Francisco Agramunt Lacruz

Arte en las alambradas


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dictatorial entonces ya en fase de cambio y transición hacia la democracia. El más directo afectado fue el público en general que se vio instrumentalizado por la propaganda y la información dimanada por los poderes fácticos, los medios de comunicación y los supervisores del arte oficial que prefirieron silenciar y ofrecer sobre esta temática “tabú” una visión sesgada, formalista y opaca acorde con su ideología y conservadurismo artístico.

      En relación a sus valores plásticos y su aportación al arte español contemporáneo se puede decir que el protagonismo que tuvieron los artistas republicanos durante esa fase crítica de la historia fue muy relevante, aunque en su mayor parte desconocida por el resto de sus compatriotas. A pesar de sus tragedias personales algunos alcanzaron prestigio y se convirtieron en maestros consagrados e iconos de la plástica. Así, por ejemplo, es interesante recordar aquí, el gran protagonismo que tuvieron algunos de estos artistas establecidos en la capital francesa en la creación de la Escuela de París, o los que se trasladaron a otros países europeos como Gran Bretaña, Bélgica, Suiza, la URSS, Suiza, a los Estados Unidos que tuvieron un importante papel en el desarrollo de la abstracción neoyorquina o igualmente en el desarrollo de la plástica en México, Argentina, Chile, Venezuela, República Dominicana, Brasil, Ecuador, Paraguay, Cuba, Colombia y Puerto Rico.

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      Enrique Climent. “El barbero”. Dibujo.

      Todos ellos fueron protagonistas de un éxodo de consecuencias funestas para el desarrollo artístico del país que no apagó del todo ese impulso renovador en lo estrictamente estético y de compromiso en lo social que llevó a las artes plásticas españolas de los años treinta a alcanzar las máximas cotas de prestigio y de reconocimiento internacional tanto por el número de creadores como por su calidad. Demostró a todos el carácter abierto, progresista y dinamizador con que la masivamente acogida II República había impulsado las actividades artísticas, proponiendo la reactualización de los estilos tradicionales y fomentando las nuevas corrientes que entonces triunfaban en Europa. Y evidenció su compromiso frente a la política cultural y a la forma de interpretar la creación plástica, entendida ésta desde el rechazo del arte oficial viejo y caduco representativo de la España muerta y apoyaba la necesidad de consolidar nuevas relaciones del arte con la realidad social del momento, entrando así de lleno la política en la vida de los artistas. La diáspora artística se convirtió en un extraordinario banco de pruebas para comprobar la supervivencia y actualidad de las ideas de renovación y de compromiso entronizadas por la II República.

       La recuperación de la memoria artística republicana

      ¿Cuál ha sido la actitud adoptada por los propios artistas en abordar esta tragedia y en la recuperación de la memoria artística republicana? A pesar de la desatención que el exilio provocó en el ámbito gubernamental e institucional, sobre todo durante el prolongado régimen franquista, se produjo en los ámbitos privados tímidas iniciativas que apenas se difundieron en los medios de comunicación con la excepción de algunas publicaciones, boletines ciclostilados, prensa clandestina o revistas minoritarias de escasa difusión. Una situación que cambió tras la muerte del dictador y el tímido despegue de la transición política hacia la normalidad democrática que supuso la entrada de una corriente de aire fresco en el enrarecido panorama político español.

      Como resultado de este aperturismo muchos españoles pudieron acceder a esta memoria histórica y recuperar el pasado a través de los testimonios de pinturas, dibujos, fotografías, ilustraciones, esculturas, historietas gráficas y documentales de cine que dejaron numerosos artistas de técnicas diferentes que recurrieron a sus dotes de observación e imaginación para recrear en sus obras el terrible drama del que fueron testigos. ¡Qué estupendos cronistas resultaron ser aquellos artistas capaces de rescatar la memoria histórica olvidada en magníficos óleos, aguadas, esculturas, grabados, ilustraciones y fotografías en blanco y negro de aquel reguero de muerte, destrucción, represión y exilio provocado por el desenlace de la guerra civil!

      Para testimoniar este drama confluyeron artistas de diferentes generaciones que incluía tanto los protagonistas de aquellos hechos descritos como aquellos otros más jóvenes surgidos en la postguerra e incluso en la transición política española. Se alineaban y formaban parte por azar o por voluntad propia en una tradición artística que se remontaba a un pasado goyesco que recreaban los horrores de la guerra, el drama de la represión franquista, de diáspora y el desarraigo, a través de escenas macabras, personajes desorientados y perdedores aislados, cadáveres mutilados, tipos tullidos y estigmatizados, reflejo de una dictadura en caída libre, pobre, destrozado, políticamente fracasado y económicamente empobrecido, aislado internacionalmente y bajo una terrible dictadura militar. Sus nombres figuraban en la memoria de todos por ser figuras y maestros indiscutibles y gozar de un gran prestigio y popularidad. Para la mayoría de ellos las cuestiones estéticas quedaban relegadas a un segundo plano, y lo que les interesaba era el poder impactante de las imágenes y también los planteamientos éticos.

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      Ramón Milá, tallando piedra. Dibujo fechado en 1946.

      Por colectivos, los pioneros en esta labor de recuperar la memoria histórica del exilio fueron los fotógrafos y reporteros gráficos independientes, de espíritu aventurero, pertenecientes a las plantillas de los periódicos, semanarios, revistas y agencias de prensa nacionales e internacionales, o simples aficionados anónimos, que sin una idea clara de ser trascendentes, captaron con sus cámaras las imágenes descarnadas, sangrantes y escatológicas. A través de sus instantáneas se conoció con todo detalle lo que era la guerra, el desarraigo de los refugiados cansados, enfermos y hambrientos integrados en largas columnas, la visión de los campos de concentración y cómo era la vida cotidiana, cómo eran sus costumbres, su alimentación, sus hábitos, sus relaciones con los guardianes y sus actividades de ocio. Así, las crónicas ilustradas publicadas en la prensa y revistas francesas y belgas a finales de la guerra civil por reporteros como Josep Kessel y su compañero Jean Moral se convirtieron en valiosos documentos acerca de los últimos estertores de la República española derrotada finalmente durante el verano en la batalla del Ebro. Con sus cámaras Leica y Rolleiflex estos audaces reporteros llegados tardíamente a nuestro país fotografiaron los últimos momentos del Ejército Popular cuando derrotada iniciaba su disolución y su retirada hacia la frontera francesa.

      Con sus máquinas captaron el cansancio, dolor y sufrimiento no sólo de los oficiales y soldados, sino de la población civil privada de las primeras necesidades, sin nada que llevarse a la boca, sometida a los continuos bombardeos de la aviación, obligada a guardar grandes colas en espera de la llegada de alimentos y sin apenas asistencia sanitaria. Y luego estaban la documentación gráfica tomada por los propios fotógrafos republicanos durante la contienda y en los últimos momentos de la derrota republicana como Agustín Centelles, Benítez Casans, Luis Torrens, Juan Guzmán, Alfonso Sánchez Portela, Manuel Albero, Francisco Segovia, Santos Yubero, Luis Escobar, José Brangulí, Hermanos Pato, Marcos, Vidal, Constantino Suárez, Enrique Tapia Jiménez y Francisco Boix. Y en la relación de extranjeros se encontraban Robert Capa, Kati Horna, Dezvo Rebai, David Seymour “Chim”, Georg Reiner, Hans Namut, Walter Reuter, Tina Modotti, Albert-Louis Deschams y otros.

      De la misma manera habría que reseñar por su indudable valor documental las instantáneas que tomaron los fotógrafos anónimos del Studio Chauvin de Perpiñán de los refugiados republicanos nada más cruzar la frontera y recluidos en los distintos campos de concentración montados por el gobierno de Edouard Daladier en 1939 para contener la gran oleada de exiliados españoles. Su trabajo quedó plasmado en el álbum Souvenir: L’Exode Espagnol que se publicó ese mismo año y que reunía cerca de un centenar de fotografías tamaño 8,5 por 13,5 centímetros. Y también hay que resaltar las magníficas instantáneas tomadas por el pintor franco-colombiano Manuel Moros, residente en la localidad francesa de Collioure, quien el 5 de febrero de 1939, no dudó en coger su máquina Leica y dirigirse a la carretera que bordea la costa entre España y Francia para dejar testimonio gráfico de los miles de refugiados republicanos que cruzaban la frontera por el paso de Portbou de la Marenda huyendo