Rosa Castilla Díaz-Maroto

El despertar de Volvoreta


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sobre ello. En algún momento hemos hecho referencia a esa noche… pero a ninguno de los dos nos gusta recordar ese momento y menos a mí y él lo sabe, así que lo evitamos. La verdad es que es un episodio que tenemos en común y claro está… ninguno de los dos imaginábamos que íbamos a estar juntos después de aquello.

      —Lo tienes… por decir de alguna manera… “olvidado”.

      —Creo que en este momento… no estoy segura del todo.

      —¡Ay, Marian! —suspira—. ¿Quieres retomar la relación donde la dejaste?

      —Me encantaría retomar esa relación. Tengo muchos motivos por los que volvería una y mil veces con él. Echo de menos la forma en que me miraba, sereno, tranquilo. Me hacía reír de forma especial, quitándole importancia a cuando me ponía tensa en esos momentos en que… ¡Vamos Andrea, no me tires de la lengua!, sabes que no me gusta hablar del tema íntimo.

      —¡Dios, me encanta como lo cuentas!

      —Ya. Para que luego te mofes.

      —Para nada. ¡Me encanta como me descubres a Carlos!

      —Tiene una actitud hacia mí protectora, sin resultar agobiante. Sabe darme mi tiempo, mi espacio. No es celoso ni posesivo. Son dos de las virtudes que más valoro en él.

      —No me extraña que te haga sentir bien.

      —Sí, pero cuando me pedía algo más… la cama… ya sabes… me costaba quitarme de la cabeza a Luis.

      —Ya —sonríe sin ganas al ver la cara de frustración que pongo—. Comenzaban los conflictos.

      —Sí, y tengo miedo a que vuelva a pasar lo mismo. A no ser capaz de entregarme a él sin reservas, sin condiciones. Siempre he sentido que no he estado a su altura; que merecía algo más que una chica frustrada y frustrante a la vez.

      —Él ya sabía lo que había cuando te dijo que te quería conocer.

      —No Andrea, él no podía saberlo. Tampoco yo sabía cuál era la magnitud del daño que me había provocado ese innombrable. Posteriormente no he tenido relaciones lo suficientemente largas como para irme a la cama con algún chico. Hasta que Carlos decidió “conocerme”.

      —¿Qué vas hacer entonces? ¿Vas a hablar con él? ¿Os vais a dar otra oportunidad?

      —Quiero hablar con él, ver si realmente estamos los dos preparados para ello, sobre todo yo. Primero quiero centrarme en encontrar un trabajo y solucionar mis problemas más inmediatos, si quiero seguir viviendo contigo, claro. Carlos es una posibilidad que no descarto, lo tengo muy presente. Pero puede que él ya no quiera volver —digo con pena—. También está el hecho de que… ya sabes… no me porté muy bien con él —pongo cara de circunstancias al recordar lo impertinente que me volví con él sin merecérselo.

      —Creo que te estás equivocando.

      Miro a mi amiga preguntándome si ella sabe algo, si Carlos le ha insinuado o han hablado abiertamente de la posibilidad de retomar lo nuestro.

      —La verdad es que Carlos y yo tuvimos una corta pero bonita relación. Andrea, yo tan solo contaba con veintidós años, era y sigo siendo inexperta, él me saca cuatro años y quieras o no… se nota, era algo más maduro que yo.

      —Bueno, es normal, aunque ya sabemos que nosotras siempre vamos por delante en madurez.

      —Si tú lo dices… Mírame a mí… estoy más perdida…

      Carlos aceptó darme tiempo: sin reservas, sin peros, sin agobiarme. La verdad es que se ha portado muy bien todo este tiempo. Él, al igual que Andrea, han sido mis mejores amigos.

      —Ya hace algo más de un año que dejasteis lo vuestro. Ya es hora de que os deis otra oportunidad.

      —Sí, pero necesito despejar mi mente. Este ha sido un año largo y duro para mí. Necesito tener la cabeza desocupada. Ya te he dicho que primero tengo que solucionar otros asuntos.

      Pero ya tengo el pensamiento ocupado en gran parte por él. La verdad es que le echo de menos… me gusta demasiado. Trato de resistirme a él. Me pongo celosa pero que muy celosa, cuando alguna chica se le acerca; me muero de rabia y me contengo a duras penas. Tengo que reconocer que… de algún modo, me da miedo retomar la relación y fracasar cayendo en los mismos errores y en los mismos temores.

      Volver con Carlos; supone no poner condiciones. No sé si seré capaz de crecer emocionalmente al ritmo que él necesita. ¡Dudas, dudas, malditas dudas!

      —¡Está bien! —dice malhumorada, mientras va a su dormitorio.

      —¡Andrea, no me presiones! —le digo con contundencia.

      Tengo que hacer la llamada para concertar una cita y después miraré en Internet a qué se dedica la empresa Carson Project Spain.

      Me dispongo a llamar. Me citan para el próximo lunes día 26 a las 10 h. La empresa se encuentra en la zona norte de Madrid, en concreto en la carretera de La Coruña. Se trata de una filial.

      Me meto en Google y busco la empresa. Es un conglomerado de empresas diferentes entre sí: naviera, telecomunicaciones, empresas de transporte por carretera, petróleo, energías renovables, etc., repartidas por medio mundo.

      Suena el despertador. Lo apago de un manotazo y me doy la vuelta. Ya son la siete: tengo que prepararme para la entrevista.

      Me doy una ducha rápida. Menos mal que ayer domingo me lavé el pelo, así tardaré menos en arreglarme. Me visto con el traje de falda y chaqueta que me ha dejado Andrea. Me recojo el pelo con una pinza hacia atrás, rímel en las pestañas y meto en el bolso un brillo de labios de color natural.

      Estiro corriendo la cama, me agarro el bolso, el portafolios y me dirijo a la cocina. Me preparo un café con leche. Cojo las llaves del coche de Andrea, no le importa dejármelo. Llegaré antes a la cita, aunque el tráfico de Madrid en hora punta, ya se sabe.

      Me aplico el brillo en los labios mirándome en el gran espejo que tenemos en el pasillo de la entrada, abro la puerta y bajo corriendo las escaleras, llegaré pronto a mi destino. Tengo una corazonada.

      He llegado media hora antes. Voy a relajarme un momento, el tráfico es estresante. Pongo música para entretenerme un rato. Reviso mi móvil. No tengo llamadas ni mensajes. Saco un espejo del bolso y me cercioro de que cada cabello está en su sitio. Doy una nueva capa de brillo a mis labios y me dispongo a salir del coche para entrar en el edificio Carson Project Spain.

      El edificio es de cristal. Tiene dos grandes puertas automáticas a la entrada. El hall es enorme. La luz que entra a través de las vidrieras inunda el lugar. El suelo es de mármol gris oscuro. En medio del hall hay un mostrador grande de madera, color avellana oscuro, con forma de media luna, detalles en acero y con tres letras en el centro del frontal también en acero: CPS. En el mostrador hay tres jóvenes señoritas bien uniformadas, con exquisito gusto diría yo: una rubia y dos con el cabello más oscuro, perfectamente maquilladas.

      Me acerco a ellas.

      Entra y sale gente de los dos pasillos laterales que están justo detrás del mostrador. Allí están los ascensores que distribuyen a los trabajadores por las diez plantas del edificio.

      —¡Buenos días! ¿En qué puedo ayudarla? —me dice una de ellas, en concreto la rubia que lleva una chapita en la chaqueta con su nombre: Yolanda.

      —Tengo cita para una entrevista de trabajo.

      —Bien, tiene que ir a Recursos Humanos que está en la primera planta, por el pasillo de mi derecha. Tome el ascensor y, cuando salga, gire a su derecha y hacia el final del pasillo hay una sala de espera grande. Espere allí. La llamarán al mostrador que hay allí mismo.

      —¡Gracias!

      Me dirijo adonde me ha indicado la recepcionista.

      Al llegar a la sala veo que hay seis chicas esperando, más o menos de