Mónica Alvarez Segade

Nacido para morir


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      —Pero es realmente tronchante ver a Dodson embutido en ese traje —dijo Kyle, que llegaba en ese momento en su moto—. ¿Qué pasa, tíos?

      Mientras nos saludábamos, llegaron Jim y Jeremy, y otro chico al que no conocía. Este era de estatura media, tenía los ojos azules, el pelo castaño hasta los hombros con un flequillo que le tapaba las cejas, y algunas pecas. Ese debía ser el chico que no había ido el día anterior.

      —Perdonad que no fuera ayer —se disculpó—, pero mi madre se puso como loca y me tuvo toda la tarde ocupado con chorradas.

      —No pasa nada, tío, lo entendemos —replicó Hunter—. Este es Ben, acaba de mudarse —añadió, llamando la atención de Charlie sobre mí.

      —Encantado de conocerte, tío —dijo Charlie mientras estrechábamos las manos—. Soy Charlie Glass.

      —Ben Connor, encantado.

      Hechas las presentaciones, iba a seguirles al interior del edificio cuando un Mini Cabrio rojo aparcó cerca de donde estábamos. Me llamó la atención porque debía de ser el coche más caro y nuevo de todo el aparcamiento, sin contar quizá el mío. Una chica con pelo largo y rubio rojizo se bajó del coche, se puso las gafas de sol que llevaba a modo de diadema y se encaminó hacia la puerta del instituto como si fuera la dueña del lugar.

      —¿Quién es esa? —pregunté.

      —¿Quién? —preguntó Hunter, siguiendo la dirección de mi mirada—. Oh, ella. Es Lorelei Parks, la capitana de las animadoras.

      —Es la tía más buena de toda la escuela —dijo Jeremy.

      —Ya te digo —intervino Kyle—. ¡Lo que le haría si se dejase…!

      No respondí nada. Kyle estaba empezando a resultar un poco irritante, siempre hablando de aquella forma tan gráfica. Pero luego recordé lo que había dicho Hunter sobre su madre y pensé que quizá Kyle estuviera un poco resentido con las mujeres en general. Entonces sonó el timbre y entramos.

      —Oye, deberías apuntarte a las pruebas para el equipo de baloncesto —dijo Hunter entonces, cambiando completamente el tema de conversación.

      —La verdad es que ya lo había pensado —dije.

      —¿Jugabas en tu anterior instituto? —quiso saber Jim.

      —Sí, de escolta. Pero soy bastante versátil, en realidad —añadí, por si acaso estaba pisando la posición de alguien.

      —Las pruebas son este viernes, después de clase —me informó Kyle—. No hace falta que parezcas de la NBA, mi padre acepta a cualquiera que sepa encestar un triple.

      —No hay problema.

      Las clases no me plantearon un reto, pero, claro, era el primer día. Resultaba extraño estar en un instituto tan pequeño, sin cosas como detectores de metales, pizarras inteligentes o pantallas en los pasillos. En su lugar había un sistema de megafonía anticuado, pósters en las paredes y anuncios clavados en tableros de corcho. Al menos habían sustituido los antiguos encerados por pizarras blancas, de esas en las que se usan rotuladores para escribir.

      Como era el único chico nuevo en toda la escuela y Elmer’s Grove era un pueblo pequeño donde todos se conocían ya aunque solo fuera de vista, todos me miraban y cuchicheaban a mi paso. Algunas chicas soltaban risitas nerviosas cuando pasaba a su lado y una chica con aparatos y muchas pecas dejó caer los libros que llevaba cuando miré en su dirección.

      —Las tienes loquitas, ¿eh? —comentó Kyle.

      —Mi hermana dice que estás cañón —me informó Charlie.

      —¿En qué curso está? —quise saber.

      —En noveno.

      —Demasiado joven —reí.

      —Sí, pero la de las pecas es Carol Jenkins, solo es un año menor que nosotros ―añadió Hunter.

      —¿Y?

      —Pues eso, que las has impresionado a todas.

      —Solo soy la novedad —dije encogiéndome de hombros—. En un par de semanas se les habrá pasado.

      Nunca me había parado a pensar en mi propio atractivo en comparación con el de otros chicos. Sabía que era guapo (al menos eso decía mi madre) y había salido con algunas chicas en Nueva York, pero allí nadie babeaba a mi paso.

      En la comida nos sentamos juntos. Como no llovía, Jeremy sugirió que usáramos una de las mesas del exterior, justo frente a la cafetería, y todos accedimos.

      No sé por qué esperaba bancos de piedra, como en un merendero, pero resultó que eran mesas redondas de metal y plástico verde, al igual que los bancos que tenían acoplados. Sin embargo, no había mucho que ver en cuanto al paisaje, pues esa parte del instituto estaba rodeada de árboles, altos pinos de denso follaje perenne, así que enseguida volví mi atención a los otros estudiantes.

      Un par de chicos y una chica con pintas un poco excéntricas se sentaban a dos mesas de nosotros. Uno de los chicos tenía un pincho a modo de piercing en una ceja y el otro llevaba el pelo en una cresta, teñido de verde. La chica vestía un corsé rojo y falda negra, como en un cuadro antiguo. El chico del piercing la miraba con verdadera adoración.

      —¡La reina Rarita ha reunido a su corte! —se mofó Kyle—. ¡Vayamos todos a rendirle pleitesía!

      —¿Reina Rarita? —repetí confuso.

      —Se refiere a Raven —aclaró Charlie—. Es nuestra chica gótica residente y la presidenta del club de mitología. Esos que ves ahí con ella son el resto de los integrantes.

      En mi vida había oído hablar de un club semejante.

      —¿Y qué es lo que hacen? —quise saber.

      —Estudian mitos de todo el mundo y su impacto en la cultura moderna —dijo Charlie—. Al menos eso es lo que dice su póster.

      —Entiendo.

      —Yo que tú no perdería el tiempo en hablar con ella, Ben —me aconsejó Hunter—. Está obsesionada con los vampiros. A menos que vistas de negro y tengas colmillos, no le interesas.

      —Es una estirada —dijo Jeremy—. Está buena, pero como que se siente superior a todos los demás, ¿sabes?

      —Yo creo que se comporta así porque su padre es el alcalde —apuntó Jim.

      La primera clase después de la comida era Historia Americana. Me senté al lado de Charlie, el único de mis nuevos amigos que tenía también esa asignatura.

      —Muy bien, silencio, las vacaciones han terminado —dijo entonces el profesor. El señor Jenkins (el padre de Carol) tenía el pelo tan rojo como su hija, pero le raleaba en la frente, y llevaba unas gruesas gafas de pasta negra que le daban un aire severo—. Espero que hayáis pasado un buen verano y todo eso, pero es hora de ponerse las pilas de nuevo. Antes de empezar, sin embargo, como todos sabéis, este año tenemos un estudiante nuevo. Clase, saludad a Benjamin Connor.

      —¡Hola, Benjamin! —dijo la clase a coro. Me limité a saludarles con la mano, un poco cohibido.

      —Bien. Hechas las presentaciones, empecemos.

      No paré de tomar apuntes en toda la hora. El señor Jenkins era de esos profesores que, una vez cogen carrerilla, no hay quien les pare, y tuve que esforzarme por seguirle el ritmo. Al final de la clase, mis apuntes eran casi ininteligibles.

      —No te preocupes —me dijo Charlie—, tengo los apuntes de mi primo en casa. El señor Jenkins lleva unos diez años dando clase y siempre es igual.

      —Gracias.

      Después de clase de Historia Americana me dirigí a mi taquilla para coger mis cosas de Educación Física; ¡por fin una asignatura que realmente me gustaba! Y lo mejor era que, a excepción de Jim, que tenía otra clase a