cuyas fuentes se volverá más adelante en dos ocasiones).12
Por otra parte, no todas las vueltas al mundo –especialmente las no turísticas– pasaron por Japón: la posición geográfica de las Islas Filipinas, mientras fueron colonia española, obligaba a una ruta ecuatorial que en ningún momento tocaba Japón. Por ejemplo, la gran expedición de la época ilustrada llevada a cabo por el toscano Alessandro Malaspina, al servicio del rey de España, duró desde 1789 a 1794 y visitó todas las posesiones en América y en el Pacífico, pero sin recalar en Japón.13 El informe de Malaspina sobre el malestar de las colonias españolas y sobre la oportunidad de conceder a estas una amplia autonomía bajo el control de la madre patria provocaría su caída en desgracia y su posterior encarcelamiento. En 1865, años después, el acorazado Numancia –con el que España trató de volver a convertirse en potencia marítima– participó en la Guerra del Pacífico y regresó dañado en 1867, tras un periplo que había durado dos años, siete meses y seis días, pero también sin tocar las costas niponas.14
Finalmente, en los últimos años se han publicado varias investigaciones sobre las relaciones entre España y Japón en los siglos XIX y XX.15 No obstante, los archivos contienen aún muchos documentos por evaluar y publicar.
En la Europa de los siglos XIX y XX podemos encontrar una vivaz contribución a la difusión de la imagen del Japón moderno en las exposiciones universales, en las crónicas de la guerra ruso-japonesa y en la literatura exótica, tanto de clase alta como popular. Si bien Japón estuvo presente en la exposición universal de Barcelona de 1888, el arte español no conoció un niponismo comparable al de otras naciones europeas que sí habían participado activamente en la apertura comercial con Japón.16 El «japonismo» en las artes figurativas españolas fue un fenómeno limitado, un reflejo de las modas parisinas. La literatura española no tuvo un Ernest Francisco Fenollosa, un Lafcadio Hearn, un Pierre Loti, un Wenceslau de Moraes. Con todo, no faltaron obras sobre Japón. En las siguientes páginas se examinará íntegramente la aportación del diplomático Enrique Dupuy de Lôme (1851-1904), al que está dedicada la «Primera parte» de este libro. Para permitir una comparación con la contribución de Dupuy, la «Segunda parte» analizará los escritos de otros cinco autores ibéricos acerca de la modernización de Japón.
En particular, la «Primera parte» se articula en torno a cuatro temas: se examina el contexto de formación del joven Enrique Dupuy (§§ 2-5); el principio de su carrera diplomática en Japón, donde escribió el texto que aquí se publica (§§ 6-8); sus análisis comerciales sobre la seda y el vino (§§ 9-12), y su carrera de diplomático reconocido, tanto en los acontecimientos europeos (sobre todo la Cuestión de Oriente culminada con la guerra ruso-turca) como en Estados Unidos, donde provocó un incidente diplomático que contribuyó al empeoramiento de la crisis de Cuba y que le hizo involuntariamente famoso hasta nuestros días (§§ 13-15). En cambio, la «Segunda parte» da cuenta de la visión de Japón legada por cuatro autores de lengua española (los españoles Vicente Blasco Ibáñez, Luis de Oteyza y Francisco de Reynoso y el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo) y por un autor portugués coetáneo, Wenceslau de Moraes.
I.
ENRIQUE DUPUY EN EL INQUIETO SIGLO XIX DE ESPAÑA Y JAPÓN
2. RETRATO DE UN JOVEN VALENCIANO EN EL JAPÓN DEL SIGLO XIX
El texto de Enrique Dupuy de Lôme (1851-1904) aquí publicado es uno de los raros documentos españoles escritos por un testigo ocular de la occidentalización de Japón; en efecto, el autor pasó dos años en Yokohama, de 1873 a 1875, como secretario de la legación española. Los testimonios españoles y portugueses sobre la modernización de Japón en la segunda mitad del siglo XIX son poco numerosos respecto a los de otros estados europeos, porque, como ya se ha dicho, ambos países estuvieron ausentes del archipiélago nipón en el momento de su europeización, a causa de sus respectivas crisis internas.
Los acontecimientos de España y Japón en la segunda mitad del siglo XIX no son ampliamente conocidos. Sobre todo, salvo pocas excepciones, los asuntos internos de aquella España no son conocidos por los niponistas, ni los de Japón son conocidos por los hispanistas. Por eso, en los próximos dos apartados (3 y 4) se trazará una síntesis de los sucesos históricos del tardío siglo XIX en ambos estados. Esta síntesis se propone solo como una orientación para la lectura del texto de Dupuy, en el que los eventos de su tiempo apenas se mencionan; pero esto no puede sustituir a un tratamiento histórico completo, al que se reenvía para una mayor profundización. En definitiva, estas dos semblanzas históricas dejarán igualmente insatisfechos a los niponistas y a los hispanistas respecto de la parte en la que ellos son especialistas y, probablemente, su único mérito sea satisfacer mi deseo de simetría en la exposición.
El personaje central de estas páginas es el diplomático Enrique Dupuy de Lôme, nacido en Valencia en 1851 y fallecido en París en 1904. Su primer destino fue Japón, al cual dedicó dos volúmenes en 1877 y en 1894. En este último es donde se engloba la pequeña monografía sobre el Japón Meiji aquí publicada, aunque se encontraba redactada ya a la altura de 1874. La preparación jurídica y diplomática de Dupuy, unida a sus dos años de estancia en Japón, hacen que sus palabras sobre la transformación socioeconómica de Japón durante la época Meiji sean particularmente atendibles.
Como punto de referencia al que regresar en el curso de la lectura, puede ser útil dejar constancia de una hoja de servicio de Enrique Dupuy redactada el 27 de abril de 1908, donde se sintetizan las etapas de toda su carrera diplomática hasta 1904, año de su muerte.17
Nombramiento en Japón: 17 de abril de 1873; toma posesión el 23 de julio de 1873.
Traslado de Japón a Bruselas: 24 de mayo de 1875; toma posesión el 1 de noviembre de 1875.
Montevideo, 24 de octubre de 1877 (toma posesión el 14 de febrero de 1878).
Buenos Aires, 4 de febrero de 1880 (puesto interino por baja del titular Francisco de Otín; toma posesión el 1 de abril de 1880).
París, 2 de junio de 1881 (toma posesión el 11 de agosto).
Washington, 7 de octubre de 1882 (toma posesión el 20 de marzo de 1883) (Carta de Enrique Dupuy al Ministerio de Estado, de Nueva York, el 1 de agosto de 1883, donde entra en servicio con motivo de la muerte sobrevenida del plenipotenciario Francisco Barca, el 29 de julio de 1883).
Berlín, 12 de mayo de 1884 (toma posesión el 11 de julio de 1884).
Regreso al Ministerio de Madrid: 26 de abril de 1886 (toma posesión el 4 de abril de 1886).
10 de noviembre de 1887: parte a Londres para «tratar de la supresión de las primas concedidas a la industria azucarera».
1 de diciembre de 1887: nombramiento como cónsul general en Guatemala, Salvador, Costa Rica y Nicaragua.
17 de enero de 1886 (o 1887): en Roma para la Comisión Técnica y para el Tratado de Comercio.
14 de septiembre de 1888: ministro residente y cónsul general en Uruguay (toma posesión el 26 de diciembre de 1888).
22 de septiembre de 1890: regreso al Ministerio en Madrid (toma posesión el 1 de octubre de 1890).
22 de septiembre de 1890: se encuentra en el Ministerio como jefe de la Sección de Comercio.
Desde el 19 de enero de 1891 hasta el 16 de mayo de 1892: es nombrado «Vocal Comendador de la Suprema Asamblea de la Real y Distinguida Orden de Carlos III» (toma posesión el 20 de enero de 1891).
Cesa por Real Decreto el 22 de marzo de 1891 porque es elegido diputado de las Cortes.
12 de mayo de 1892: nombramiento como plenipotenciario de la legación de Washington (hasta el 21 de febrero de 1893). Se encuentra en Washington como plenipotenciario desde el 25 de abril de 1895 hasta el 11 de febrero de 1898, cuando presenta su dimisión (cf. § 15).
Desde el 15 de abril de 1899 es subsecretario de Estado.
En Roma, como embajador: nombrado el 3 de mayo de 1900 (toma posesión el 23 de junio de 1901 y