Mónica Alvarez Segade

Nacido para morir


Скачать книгу

así! —le regañó Evelyn—. Tenemos que pensar bien esto, Reed.

      —Matarle y ocultar su cuerpo es la solución más fácil —propuso él encogiéndose de hombros.

      —Quizá, pero no la más sensata —replicó ella.

      —No quieres matarle porque crees que es guapo, ¿verdad?

      —¡De eso nada! —le gritó ella—. Bueno, es guapo, pero ese no es el motivo en absoluto —añadió.

      —Vale, pues entonces no tendrás inconveniente en que nos bebamos su sangre y quememos su cadáver —dijo él.

      —¡No, por favor! —intervine, con la voz una octava más aguda de lo normal por el pánico.

      —¿No? —Reed se volvió hacia mí; si las miradas matasen…—. Dame una sola razón para no hacerlo.

      El corazón me iba a mil por hora, pero de algún modo logré dar con una respuesta satisfactoria antes de que a Reed se le acabase la paciencia.

      —Si me matas, en un par de días tendrás a toda la policía de Elmer’s Grove y alrededores buscándome, peinando el bosque con perros y con voluntarios —indiqué, hablando despacio para que no me temblara la voz ni tartamudeara de nuevo—. No creo que eso sea lo que quieres.

      —Tiene razón, ¿sabes? —dijo Evelyn. Respiré hondo aliviado—. Tenemos que ser más listos.

      —Ya, bueno, ¡pues no podemos devolverle tal cual! —exclamó Reed.

      —Ya… Eso es cierto —aceptó Evelyn.

      Se quedaron callados unos momentos, pensando qué iban a hacer conmigo. Nunca he sido muy religioso, pero mentiría si dijera que no lancé una plegaria a cualquier dios que pudiera estar escuchándome.

      —Borrémosle la memoria —sugirió entonces Reed.

      —¡No! —exclamó ella rápidamente.

      —¿Por qué no? —quiso saber él, un poco mosca—. Es lo más fácil y sensato después de matarle y ya hemos descartado esa opción.

      —No puedo decirte por qué, pero tengo la sensación de que eso no es lo mejor a largo plazo —respondió ella a la defensiva.

      —No puedes decirme por qué, ¿eh? —se burló él—. Eso no se lo cree nadie, hermanita.

      —Tengo mis razones y no te importan, ¿vale? —espetó ella cruzándose de brazos.

      Se miraron intensamente durante al menos un minuto, como en un silencioso duelo de voluntades.

      —Escuda tu mente todo lo que quieras, Eve, pero sé que me estás ocultando algo ―dijo Reed al final.

      —Lo que tú digas, pero no vas a borrarle la memoria.

      —¿Y qué hacemos, entonces? —preguntó Reed.

      —Le prohibimos hablar de ello y le devolvemos a su casa —respondió Evelyn decidida.

      ¿Prohibirme hablar de ello? Vale, pero la verdad es que no necesitaba ningún estímulo extra para no contar todo eso. Y de todas formas, aunque lo contara, todo el mundo me tomaría por loco, así que poco daño iba a hacer.

      —¿Ves? Ni siquiera se da cuenta de lo que podría implicar que la gente lo supiera ―dijo entonces Reed, señalándome—. Sería mejor que se lo borráramos.

      ¿Qué demonios? ¿Acababa de leerme el pensamiento? Era algo alarmante (más aún), pero que me hubiera leído la mente era la única explicación a un comentario que de otro modo resultaría completamente aleatorio y sin sentido. Espeluznante.

      —¿Acaso dudas de mi encanto, hermano? Sé lo que me hago. Ben, no vas a decir nada de esto —añadió, inclinándose para poner su cara a la altura de la mía—: nada de lo que pasó en el claro, ni de este lugar, ni mucho menos de mí o de Reed.

      —No diré nada, pero…

      —Ben, mírame a los ojos cuando te hablo —ordenó haciéndome una seña con el dedo. Estaba harto de que me interrumpieran esa noche, pero en cuanto la miré perdí el hilo de mis pensamientos y no fui capaz de replicar—. No vas a contarle nada de esto a nadie, no hablarás de mí o de mi hermano, ni de lo que has visto en el claro y, por supuesto, no mencionarás la palabra «vampiro» cuando te refieras a tu pequeña aventura en el bosque, ¿entendido?

      —Entendido.

      En mi mente repentinamente algodonosa, su petición resultaba de lo más lógica y razonable. ¿Por qué hablar a la gente de vampiros, cuando lo mínimo que pasaría es que me tomaran por loco o pensaran que estaba bromeando? No, mejor inventar una excusa más plausible…

      —Bien. Llévatelo de aquí, por favor —pidió Reed.

      —¡Es una pena que no puedas quedarte más tiempo!… —suspiró Evelyn, sacando una navaja del bolsillo y empezando a cortar mis ataduras—. Podríamos divertirnos mucho, tú y yo.

      —¿Di-ver-tir-nos? —repetí, saliendo del embotamiento.

      —Sí, ya sabes… —respondió guiñándome un ojo.

      ¡Ah, qué bien! Le gustaba a la chica vampiro. Su hermano me miró de una forma que sugería que me arrancaría el brazo si intentaba tocarla, así que aparté la vista de ambos, intimidado.

      —Eres muy guapa, pero no me van las chicas que quieren matarme —dije frotándome las doloridas muñecas. Reed arqueó una ceja y pensé que quizá me había pasado—. No te ofendas —añadí rápidamente, aunque lo que quería decir era «no me mates».

      Nunca he podido controlar la verborrea en momentos de nerviosismo o estrés.

      —No me ofendo, pero quien quiere matarte es Reed, no yo —replicó ella mirándome directamente a los ojos mientras cortaba la cinta de mis tobillos.

      Su cara estaba justo entre mis rodillas cuando sonrió; una ola de calor me recorrió la columna y noté como me sonrojaba. Ella sonrió más ampliamente, parpadeando con lentitud, y Reed puso los ojos en blanco, exasperado.

      —Llévatelo ya, antes de que cambie de idea sobre lo de matarle —la urgió, mirándome directamente mientras hablaba; el tono gélido de su voz hizo que me estremeciera.

      Salimos fuera de la cabaña. Desde el exterior, parecía una maraña de arbustos y enredaderas. Lo único que la delataba era la puerta, pero en cuanto Evelyn movió un par de ramas para taparla resultó prácticamente indistinguible. Ella encendió una linterna, probablemente por deferencia hacia mí, y echamos a andar.

      —Parece más pequeña desde fuera —comenté, en un intento más neutro de romper el silencio incómodo.

      —Es porque está construida sobre una depresión natural del suelo —explicó—. Lo único que Reed y yo hicimos fue expandirla y nivelar el terreno.

      —Muy ingenioso. —Más silencio incómodo—. ¿Qué me has hecho? —me atreví a preguntar—. Sé que me hiciste algo, a mi mente, hace un rato.

      —Usé la hipnosis contigo, aunque nosotros lo llamamos «encanto» ―respondió ella—. Mirar a los ojos a un vampiro es peligroso. Pero, claro, tenemos ojos bonitos que quieres mirar.

      —Y que lo digas.

      —¡Qué gracioso eres! —rio. Estaba muy guapa cuando reía. Letalmente guapa―. En fin, será mejor que te lleve a casa. ¿Dónde vives?

      —En el número 10 de la calle Maple —dije.

      —Sé dónde está —dijo antes de que yo pudiera explicarle nada—. Será mejor que cierres los ojos.

      —¿Por qué? —inquirí inseguro—. ¿Qué vas a hacer?

      —No voy a morderte si es lo que piensas —me aseguró—. Hazme caso, cierra los ojos y coge aire.

      —Está