Francisco Agramunt Lacruz

Arte en las alambradas


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de juicio muchas cuestiones de tipo estético relacionadas con los valores artísticos tradicionales e ideológicos que en aquellos años entraban en colisión y enfrentaban a los creadores y teóricos de arte en profundas contradicciones y debates centrados principalmente en el compromiso político que había que adoptar. A causa de este tono tan expresivamente dramático, y su marcadamente carácter ideológico, no resultaba grato ni agradable para la sensibilidad refinada de ciertos sectores conservadores o castas educadas en la tradición que lo rechazaban por sus complacientes gustos estéticos, y también porque no era comercialmente interesante.

      ¡Quiénes iban a adquirir estas obras tan pobres en cuanto a materiales y repulsivas a la vista! Sólo podría interesar a determinados heterodoxos, coleccionistas a miembros de organizaciones y partidos de izquierdas. Y ello, a pesar de que este tipo de arte socialmente estaba muy generalizado a lo largo de la historia del arte y muchos maestros consagrados lo habían cultivado y hecho grande y, gustase o no, estaba incluido en los tratados artísticos e incluso se comercializaba en las ferias de arte o se exhibía en los grandes museos y colecciones privadas. A pesar de ser considerado una modalidad “menor” se había generalizado en todos los ámbitos artísticos por su contendido testimonial y desvelar un lado oscuro de la creatividad artística en el que colisionaban diversas técnicas, estéticas y lenguajes pensados para levantar acta de monstruosos hechos históricos que conmovieron la historia de la Humanidad.

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      Francisco Agramunt Moreno. “Los vencidos I” (Óleo).

      Toda una producción artística “brut” que, paradójicamente en los tiempos actuales está de moda y viene ganando terreno entre el gran público los críticos de arte, galeristas y museógrafos, que en plena posmodernidad ha dejado de considerarla con esos corsés condescendientes y un tanto quisquillosos de “menor, light o anecdótica” y que, como está siendo evidenciado por su aceptación generalizada, en algunos casos, supera la calidad de otras obras consideradas “normales”. Y ello ha sido posible por su contenido testimonial y sociológico, que la convierten en un género social muy dúctil que no responde a los criterios valorativos tradicionales y que es capaz de recrear emociones, experiencias y miedos que todos los seres humanos tenemos en momentos críticos, amenazadores y turbios de nuestras vidas.

       La historia se repite

      A la hora de buscar antecedentes de la gravísima crisis de los refugiados que se está registrando en la actualidad en diversos países europeos provocados por hambrunas, guerras y otros conflictos, debemos fijar una mirada retrospectiva en la gran oleada de republicanos españoles que abandonaron el país en 1939 como resultado de la victoria franquista. Queda muy claro que, a tenor de estas similitudes, se puede asegurar que la historia se repetía, sobre todo, al advertirse ciertas coincidencias que se registran y que nos recuerdan acontecimientos ocurridos en tiempos pasados. No obstante, lejos estamos de creer que debamos dejar de acudir a la memoria de lo que es ya historia para conseguir que ciertas situaciones negativas no se vuelvan a producir, ni tampoco sus consecuencias.

      En el ámbito de la iconografía e imaginería aquel dramático acontecimiento histórico ocurrido hace más de setenta años que se desarrolló en suelo francés se parece bastante, guardando las distancias geográficas y el entorno social y político, desde luego, a esas fotografías o ilustraciones publicadas en los periódicos y revistas o a los reportajes emitidos por todas las cadenas televisivas del mundo acerca de la llegada masiva a las costas europeas de refugiados de distintas nacionalidades en un intento desesperado de escapar y ponerse a salvo de conflictos bélicos, guerras y hambrunas. Como es fácil de comprender es la misma sensación de pánico, soledad, desarraigo y frustración que sufrieron miles de refugiados republicanos.

      Tal y como aconteció en aquellas lejanas fechas varios países europeos, incluida España, han sido el escenario de una de las mayores diásporas debido a la complicada situación de Oriente Próximo y muy especialmente al conflicto civil sirio. El propio presidente de la Comisión Europa, Jean-Claude Juncker, instaba en un discurso que pronunció en el Parlamento Europeo el pasado año, 2015, a los estados miembros, que aceptasen las cuotas de refugiados propuestos por la CE. Y en concreto apeló a la solidaridad que hubo hacia “los republicanos españoles que huyeron a campos de refugiados en el sur de Francia tras la derrota en la guerra civil”. Los hechos históricos volvían a repetirse como una dramática simetría o un siniestro cliché y, tal como pasó en el pasado, los medios de comunicación de todo el mundo, las poderosas redes sociales y las webs testimoniaron a través de esas imágenes escalofriantes reales la tragedia que sufrían miles de seres humanos que abandonaban sus hogares para tratar de encontrar en la rica Europa un futuro esperanzador, huyendo de la guerra, la enervante pobreza y falta de perspectivas laborales.

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      El autor señala una leyenda del campo de Auschwitz: “Los artistas prisioneros en el campo nunca olvidan su vocación”.

      Y en lo concerniente al contenido representacional de las imágenes se registraban las mismas escenas dramáticas y crueles de miles de refugiados republicanos huyendo captadas por los artistas que protagonizaron aquella odisea al exilio y que constituía el núcleo de la memoria histórica y que generó en aquellos momentos una gran solidaridad con el pueblo español atrayendo a cooperantes, combatientes e intelectuales de todos las partes. Una imagen metafórica perfectamente plasmada por los pinceles del pintor malagueño Pablo Picasso en su emblemático “Guernica”, verdadero grito de denuncia de los horrores de un conflicto incivil. Y como quedó patente entonces, ahora, casi setenta años después de aquel drama, volvía a repetirse aquel hecho trágico a través de la fotografía en color de Aylán Jurdi, el niño de tres años muerto en la orilla de una playa turística turca próxima a Bodrum. Una instantánea patética difundida por todos los medios de comunicación y redes sociales que provocó entre la ciudadanía y los dirigentes políticos un toque emocional al denunciar que el horror estaba ahí, en el cuerpo inerte de un niño soterrado en la arena y cubierto por las aguas. La conmoción que suscitó en todo el mundo las imágenes de los refugiados era la misma que la que se produjo al final de la contienda civil cuando medio millón de españoles cruzaron la frontera francesa en un intento desesperado de ponerse a salvo de la represión de los vencedores.

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      El autor en el campo de Mauthausen.

      En aquella ocasión fueron los propios artistas refugiados los que recrearon en sus pinturas, dibujos, grabados, maquetas, esculturas y objetos artesanales las imágenes testimoniales de esas largas columnas de refugiados cruzando los pasos fronterizos con escasos equipajes, los cacheos de los gendarmes, su reclusión en los campos de internamiento, su vida cotidiana, su embarque en los mercantes y su viaje oceánico hasta las repúblicas hispanoamericanas que les brindaban acogida. Se llegó a comparar esta visión concentracionaria con la que sufrieron los ciudadanos hebreos por los nazis, aunque en rigor histórico nunca alcanzó la envergadura, el alcance geográfico, ni los grados de crueldad que padecieron éstos, muy a pesar de su sufrimiento y del horror con que aquello quedó grabado en su memoria. La mayor parte de ellos consiguieron sobrevivir, abandonaron sus encierros, recuperaron su libertad, rehicieron sus vidas rotas y reanudaron sus trabajos artísticos. En ambos sucesos, cuyo marco histórico coincidió en el tiempo con el ascenso al poder de Adolf Hitler y la II Guerra Mundial, se dieron circunstancias dramáticas parecidas y se convirtió en un episodio básico de catarsis cultural y de redefinición de los valores de una civilización en crisis.

      A semejanza de lo que está sucediendo ahora con los refugiados árabes en diversos países europeos, obligados a vivir en campamentos improvisados y sometidos a largas esperas, los republicanos españoles fueron muy mal recibidos y confinados en verdaderos campos de concentración. Su situación, empero, fue mucho peor, ya que fueron enviados a la fuerza a grandes superficies de terreno, pastizales y eriales donde iban a comer las vacas o playas desiertas cercadas por torres de vigilancia, muros y alambradas, donde vivían a la intemperie, sin agua, sin barracones para defenderse de las gélidas condiciones