Rosa Castilla Díaz-Maroto

El despertar de Volvoreta


Скачать книгу

la boca llena y gesto de asombro.

      —Creo que no Andrea. Sabes muy bien que en este país no hay manera de encontrar un puñetero puesto de trabajo decente. La gente joven como nosotros, nos vemos obligados a salir fuera a trabajar; no nos queda más remedio. Yo no puedo permitirme por mucho más tiempo vivir contigo; bueno… ya sé que no tengo que pagarte el alquiler… ni consentirías que lo hiciera, pero… los gastos de luz, gas, etc. ¡No puedo seguir así! De todos modos, por intentarlo no pierdo nada. Puede ser positivo para mí. Domino bien el inglés, adquiriría una gran experiencia y siempre estaría a tiempo de dejarlo. Necesito crearme un futuro estable. Solo tenemos que mirar a nuestro alrededor y ver como es la realidad para nosotros. Y si tengo que viajar… pues viajaré y listo. Me imagino que es duro estar lejos de la familia y los amigos pero… me tengo que ganar la vida de alguna manera. En el fondo no puede ser tan malo.

      —Tienes razón. Yo lo tengo más fácil que tú. También podrías trabajar en la empresa de mi padre. Sabes que mi padre te contrataría en el mismísimo momento en que yo se lo pidiera. Aunque sé que no te gusta que te echen una mano, a no ser que no te quede más remedio.

      —Sí, me conoces bien —suspiro.

      —Carlos te echa de menos —me dice mirándome a los ojos muy seria—. Sabes que está deseando retomar esa relación que tuvisteis. Te adora. Eres lo mejor que le ha pasado y lo sabes.

      —Lo sé Andrea. Yo sí te puedo asegurar que él es lo mejor que me ha pasado a mí. Mi vida pasó de ser aburrida y gris a llenarse de color poco a poco. Me llenó de vida. No me di cuenta de que estaba colada por él hasta aquel día en el que fuimos por la tarde a El Retiro a dar una vuelta y a tomar algo en un chiringuito, aquel día que hicisteis que volcaran las dos barcas.

      —Ummm, lo recuerdo.

      —Carlos y yo decidimos quedarnos en la terraza del chiringuito. Me pareció raro que se quedara conmigo, es de los que se apunta a todo, no se pierde una. Yo sin embargo… conociéndoos como os conozco… preferí quedarme y mira después el resultado.

      —Ya te digo —dice arqueando sus perfectas cejas recordando—. Empapados hasta arriba.

      —Comenzamos a hablar, ya sabes, de todo un poco mientras tomábamos otro refresco y observábamos las tonterías que hacíais sobre las barcas. Nos reímos un montón.

      —Ya lo creo.

      Reímos al recordar.

      —Pese a que parecía estar divirtiéndose con vuestras burradas, le notaba intranquilo, algo diferente. Me dejó con la boca abierta cuando me dice de repente: quiero conocerte —mi amiga escucha con toda su atención esperando que continúe—. Ya me conoces le contesté y él me respondió: Te conozco como amiga y eres excepcional, pero no me refiero a esa faceta de ti, me refiero a íntimamente. Quiero conocer a la otra Marian… si tú quieres.

      —Nunca me has contado ese momento… ¡Qué bueno! —dice sin parar de reír—. Nos dimos cuenta de que había algo entre los dos cuando veíamos que os sentabais casi siempre juntos y que os mirabais mucho, como tórtolos. Para entonces ya llevabais cerca de un mes quedando a solas. ¿No?

      —Pues ya ves… —digo apenada mientras recuerdo esos primeros momentos en que quedábamos a solas, sin la pandilla, para indagar en nuestras emociones, en nuestros sentimientos e inquietudes; para “conocernos”.

      Andrea parece darse cuenta de que me duele recordar.

      —Estas poniéndote lánguida.

      —No sabes la de veces que he estado a punto de estropearlo todo… por culpa… de mis miedos. Fueron diez meses muy bonitos donde la sombra de Luis planeaba… pero al final pudieron más mis inseguridades y miedos que lo que sentía por Carlos.

      —Olvídalo, ya pasó —susurra mi amiga mientras coge una silla y se sienta a mi lado para abrazarme y acariciarme el pelo.

      —No puedo entender como un tipo como ese estuvo casi un año acosándome. Al principio, lo típico, te hace gracia. Piensas que le gustas y que solo trata de conquistarte, después se vuelve pesado y persistente, a continuación comienza a ser desagradable y por último…

      —Ya, ya, Marian. No lo pienses —Andrea se siente conmovida y no deja de abrazarme y acariciarme el pelo.

      —La verdad es que con el paso del tiempo he aprendido a asumirlo, pero a olvidarlo… no estoy segura del todo. No debo dejar que me afecte de nuevo. Si no hubiese sido por Carlos…

      —Venga, venga. Hubo un tiempo en que dejó de acosarte, ¿no? —dice mientras me suelta para mirarme a los ojos.

      —Sí, pensé que se habría cansado. Llevaba dos meses sin aparecer, sin llamarme. Pero como ya sabes… apareció en esa fiesta que dio Sarah en el chalet de sus padres, aprovechando que estos estaban de viaje por Irlanda.

      —Esa noche debí ir contigo a la fiesta. No debí dejarte sola.

      —Vamos Andrea, me hubiera quedado sola igual. Te hubiera salido algún plan, ya sabes…

      —Si merece la pena ya sabes que no digo que no a un buen polvo. ¿Qué fue lo que pasó en la fiesta? Nunca has querido contármelo.

      —Lo sé. Pensé que si no lo contaba tarde o temprano conseguiría olvidarlo, pero ya ves que no. Aquella noche flipé cuando vi a Luis aparecer en la fiesta. Se acercó a mí en un momento que estaba apartada del mogollón de gente y comenzó a hablar conmigo con naturalidad, como si no hubiera pasado nada entre nosotros. Yo desde luego no tenía ganas de increparle y montar un pollo. Fui correcta y hablé sin más con él. Estaba algo mareada, me había tomado una copa y se me subió rápido a la cabeza así que… cuando quise darme cuenta él estaba rodeándome con sus brazos tratando de besarme, me resistí, pero él era más fuerte. Me arrastró literalmente hacia una puerta, no recuerdo si era una habitación, baño o despacho. Forcejeaba y gritaba, pero con la música tan alta no podía oírme nadie, sobre todo porque él trataba de silenciar mi boca con la mano. Cuando ya me tenía casi dentro de la habitación semidesnuda a punto de culminar su propósito —sonrío al recordarle—, apareció Carlos y le pegó un primer puñetazo obligándole a soltarme. Después se liaron a golpes mientras yo, aturdida y asustada empecé a vestirme. Al cabo de unos minutos los demás se dieron cuenta y los separaron.

      —Carlos nunca ha querido hablar de ese momento y ahora entiendo por qué. Comprendo tu comportamiento con respecto a los hombres desde entonces.

      —Ya, no es agradable hacer lo que hizo Carlos. Luis se llevó una buena tunda. Mira que para entonces Carlos estaba delgado y no tenía pinta de dar los puñetazos que le propinaba. Le conocíamos poco por aquel entonces.

      —Sí. Venía de vez en cuando con la pandilla. Ramón y él se conocían de hacía tiempo.

      —Esa noche me marcó profundamente; si no llega a ser por Carlos… no quiero ni pensar que hubiera sucedido. Carlos me conmovió de manera especial, nunca olvidaré su expresión. Él no entendía cómo alguien podía hacer algo así. No sabía qué hacer, no sabía cómo ayudarme; no se apartó de mí en ningún momento. Me alejó de la fiesta hasta que estuve calmada. Después me llevó a casa. No consintió que nadie más lo hiciera —no puedo evitar reír al recordar su viejo coche, un Clio de color azul, un verdadero cascajo, pero le daba su servicio—. Por el camino iba repitiéndose a sí mismo en voz alta: “no entiendo cómo pueden existir tipos con una actitud tan indeseable”. El pobre llevaba los nudillos de la mano derecha al rojo vivo y la ceja izquierda partida. Me sentí culpable por verle así, estaba abatido y preocupado por mí.

      —Carlos siempre te ha hecho sentir segura, ¿no?

      —Sí. Me inspiró confianza desde aquel día como amigo y como pareja después también. Pero en cuanto al tema de la cama… me costaba horrores dejarme llevar. Ese imbécil me marcó. Recordar como me tocaba y como me besaba, ¡me daban náuseas solo al recordarlo! Carlos siempre se mostró paciente, cuidadoso conmigo, demasiado en algunos casos. Siempre tuvo claro que no iba a ser fácil mantener una relación con una chica