embargo, por recomendación de Su Majestad el Presidente de los Estados Unidos, la ley relativa a la exclusión de los extranjeros fue modificada y Japón suscribió un Tratado con Su Excelencia el Comodoro Perry, Enviado Extraordinario de los Estados Unidos, el tercer día del tercer mes del primer año de la Era Ansei (31 de marzo de 1854), en el que se estipuló que la Marina de los Estados Unidos podría procurarse madera, agua y provisiones en los puertos de Simoda y Hakodaki.
Después, se adoptó otro Tratado el decimonoveno día del sexto mes del año cinco de la Era Ansei (29 de julio de 1858) con Su Excelencia el Señor Townsend Harris, Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos, donde se establecía el derecho de comerciar con el Japón; y más tarde se firmaron Tratados análogos con otras Cinco Potencias, que actualmente se encuentran en vías de ejecución.
Sin embargo, la operación del Comercio extranjero en los puertos abiertos a este efecto ha llevado a un resultado bien distinto de lo que nosotros esperábamos; las clases acomodadas no terminan de ver ventaja en ello, y las pobres tampoco obtienen ningún beneficio.
Los artículos de primera necesidad se vuelven más caros cada día, como consecuencia de una exportación en ascenso; y los pobres, al no estar en condiciones de abastecer sus necesidades como antaño, quedando incluso a veces expuestos al frío y al hambre, atribuyen estos problemas al Comercio extranjero y a la acción de su gobierno. Las clases altas e incluso las clases acomodadas no están a favor del Comercio con el extranjero, porque no perciben sus ventajas.
Al haberse mantenido durante tanto tiempo, el sistema de exclusión de los extranjeros se había, por así decir [4-5], identificado con el pueblo japonés, como una parte de sus costumbres establecidas; por ello, es obvio que, incluso si la dificultad que acabamos de señalar no existiera, está por completo fuera de nuestro alcance cambiar o modificar la opinión pública, y hacer desaparecer la enfermedad atribuida a la operación del Comercio extranjero.
Está fuera de duda, sin embargo, que no queda lejos el día en que nuestro pueblo reconocerá los beneficios que el Comercio con el extranjero nos aportará con seguridad; pero, dado el estado actual de la opinión pública, la conclusión de nuevos Tratados con otras Potencias tendría como resultado consecuencias muy graves y quizá, incluso la insurrección. Como en las circunstancias actuales se ha juzgado necesario retrasar la apertura al comercio de los puertos de Hiogo y Niegata, así como de las villas de Yedo y Osaka, tal y como se preveía en los Tratados, tenemos que constatar, por consiguiente, que por el momento no estamos en condiciones de acordar nuevos Tratados con otras Potencias; así pues, el objetivo de la presente es proporcionar una exposición del estado de la cuestión en nuestro país y prevenir contra el envío de agentes diplomáticos al alero de Nuestro Gobierno, con el fin de establecer nuevas relaciones extranjeras, ya que, a nuestro pesar, no podremos entablarlas.
Es deseo de Nuestro Gobierno que la exposición que acabamos de hacer sea puesta en conocimiento de los diversos Gobiernos de las Principales Potencias del Mundo.
Comunicado con respeto y educación. En Yedo, siendo el vigésimo segundo día del tercer mes del año de la Era Bunkiu (1 de mayo de 1861).
(Firmado) Koutsi Yamato no kami
Ando Isousima [Tsousima?] no kami
Ministros de Asuntos Exteriores de Su Majestad el Taicun del Japón (Conforme para traducir)
A. L. C. Portman, Intérprete de la Legación de los Estados Unidos en Japón.
Este apartado no intentará reconstruir la compleja génesis del tratado hispano-japonés, concluido efectivamente en 1868, sino que se limitará a citar algunos documentos inéditos de los diplomáticos en Asia oriental. Estos diligentes funcionarios buscaban en 1863 sacudir la inercia del lejano Gobierno madrileño, informándole sobre las posibles ventajas económicas y sobre la competencia de otras potencias en el Imperio del Sol Naciente, pero también sobre las disensiones internas y sobre la animadversión contra los extranjeros:
Las complicaciones de los extranjeros en Japón tampoco caminan a su desenlace. Allí permanece de respeto la escuadra Anglo-Francesa, a la que se agregó la de Holanda compuesta de tres fragatas y dos corbetas. Las relaciones de los Almirantes y de los Ministros extranjeros con el Taicun continúan siendo satisfactorias y los Daimios o Señores de país con el soberano el Mikado aprestándose a la guerra y fulminando contra los extranjeros edictos de exterminio. En Kanagawa había sido bárbaramente asesinado un oficial de marina francés y en Nagasaki fuera maltratado con crueldad un guardia marina inglés. En ambos puertos los autores de estos crímenes pertenecían a las milicias de los Daimios. El comercio completamente paralizado (planilla 4).31
Mientras tanto España había pedido a los astilleros franceses un acorazado, de cuya construcción dio cuenta Henry Dupuy de Lôme, como instrumento para volver a reafirmarse como gran potencia marítima: la Numancia se echó a la mar en 1864 y fue enviada de inmediato a Sudamérica para participar en la Guerra del Pacífico contra Chile y Bolivia, que tuvo lugar entre 1865 y 1866. Los primeros acorazados no estaban adaptados a largos viajes y la Numancia regresó a España pasando por Filipinas (donde llegó el 8 de septiembre de 1866) y Brasil, convirtiéndose así en el primer acorazado que había dado la vuelta al mundo en más de dos años y medio. El tratado hispano-japonés todavía no había concluido, y el diplomático Sinibaldo de Mas recuerda que desde Hong Kong
«una casa mercantil de aquella plaza quiso enviar a Yokohama un buque español, y no fue posible por la falta del tratado. Ahora se ha perdido una excelente ocasión de presentarse [planillas 2-3] por primera vez en aquella región con decoro y prestigio, pues hemos tenido durante algunos meses en Manila sin hacer nada la fragata blindada “Numancia” de 7.500 toneladas y la fragata “Berenguela” [ambas de regreso de la Guerra del Pacífico]. La primera ya salió para España y la segunda también creo tiene orden de marchar. Fuera de estos buques no hay en el archipiélago más que corbetitas pequeñas y viejas sin apariencia alguna. La “Numancia” hubiera causado un gran efecto por ser el primer [planillas 3-4] buque blindado y de ese porte que allí hubieran visto. En fin nosotros siempre hemos de hacer las cosas tarde y mal». Él pide después de decirle «con franqueza lo que vaya ocurriendo» [planilla 4] con el tratado porque considera próxima su conclusión, el que permitiría de «arreglar la emigración de Chinos para Cuba, después de lo cual, si nada me queda aquí de hacer, será muy posible que me marche» (planilla 4).32
Si el tratado llegó con retraso, comenta Sinibaldo de Mas, «no hay mal que bien no venga», porque al mismo tiempo se había abierto el puerto de Osaka, lo cual inducía a pensar en un posible cambio de las sedes diplomáticas. En este punto de su carta describe la situación de Japón en términos europeos:
Osaca está inmediato a Hiogo (o sea Miaco), lo mismo que Yokohama lo está a Yedo. En Hiogo reside el Mikado, que es el verdadero [planillas 2-3] Jefe de la Confederación Japonesa. Es una especie de Papa. En otro tiempo él gobernaba lo espiritual y temporal. Para lo último tenía un ministro especial. En la época en que los portugueses y españoles llegaron a aquel archipiélago (en donde fueron magníficamente recibidos), se encendió una guerra civil procedente de la rivalidad entre los frailes cristianos y los bonzos budistas. El Mikado era hombre débil e incapaz; y su ministro para lo temporal, que [planillas 3-4] se llamaba Taikosama, expulsó a los frailes, apaciguó a los budistas, y se arrogó el mando temporal estableciéndose en Yedo, con una especie de Constitución oligárquica a la que se ha dado el nombre de «Leyes de Taikosama», que dura aún hoy día. De todo esto es muy posible y aun probable que la residencia de los extranjeros, que hasta ahora ha estado en Yokohama con acceso a Yedo, se traslade a Osaca con acceso a Hiogo. Ya comprenderá Ud. las dificultades que tales cambios acarrean.33
La presencia de las fragatas y corbetas no solo tenía la misión de reforzar la imagen de las potencias occidentales, sino también la de proteger y, si fuese necesario, servir como refugio para los propios conciudadanos y para los occidentales. Por esta razón, además de apoyar la conclusión del tratado, en 1867 la legación de Yokohama volvió a solicitar que una nave de guerra española se presentase en un puerto de Japón:
«En 25 de marzo el Sr Ministro de Marina contestó a la anterior Real