Rosa Castilla Díaz-Maroto

El despertar de Volvoreta


Скачать книгу

cinco minutos, salen tres chicas, nada menos, por la puerta que hay al lado del mostrador. Todavía quedan diez minutos para la hora que me han citado. Una mujer de unos cincuenta años, bajita, de pelo corto y rubio, ojos saltones de color miel y amplia sonrisa, nombra a tres de las chicas que están esperando su turno. A los pocos minutos, dos de ellas salen. Vuelven a nombran a otra chica y seguidamente me nombran a mí.

      Paso por donde me indican. Me manda al final del pasillo, a un despacho donde un caballero de unos cincuenta años, está sentado detrás de una mesa repleta de carpetas. Tiene gesto serio y parece un tanto arrogante, pero por su media sonrisa juraría que es una persona afable. Sus pequeños ojos marrones me miran con curiosidad por encima de sus gafas.

      —Buenos días.

      —Buenos días. ¿Señorita Álvarez? —asiento con mi cabeza—. Por favor, siéntese.

      —Gracias.

      —Me llamo Román Ibarra, mi trabajo consiste en seleccionar al personal que va a trabajar en esta filial. Le voy a informar de en qué consiste el puesto a ocupar: Buscamos una persona de entre 25 y 30 años. Por lo que veo… creo que usted no los tiene aún cumplidos, ¿me equivoco? —me mira de nuevo por encima de sus lentes.

      —No señor.

      —Ya. Bueno, ya que está usted aquí y se ha tomado la molestia de madrugar… la entrevistaré.

      —Se lo agradezco señor.

      —¿Me permite usted su currículum para que pueda echarle un vistazo? —se lo extiendo con mano firme. Lo lee por encima y lo deposita en la mesa mientras me mira de nuevo por encima de sus lentes. Apoya los codos en la mesa y junta las yemas de los dedos de ambas manos.

      —Tiene usted una notable trayectoria universitaria. Además de unas buenas referencias —me mira con cierta curiosidad y eso hace que me afloren los nervios—. Veo también que ha trabajado en la biblioteca de la facultad. Bien —hace una pausa—. La persona que buscamos ocupará el puesto de asistente personal. Este puesto requiere a alguien que esté dispuesta a viajar sin problemas —vuelve a echar un vistazo al currículum—. Los trabajos que ha desempeñado son muy diferentes unos de otros —me sonríe—, menos de asistente personal o algo que se le parezca... ha trabajado usted de todo. De todos modos… —dice pensativo—, ya que está aquí... continuaremos con la entrevista.

      Vuelve a hacer una pausa, parece estar meditando y eso me desconcierta.

      —Entonces quedamos con que usted está dispuesta a viajar. ¿No hay problema en ello?

      —No señor, no tengo ningún problema en hacerlo, estoy totalmente disponible.

      —Ese es un punto importante a su favor.

      —Necesito trabajar, así que… tendré que hacer lo que haga falta.

      —Me gusta su actitud. La creo.

      Mira un momento sus papeles, los ordena y…

      —Ahora señorita, necesito que rellene este cuestionario, solo le llevará cinco minutos.

      Me acerca la hoja y un bolígrafo y me dispongo a rellenar el cuestionario. Respiro profundamente mientras lo leo por encima. ¡Estoy de los nervios! Este hombre me altera. Lo relleno y se lo entrego a la vez que le dedico una tímida sonrisa.

      Le echa un vistazo.

      —Bien. Ahora lo que estamos haciendo es una preselección. Mi equipo escogerá las solicitudes más interesantes —noto como observa con disimulo mi reacción—. Señorita Álvarez. ¿No sé si tiene usted alguna duda o pregunta que hacerme?

      —Me gustaría saber: ¿cuándo avisarán de que estoy preseleccionada o no? —le miro con interés.

      —En tres o cuatro días se les comunicará. De esa preselección saldrán varias candidatas y de esas candidatas se escogerá solo a una —sonríe—. Se lo comunicaremos mediante correo electrónico.

      Vuelve a mirarme por encima de sus gafas y me dedica una amplia sonrisa. Me mira con mucho detenimiento observando todos mis gestos y movimientos.

      —Gracias señorita. Que tenga usted suerte.

      Me ofrece la mano. Yo se la estrecho con una escueta sonrisa en los labios.

      “¡Suerte!… Lo que necesito es un milagro”, me digo.

      —¡Gracias señor!

      Cierro la puerta tras de mí. La entrevista ha sido fría, intensa y corta. Me siento de alguna manera decepcionada. Poco a poco me entra el bajón… me siento mal por haberme presentado. Como él ha dicho, no tengo experiencia en ese puesto; ni en algo que se le parezca. Creo que estoy en desventaja. Seguro que se han presentado chicas con mejores y más acertadas referencias que la mías.

      Salgo a la sala de espera y miro el reloj que allí hay. La entrevista ha durado escasos quince minutos, pero a mí me ha parecido una eternidad.

      Con pocas esperanzas, me dirijo al ascensor cabizbaja. Salgo de Carson Project Spain y me dirijo al coche de mi amiga. Me he desinflado totalmente, quizá no he estado a la altura de las circunstancias, pero por intentarlo que no quede.

      Al entrar por la puerta de casa me doy cuenta de que Andrea está esperándome ansiosa para preguntarme qué tal me ha ido la entrevista. Se lo cuento un poco por encima, pero sin ningún ánimo. Quizá más tarde lo vea de otra manera. Ella me anima con su sonrisa.

      ¡Al menos lo has intentado! —dice.

      CAPÍTULO 2

      Es miércoles.

      La semana transcurre tranquila, monótona. No he recibido todavía ningún correo ni llamada para un trabajo. Me lo tomo con tranquilidad; a ver... otra cosa no me queda. En el fondo tengo la extraña sensación de que me cogerán para el puesto en Carson. Solo quedan uno o a lo sumo dos días para recibir el correo más esperado. Es como estar esperando a que llegue el día del sorteo de la primitiva para ver si ha habido suerte... y te han tocado un montón de millones.

      Salgo a correr una hora todos los días que puedo. Esta semana necesito más que nunca distraerme para no comerme el coco. Voy de compras con Andrea, su ruta habitual: Gran Vía, Serrano… Una locura ir con ella, al menos me distraigo un buen rato probándonos modelitos.

      Pero con mi amiga no es suficiente, así que quedo a comer con Carlos.

      Últimamente nos vemos poco. Anda muy liado con su trabajo. El ascender en la empresa le lleva a más responsabilidad, a más preocupaciones. Por suerte está con un cliente no muy lejos de donde vivo, hemos quedado en Vips Castellana.

      Me espera junto a la puerta del restaurante. Hace frío y él aguanta el tipo estoicamente vestido con un impecable traje gris de Hugo Boss, camisa blanca y corbata color azul con pequeños motivos en gris plata. Lleva puestas unas gafas de sol tipo aviador y una enorme sonrisa que va iluminando su cara a medida que me voy acercando. Y yo con mis vaqueros, botas altas, jersey de cuello alto y la cazadora acolchada cerrada al máximo para que no se cuele el impertinente frío.

      ¡Tiene que estar helado!

      Cuando estoy frente a él se quita las gafas y me rodea con su brazo a la vez que me da un beso en la mejilla. Al tenerle tan cerca me doy cuenta de que su aspecto ha cambiado. En todo este tiempo no me he fijado en los cambios que se han ido produciendo en él, como su cabello, lo lleva más estiloso, se ha vuelto más coqueto. Y el traje: parece un modelo, le queda increíble. Antes resultaba algo desgarbado con los hombros caídos y ahora… se le ve que tiene percha. Sus hombros parecen fuertes y bien alineados.

      ¡Guau!

      Recuerdo por un instante la conversación que mantuve con Andrea sobre volver a retomar la relación con Carlos. Tengo que ser honesta conmigo, es difícil encontrar a una persona que encaje con una misma como lo hace él.

      —Hola Marian. ¡Cuánto tiempo! —dice sin ánimo de soltarme.

      —Algo