Mónica Alvarez Segade

Nacido para morir


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alguna casualidad del destino, acabé en el equipo contrario al de Kyle, que sonrió con cierta perversión, como si alguien le hubiera retado a machacar al chico nuevo. Antes de que acabara la clase estaba sudando a mares, pero me lo había pasado realmente bien.

      Las últimas clases fueron aburridas en comparación con la clase de Educación Física, pero al final del día me encontré con un montón de deberes. Suspirando ante la tarde que me esperaba, me reuní con los chicos a la salida. Kyle se montó en su moto casi sin despedirse, Charlie se fue en su bicicleta y Jim y Jeremy, que eran vecinos, en el monovolumen del primero.

      —Oye, si no tienes coche, no me importaría que vinieras conmigo al insti —le dije a Hunter.

      —Pues me harías un gran favor, detesto tener que venir en bici, sobre todo cuando llueve.

      —O sea, casi siempre —bromeé.

      —Exacto. Oh, mira eso —añadió con un súbito tono lascivo.

      Me giré para ver de lo que hablaba: Lorelei y otra chica cuyo nombre no sabía estaban en el coche de la primera. Lorelei se estaba estirando en el asiento del conductor, de modo que su escaso top dejaba ver parte del sujetador.

      Debió notar que la mirábamos, porque nos saludó con la mano. Le devolví el saludo, confundido. La otra chica le dio un codazo y ella arrancó el coche y se fueron.

      —¡Oh, Lorelei…! —bromeó Hunter—. Anda, vámonos.

      Esa noche, después de la previsible conversación durante la cena sobre el primer día, hice los deberes y me fui a dormir pronto. Soñé que volvía a estar en Nueva York.

      En mi sueño, estaba en el lugar donde los Garage Suckers solían ensayar, el centro juvenil de mi barrio. Adam estaba dándole a la batería con desgana y los otros ni siquiera estaban tocando, pero cuando me vieron todos corrieron a abrazarme como si no me hubieran visto en años, hablando todos a la vez.

      —Te echamos de menos, Ben —me decía Chris—. Vuelve, por favor.

      —Vuelve —decía Adam.

      —Vuelve, te echamos de menos —añadía Tommy.

      —Te echamos de menos —repetía Leo.

      —Te…

      Desperté entonces; había sido tan vívido que me sentí muy desilusionado. Miré el reloj: las cuatro de la mañana. Decidí darme una ducha para quitarme el sudor de la piel y volver a dormir, pero después de un rato me di cuenta de que no iba a ser posible; así que, para despejarme, salí a correr antes de desayunar. Cuando pasé a recoger a Hunter estaba totalmente calmado.

      CAPÍTULO 3

      El Chico No

      La semana fue de mal en peor a partir del martes. En las clases no me estaba yendo tan bien como debería, básicamente porque me pasaba gran parte de mi tiempo de estudio chateando con Chris o algunos de los otros y luego hacía los deberes a toda prisa. Sabía que no debía hacerlo, y todos los días me prometía empezar antes; pero todos los días acababa diciéndome a mí mismo que, si no hablaba primero con ellos, no podría hacerlo debido a la diferencia horaria, y no quería perder el contacto con mis amigos de Nueva York.

      Además de eso, Kyle estaba cada vez más competitivo conmigo, hasta el punto de que, cuando llegó el jueves, llegué a plantearme no presentarme a las pruebas de baloncesto.

      —Tío, no hagas caso de Kyle, todo el mundo sabe que se le va la fuerza por la boca —dijo Hunter cuando se lo comenté, de camino a casa desde el instituto—. Preséntate, por favor. Te necesitamos.

      —De acuerdo, me presentaré —claudiqué.

      —Genial. ¿Quieres venir a hacer los deberes a mi casa? —preguntó al bajarse del coche.

      —Vale. Voy a por mis cosas.

      —Te espero en mi casa.

      Pero la que yo pensaba que iba a ser una quedada tranquila para estudiar acabó incluyendo a todos los demás. Así que, como no cabíamos todos en la habitación de Hunter, nos instalamos en el sótano, donde tenía su consola y había un sofá viejo y varias butacas para poder sentarnos. Al poco de bajar, la señora Thompson nos trajo refrescos y algo de picar.

      —Estudiad mucho, chicos —nos deseó, acariciando la cabeza de su hijo. Hunter hizo una mueca avergonzado e intentó zafarse, pero su madre se limitó a sonreír e irse.

      —Tío, esa sí es una madre a la que me follaría —dijo Kyle cuando oyó la puerta de la escalera cerrarse.

      Hunter no dijo nada, pero frunció el ceño de una forma que dejaba bien claro que no le gustaba que se hablase así de su madre. Kyle, que no lo vio, rio y volvió a sus cosas, pero pronto demostró que no sabía estar en silencio ni para hacer los deberes: a cada poco resoplaba, bufaba o hacía algún comentario, y Jeremy le reía las gracias. En un descanso para ir al baño aproveché para responder a un mensaje de Chris.

      —¿Qué tal te va? —había escrito.

      —Regular —escribí—. Quiero volver a Nueva York.

      —¿No tienes amigos? —me respondió enseguida. Aún debía de estar viendo la tele a escondidas de sus padres.

      —Sí tengo, pero… no es lo mismo, tío. ¡Ah, casi se me olvida! Le he preguntado a mi padre si me dejaría ir al concierto. Ya sabes, por intentarlo.

      —¿Y qué dijo? —quiso saber Chris.

      —Que me fuera olvidando —respondí—. Esto es un asco.

      —Ánimo.

      Volví al sótano, sintiéndome mentalmente agotado.

      —Ben, ¿estás bien? —me preguntó Jim cuando me senté—. Pareces cansado.

      —¡A lo mejor la señora Thompson puede hacerte un masaje! —rio Jeremy.

      Jeremy solía creer que era gracioso y en ocasiones hasta lo era, pero esa vez solo me pareció que su chiste era de muy mal gusto.

      —Creo que me voy a ir a casa, puedo terminar lo que me queda yo solo —dije empezando a recoger mis cosas.

      —¿Qué pasa? ¿Te ofende lo que he dicho? —quiso saber Jeremy, a la defensiva.

      —No me parece gracioso, solo eso —contesté encogiéndome de hombros—. Aunque no es a mí a quien deberías preguntarle si le ofende. Si se tratara de mi madre, no me gustaría que hablaras así de ella.

      —¡Habló el abanderado del feminismo! —dijo Kyle, saliendo en defensa de Jeremy—. No te creas mejor que nosotros, Ben.

      —No me creo mejor que nadie —dije levantándome.

      —Bien, porque ser de Nueva York no te hace mejor —replicó levantándose también, con los puños cerrados.

      ¡Lo que me faltaba, pelearme con Kyle! Pero no iba a malgastar ni un solo segundo en él, así que opté por la vía diplomática y le di la razón.

      —Lo que tú digas, Kyle —dije encogiéndome de hombros—. Estoy cansado, os veo en clase.

      Y sin esperar a que respondiera, subí las escaleras hasta el primer piso; afortunadamente, Kyle no me siguió. Saliendo de la casa encontré a la señora Thompson en el jardín, recortando los setos.

      —¿Ya te vas a casa, Ben?

      —Sí, señora Thompson —respondí componiendo una sonrisa—. Gracias por los refrescos y la comida.

      —Ha sido un placer.

      Al llegar a casa terminé lo que me faltaba, apenas un par de preguntas bastante sencillas, y bajé al salón. Papá estaba en la cocina haciendo la cena (su plato especial, raviolis de setas), pero mamá estaba sentada en el sofá, mirando algo en el portátil.

      —Hola —saludé sentándome a su