿qué hicieron “dentro de las alambradas” como artistas?) lleva al autor a preguntarse algunas cuestiones esenciales que ya no dejan de acompañar al lector el resto del trabajo: ¿Qué les motivaba a ejercer su oficio artístico? ¿Con qué materiales pudieron operar? ¿Cómo los consiguieron? ¿Por qué dibujaron, pintaron, esculpieron? ¿Qué necesidades o impulsos tenían para hacerlo? ¿Cómo repercutió esta experiencia después, el resto de su vida en su producción artística?

      Uno de los objetivos que les motivaba a producir, aún en precarias condiciones, era dar testimonio de lo que estaban viviendo ellos y las demás personas encerradas tras las alambradas. Siempre sorprende este impulso humano entrañado en la condición de ser social de contar, decir, dibujar, expresar… para que se recuerde, para que se sepa, para que no se olvide, para que se construya, en fin, una memoria viva en los ciudadanos que genere conciencia de cuánto les aconteció, para saberlo y reflexionar hasta qué límites puede llegar homo sapiens/homo demens, que así tal vez debería llamarse nuestra especie por cuanto ha hecho en el siglo XX y lo que va del XXI. “Sobrevivir para contarlo”, escribió Primo Levi. Es imposible no citar aquí a Francisco Boix, que declaró en Nuremberg… Es imposible omitir que no todos los creadores de detrás de las alambradas eran profesionales de las artes plásticas: hubo outsiders que dibujaron, pintaron o esculpieron impulsados por esa necesidad de testimoniar. Pero el testimonio no es la única motivación, ni siquiera podría desconectarse muchas veces de otras como hacer algo, aprender, expresarse y expresar, tener el cerebro activo, escapar de aquellas realidades, pintar o dibujar como terapia, como catarsis, como manera de seguir practicando la civilidad, como rebeldía, como forma de conseguir algo más de comida, para cultivar impulsos que en muchos artistas arrancan de las profundidades de sus almas… En resumen, puede citarse lo que dice el autor sobre los artistas que quedaron recluidos en campos del Norte de África, para dibujar, en pocas palabras, las motivaciones de la obra plástica de todos: “Nos ofrecieron –dice Agramunt– en sus dibujos, bocetos y pinturas una versión testimonial, lacerante, de su entorno, de sus compañeros, de su experiencia, de sus sentimientos y emociones y de sus amores y frustraciones, que convirtieron su experiencia personal, su drama íntimo, en un ejercicio de autoafirmación y de supervivencia. En un entorno de miedo desarrollaron una gran actividad plástica marcada por un fuerte compromiso testimonial, un sentido