Mónica Alvarez Segade

Nacido para morir


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en los laterales.

      —¿Quién te ha hecho ese peinado? —le pregunté mientras practicábamos los pases en movimiento—. Mola mucho.

      —Mi madre. Es peluquera.

      —Quizá debería pedirle que me hiciera un corte de pelo nuevo —sugerí.

      —No te ofendas, Ben, pero un peinado con símbolos tribales africanos no es lo que mejor le va a un chico blanco —bromeó.

      —Oh, no, no me refería a un peinado como el tuyo —expliqué—. Pero tiene talento.

      —Bueno, si quieres pasarte, su peluquería está junto al MSS.

      —¿MSS? —repetí confuso.

      —El Mike’s Sports Spot. MSS para abreviar.

      Mike’s Sports Spot era la tienda de deportes. Realmente debía prestar más atención, porque en aquella primera exploración de Elmer’s Grove no me había dado cuenta de que había una peluquería junto a la tienda.

      —Anotado.

      —De todas formas, si quieres mi opinión, el pelo así de largo te queda muy bien.

      —¡En silencio, señoritas! —nos amonestó el entrenador.

      Al terminar el entrenamiento, pregunté a Danny si quería quedarse en la biblioteca a hacer el trabajo conmigo y con Charlie.

      —Cuantos más mejor —dije.

      —No puedo, tío, tengo que llevar a mi hermana a casa —explicó—. Quizá otro día.

      —Claro.

      En los vestuarios, le dije a Hunter que iba a la biblioteca a estudiar con Charlie y extendí la invitación a su persona. Accedió, así que apuramos todo lo posible para no hacer esperar a Charlie.

      La hermana de Charlie, Hayley, estaba en la biblioteca cuando entramos, sentada junto a él. Se parecían mucho, incluso ella tenía el mismo peinado, solo que su pelo era más largo y llevaba el flequillo teñido de rosa. Se sonrojó al presentarse y no paró de echarme miradas furtivas en todo el tiempo que estuvimos allí. Finalmente, tras varios intentos y tras consultar varias webs y artículos en línea sobre la Guerra Civil, escribí un borrador del que me sentía satisfecho. Se estaba haciendo tarde, así que le pregunté a Hunter si le importaba que nos fuéramos ya.

      —No, ya he acabado con los ejercicios de Precálculo —dijo. Reprimí un gruñido, yo todavía tenía que hacer esos; menos mal que aún tenía un día para acabarlos.

      Nos despedimos de Charlie y de Hayley y, tras recoger nuestras cosas, nos encaminamos hacia el aparcamiento; el mío era el único coche que quedaba en la parte de los alumnos.

      —Creo que la hermana de Charlie está por ti —dijo Hunter divertido.

      —¿Hayley? Nah, no creo.

      —Pues yo creo que sí —replicó Hunter—. No ha parado de mirarte, claramente le gustas.

      —¿Y qué si le gusto? Tío, tiene trece años —le recordé.

      —Catorce —me corrigió—. No digo que le pidas salir, solo que tienes una admiradora —añadió sonriendo.

      Cuando llegué a casa, mi padre me estaba esperando en el salón, con un libro abierto delante de él.

      —Ben, ven a ver esto —me dijo.

      Era el anuario de mamá. Papá la señaló entre las animadoras, pero la verdad es que no hacía falta, apenas había cambiado. Se la veía más joven y con un peinado muy…, bueno, de la época, pero del resto estaba igual. Incluso los uniformes de las animadoras parecían no haber cambiado demasiado.

      —¿En qué pensabais en los ochenta? —pregunté, intentando no reírme.

      —En que eran los ochenta —respondió. Me reí—. Yo lucía una cresta a tu edad.

      Papá era ocho años mayor que mamá, por lo que ya era un adolescente a principios de los ochenta. Y adepto a la estética punk, al parecer. Como cierto par de mellizos…

      —¿Fuiste a algún concierto? Cuando tenías mi edad, me refiero.

      —Vi a los Sex Pistols y a los Dead Boys en el CBGB cuando tenía dieciséis años. Me colé con unos amigos, de otra manera no me hubieran dejado entrar. Fue mi primera borrachera. —Sonrió al recordarlo—. Pero tú no deberías beber —añadió rápidamente.

      —No lo hago.

      Había probado el alcohol una vez y me resultó tan repugnante que no me quedaron ganas de volver a beber. La verdad, no entendía como a la gente podía gustarle emborracharse hasta perder el sentido (y la memoria).

      —Bien.

      —Oye, papá…

      —¿Sí?

      —Siento mucho lo que pasó el otro día —dije avergonzado.

      —Yo también lo siento. Sé que te está costando adaptarte y no fui del todo justo contigo —admitió. Guau, debía de sentirse realmente arrepentido si estaba admitiendo que se había equivocado—. Te he comprado una cosa —añadió tras una pausa, sacando un paquetito de su bolsillo.

      —¿Qué es?

      —Ábrelo y lo sabrás.

      Rasgué un lateral del envoltorio en forma de sobre y una brújula cayó en la palma de mi mano.

      —Es un llavero, así siempre podrás llevarla contigo —explicó.

      —Gracias, papá.

      Bueno, al menos era un llavero original, ya que por el momento no pensaba volver a adentrarme en el bosque. Probablemente no pasara nada si me encontraba de nuevo con Evelyn, e incluso puede que se alegrase de verme (yo sí me alegraría de verla), pero Reed era harina de otro costal y no creía que le gustara verme merodeando por su territorio. No, mejor me mantenía alejado de los árboles.

      Tras la cena lavé los platos, ordené mi habitación y pasé a limpio el trabajo de Historia, agotado tras el largo día. Cuando me fui a la cama eran casi las once y me dormí enseguida. No importó mucho, en realidad, porque tuve pesadillas con bosques y vampiros. Al despertar no recordaba apenas detalles, pero me sentía tan cansado como si me hubiera pasado la noche de fiesta.

      Al día siguiente, en el instituto, sucedió algo inesperado. Lorelei y Stella se acercaron a nuestra mesa durante la comida.

      —¿Nos podemos sentar? —preguntó Lorelei.

      —Sí, claro —respondió Kyle.

      —Gracias.

      Lorelei se sentó al lado de Kyle y Stella a su lado, en el sitio libre que quedaba junto a mí. Me sonrió, parpadeando lentamente. Eso mismo era lo que había hecho Evelyn tras insinuar que yo le gustaba.

      —Stella y yo estábamos hablando de lo genial que parece el equipo de baloncesto de este año —comentó Lorelei—, y que sería genial que tú y yo quedáramos algún día.

      —¿Como una cita? —preguntó Kyle, intentando, sin éxito, hacer como si nada.

      —Ajá. Pero Stella no tiene con quién ir y nos gustaría que fuera una cita doble ―continuó Lorelei—. Ya sabes, ella es mi mejor amiga y lo hacemos todo juntas.

      —Ben, ¿querrías venir conmigo? —preguntó entonces Stella sonriéndome.

      —Me encantaría, pero estoy castigado, lo siento —me excusé.

      Stella era muy guapa, pero no quería tener ninguna cita en ese momento. Sobre todo porque cada vez que evocaba una imagen femenina, me venía a la mente Evelyn, con su deslumbrante sonrisa. Probablemente algo andaba mal en mi cabeza para que me sintiera atraído por ella, pero no tenía tiempo de pararme a pensar en ello o me volvería loco. No tenía sentido; me había secuestrado, y casi había muerto,