Francisco Agramunt Lacruz

Arte en las alambradas


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tanto, el ejecutivo francés de sesgo conservador reconocía al gobierno franquista y su postura fue de apoyarlo, por lo que ordenó el cierre de los pasos fronterizos a los republicanos a los que tildaba de “extranjeros indeseables” y también de peligrosos malhechores que provocó que parte de la sociedad gala los recibiese con temor, desprecio y miedo, sobre todo los niños, que al verlos gritaban despectivamente “¡Les rouges, les rouges!”. A los ojos de las autoridades y gran parte de la población conservadora, con la excepción, claro está, de la izquierda, eran tildados de comunistas, poumistas y anarquistas, un tropel de rojos, brutales chequistas y ateos, que habían cometido numerosos crímenes y que habían asesinado a religiosos y saqueados y quemados iglesias y conventos. Y ello porque los círculos conservadores de la derecha y ultraderecha habían urdido durante la guerra civil una gran campaña de propaganda contra la República y concretamente contra los comunistas hasta el punto que algunos franceses temían que un triunfo del gobierno popular pudiera cambiar el modelo de vida tradicional francés.

      Una mala opinión hacia los republicanos que se mantuvo hasta fechas recientes a pesar de que muchos de estos rojos sirvieron con heroicidad en el ejército francés contra los invasores alemanes, combatieron en la resistencia, fueron ciudadanos laboriosos y ejemplares, e incluso, tuvieron responsabilidades en los municipios y departamentos. Lamentablemente muchos mandatarios y ciudadanos franceses de ideas conservadoras trataron siempre de silenciar esta cuestión, si bien es cierto que otros no tuvieron tenido pelos en la lengua para denunciar la actitud de parte de la ciudadanía y del legislativo que en aquel momento no supo o no quiso solucionar aquella crisis. Se trataba de una parte oscura de la historia contemporánea francesa de la que sólo en las últimas décadas le han dedicado atención algunos historiadores, críticos de arte, investigadores y políticos a través de homenajes institucionales, jornadas, congresos, exposiciones, documentales, vídeos, coloquios, libros y artículos.

       ¿Un arte republicano concentracionario?

      Y llegados a este punto convendrá preguntarnos: ¿Verdaderamente existió o se produjo un arte republicano concentracionario? Es forzoso reconocer que existe muy poca información académica documentada acerca del paso de decenas de artistas españoles por los campos de concentración franceses y exterminio nazis, y menos aún, por los Gulags siberianos, tal vez porque para los historiadores, investigadores y críticos de arte, todo lo relativo a sus contingencias personales y vivenciales no despertaban ningún tipo de interés, pasaban de largo la recuperación de la memoria histórica, focalizando su atención en las cuestiones exclusivamente artísticas o estéticas, como si referirse a ello fuera un objetivo innoble. Se puede decir que en nuestro país esta cuestión, tal vez por desconocimiento, no levantó entusiasmos a diferencia de lo que sucedió en Francia donde ya desde el final de la II Guerra Mundial disparó el interés de numerosos críticos de arte, investigadores e historiadores de arte. Y desde entonces no quedó al margen de la plástica, el documental televisivo y cinematográfico, la fotografía, el periodismo y la literatura.

      Este empeño galo en recuperar su memoria histórica durante la ocupación alemana alcanzó su punto culminante en la gigantesca exposición itinerante “El arte en guerra, Francia 1938-1947. De Picasso a Dubuffet” que en 2013 acogió el Museo de Arte Moderno de París, que consiguió atraer miles de espectadores y foco de atracción en casi todos los medios de comunicación. Reunió por primera vez cerca de medio millar de artistas franceses, incluyendo a varios españoles entre los que destacaban Pablo Picasso y Salvador Dalí. Mostraba cómo, frente al amenazador contexto de opresión vivido en Francia durante la II Guerra Mundial y la Ocupación nazi, los artistas de la época se rebelaron frente a las consignas oficiales mediante novedosas respuestas estéticas que modificaron el contenido del arte. Quedó perfectamente reflejado la manera de cómo estos creadores resistieron y reaccionaron, “haciendo la guerra a la guerra” con formas y materiales casuales impuestos por la penuria, incluso en los lugares más hostiles a toda expresión de libertad. Entre las obras de ese centenar de artistas se podían contemplar trabajos de Georges Braque, Jean Dubuffet, Marcel Duchamp, Alberto Giacometti, Vasili Kandinsky, Pablo Picasso o Joseph Steib y también de autores desconocidos para el gran público. Estaba dividida en doce secciones con la finalidad de desvelar todo lo quedó en la intimidad de las viviendas y de los talleres, de los refugios, de los campos de internamiento y de concentración, de las cárceles y los psiquiátricos, a la sombra de la historia. Lo que pudo ser una muestra más y aislada, tuvo un enorme eco mediático, y continuidad en el Museo Guggenheim de Bilbao, que permitió dar a conocer al público español por primera vez una selección de obras firmadas por una larga nómina de artistas conocidos y desconocidos.

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      El autor en el campo de concentración de Mauthausen. Junto a un panel de dibujos realizados por cautivos de diversos países.

      Pero a diferencia de nuestros vecinos franceses en España se produjo durante muchos años de la dictadura una desatención informativa absoluta y sólo muy pocos tras la transición política mostraron un deseo de recuperar la citada memoria y fueron capaces de promover exposiciones y estudiar en artículos, libros y monografías con exhaustividad el exilio artístico español, centrándolos en un panorama general o en los nombres de sus protagonistas, omitiendo algunos aspectos más cotidianos, como su experiencia tanto en los campos de trabajos forzados y de concentración franceses, los Dulags de tránsito, los Stalags para prisioneros de guerra, los de exterminio nazis o, incluso, en los ya citados “Gulags” soviéticos donde, por cierto, coincidieron tanto prisioneros procedentes de la marina mercante, pilotos de la aviación republicana y “niños de la guerra”, con soldados españoles alistados en la Wehrmacht o voluntarios de la División Azul, algo bastante desconocido en la historiografía militar de nuestro país. Abundaban los referidos a la presencia de los artistas republicanos en los campos de concentración franceses o exterminio nazis, pero nada se conocía sobre su estancia en los campos de trabajo o Gulags soviéticos donde confluyeron compatriotas de ideología enfrentadas obligados a compartir por un azar del destino penalidades comunes, lo que acabó finalmente estableciendo fuertes vínculos personales, estrechando lazos de camaradería y trenzando un deseo de supervivencia. Constituían un colectivo muy amplio, heterogéneo y disperso de pintores, dibujantes, escultores, fotógrafos, arquitectos, diseñadores, dibujantes, escenógrafos, maquetistas delineantes, músicos e historiadores de arte del que apenas existe información que compartieron el mismo destino trágico. Pero lo más extraordinario y lo que atrae la atención fue como en aquel enrarecido entorno concentracionario soviético surgió una estrecha relación entre los prisioneros republicanos comunistas y sus compañeros falangistas enfermos, vestidos con harapos y rostros de angustia y de hambre, vertebró amistades personales y acciones solidarias en un momento muy difícil de supervivencia. Aquellos lugares se convirtieron en la gran encrucijada que permitió contemplar en toda su dimensión y crudeza la pervivencia de los principios que había alentado y fomentado el sistema republicano pese a las grandes dificultades materiales y técnicas con las que se enfrentaron los artistas confinados en ellos. Para muchos de ellos el exilio representó una gran trampa y un destino no esperado, pues confiaban en rehacer sus vidas, reanudar sus trabajos y encontrar una vida mejor. Pero no esperaban, sin embargo, enfrentarse con un panorama tan caótico, desgarrado y desesperanzador, que tiraba por suelo todos sus sueños de reunir una vida mejor, más justa y prometedora, en un entorno de libertad, de paz y de armonía. Descubrieron tras cruzar la frontera que el país al que habían huido los rechazaba, sus vigilantes les insultaban, les golpeaban, las amenazaban por ser refugiados intrusos. Y lo peor de ello era el comportamiento mayoritario de su población, que los rechazaban, con la excepción de algunos, al considerarlos los peligrosos rojos, asaltadores de iglesias y conventos, asesinos, comunistas y delincuentes, cuando la realidad es que eran gente normal, de carne y hueso, atrapados por el pánico, mansos y que lo único que deseaban era sobrevivir en paz.

      Se produjo, pues, durante mucho tiempo una total carencia de interés por abordar la intrahistoria del arte del exilio y la resistencia republicano en el periodo comprendido entre 1939 y 1945 marcado por la II Guerra Mundial, y cuyos protagonistas fueron artistas desconocidos, y algunos, consagrados, considerados maestros indiscutibles de la creación española. Con ello se incurrió en una falaz instrumentalización,