Mónica Alvarez Segade

Nacido para morir


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límites de la orden que me había dado Evelyn. No es que quisiera contarlo, pero me preocupaba que ella pudiera controlar mi comportamiento con su «encanto» o como quiera que lo llamara; para mí era hipnosis y punto.

      —Había una vez un chico que se internó en el bosque… —empecé.

      Les conté mi aventura, pero sin mencionar que había ocurrido de verdad o que era yo el protagonista, y cambié la palabra «vampiros» por «asesinos en serie» y al ciervo por un cadáver. Obviamente, en mi historia, el chico moría tras ser torturado por la malvada pareja de asesinos. Al parecer, si cambiaba los detalles lo suficiente, sí podía hablar de ello. Era bueno saberlo.

      —¡Tío, eres superretorcido! —silbó Hunter cuando acabé—. Me gusta.

      —Sí, esa no la conocía —comentó Jim—. Ahora me toca a mí; pásame la linterna, Ben.

      Jim contó una historia sobre una página web maldita que te volvía loco y al final, acababas suicidándote. Luego, Hunter contó una sobre unos excursionistas que se habían perdido en un bosque en plena tormenta de nieve.

      —Y cuando los encontraron, solo quedaba uno de ellos con vida, pero ya no era del todo humano, se había vuelto caníbal —dijo con tono teatral—. Había matado y se había comido a los otros dos para sobrevivir. Así que lo internaron en un centro psiquiátrico, donde murió de hambre, porque ya no quería comer nada que no fuera carne humana.

      —Muy divertido —dijo Charlie arrebatándole la linterna—. Yo sí que tengo algo verdaderamente terrorífico. Y no lo es tanto porque haya sangre, o asesinos, sino porque ocurrió de verdad. Cuando mi abuela era una niña, había un hombre que venía a visitarla todas las noches. Llevaba un traje anticuado y se quedaba en la puerta de su habitación, mirándola, y ella no podía moverse hasta que se iba.

      »Un día, decidió contárselo a sus padres, pero le dijeron que solo eran imaginaciones suyas. Y ella lo creyó, así que cada vez que venía el hombre del traje, ella cerraba los ojos hasta que sentía que se podía mover de nuevo. Pero un día acompañó a su madre al cementerio y en una de las lápidas vio una foto: era el hombre del traje. Le preguntó a su madre sobre ello, pero ella no sabía quién era. Las visitas continuaron hasta que cumplió los trece años. Tiempo después, estaba en la biblioteca con unas amigas haciendo un trabajo para clase y vio la foto del hombre del traje en un periódico antiguo: había sido condenado a muerte por raptar, torturar y asesinar a dos niñas, dos hermanas; la mayor tenía trece años cuando murió. Cuando mi abuela miró la dirección, no se lo pudo creer: la casa de las niñas era donde ella vivía entonces y su dormitorio era el que había sido de las hermanas. Cuando sus padres murieron, ella vendió la casa, por si acaso, y desde entonces todos los niños que han vivido en la casa afirman haber visto al hombre del traje.

      —¿Y qué pasó con la casa? —inquirí—. Es decir, ¿sigue viviendo gente en ella?

      —No, los últimos propietarios la pusieron a la venta hace diez años, pero nadie la compró, así que se la quedó el banco. Una vez fui a verla y está en ruinas.

      —Tenemos que ir a esa casa —declaró Hunter.

      —No creo que le viéramos —dijo Charlie—. Pasamos de los trece años, y hay que tener esa edad o menos para verle. Además, el hombre del traje prefiere a las niñas.

      —¿Cuándo te contó tu abuela esa historia? —quiso saber Jim.

      —La primera vez cuando tenía diez años. Tenía un sentido del humor un poco peculiar.

      —¿Tenía? —repetí.

      —Sí, ahora tiene demencia senil o algo así —explicó Charlie apenado—. Cuando voy a verla, siempre me cuenta esta historia, una y otra vez. Casi parece que es lo único que recuerda.

      —Lo siento, tío —dijo Hunter—. Aun así, deberíamos ir. Acampar una noche o algo.

      Todos estuvimos de acuerdo y fijamos la fecha para dos fines de semana después. A nadie se le ocurrió invitar a Jeremy o a Kyle, y la verdad es que me alegré.

      Esa noche dormí bien, sin sueños a pesar de las historias de terror, y el domingo lo dediqué casi por entero a hacer los deberes y mirar el reloj cada poco. Parecía que el lunes no iba a llegar lo suficientemente rápido. Sin embargo, cuando llegó el día, mi nombre encabezaba la lista de los admitidos.

      —¿Ves? Te lo dije —dijo Hunter con una gran sonrisa.

      Los demás me palmearon la espalda felicitándome. Había estado todo el fin de semana nervioso sin razón alguna, así que sonreí aliviado. Los entrenamientos eran lunes, miércoles y viernes, después de clase, duraban hora y media y, aunque dejaban poco tiempo para hacer los deberes antes de la cena, no me preocupaba.

      Apenas cabía en mí de gozo y de nuevo me costó concentrarme en las clases. En el recreo, Kyle se disculpó por haber sido tan capullo conmigo, lo que me sorprendió mucho, aunque gratamente.

      —Creía que mi viejo iba a darte la capitanía… No es que no reconozca que eres bueno, pero… supongo que me cegué un poco —admitió avergonzado.

      —No te preocupes, lo entiendo —dije—. Solo quieres que tu padre reconozca tu valía, eso es todo.

      —Sí. En fin, nos veremos en los entrenamientos.

      Sonreí: el día estaba yendo mejor de lo que esperaba de un lunes. Pero en clase de Historia Americana el señor Jenkins se encargó de desinflar mi burbuja de felicidad anunciando que nos ponía un trabajo.

      —Quiero que hagáis una cronología de la Guerra Civil y escribáis un resumen de lo más importante de cada batalla. Tenéis hasta el jueves para entregarme algo decente. Y ahora, sigamos. Señorita Martins, empiece a leer, por favor.

      Rezongué, al igual que media clase. Stella Martins, la animadora que me había saludado el viernes anterior, empezó a leer con voz monótona. Era más fácil que intentar tomar apuntes a toda velocidad, pero también mucho más aburrido.

      —Oye, ¿quieres quedar después de clase para hacer el trabajo? —me preguntó Charlie cuando acabó la clase.

      —No puedo, tengo entrenamiento —le recordé.

      —¡Ah, es verdad! Se me había olvidado que tú también estás en el equipo ―dijo—. Enhorabuena por entrar, por cierto.

      —Gracias.

      —De todos modos, puedo esperarte si quieres; tengo que hacer unas cosas para el periódico y ayudar a mi hermana con sus deberes —explicó—, así que probablemente no termine hasta que salgas del entrenamiento.

      —De acuerdo, entonces. Nos vemos en la biblioteca después del entrenamiento.

      El primer entrenamiento de baloncesto fue bastante bien. Había algunas nuevas incorporaciones, así que el entrenador empezó con un ejercicio para que nos fuéramos conociendo. Consistía en que primero nos pasábamos la pelota diciendo nuestro nombre al recibirla y después, tras un par de vueltas (pasándola cada vez más rápido), diciendo el nombre del jugador a nuestra derecha y luego el del que estaba a nuestra izquierda. Al cabo de un rato, empezaron a sonarme casi todos los nombres.

      —Muy bien. Ahora que os conocéis un poco mejor, quiero que os pongáis por parejas —indicó el entrenador—. Vamos a empezar trabajando los pases cortos.

      Ni Charlie ni Jeremy, a pesar de gustarles jugar, estaban en el equipo, así que el compañero de Kyle por defecto cuando se trataba de hacer ejercicios por parejas era Hunter. Durante un momento, me encontré desorientado, hasta que uno de los jugadores tuvo compasión de mí y se me acercó.

      —¡Hola! —saludó alegremente—. Eres Ben, ¿verdad?

      —Sí.

      —Soy Danny Hawkins —se presentó tendiéndome la mano—. Me siento detrás de ti en Historia Americana y en Español.

      —Encantado de conocerte —respondí estrechándosela.