Roger Ángel Loza Tellería

Arúmeden


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por la sonrisa del sanitario. Al entrar en la celda, éste se hallaba recostado, limpiando sus enseres personales, aprovechando todavía la abundante luz del día.

      — ¿Cómo está preso Moxela? —Le saludó luego se sentó en la silla, se sacó el quepí y le dijo— menudo día que pasamos ¿Cómo se siente?

      Conoció finalmente al sanitario Bustios en persona.

      —Sargento, gracias por salvarme. Le agradezco y pido perdón por la situación incómoda en que lo puse. No quiero perturbar su autoridad ante esta gente. ¡Hay que tener cuidado en esta época de dictadura!

      — ¿Cómo le cayó el examen médico de Bustios? Es buen profesional, pero medio hablador ¿no cree?

      —Le tiene más respeto que miedo y lo aprecia verdaderamente, pero no tanto como los Amborí del norte. Me gustaría saber cómo son, cómo llegaron aquí; parece que hay varias historias, además de misteriosos y fantásticos cuentos. ¿Qué me dice misar?

      —Aquí, solo tenemos la documentación que le entregué, salvo que el escribano tenga algo más. Cuando vaya a Barquesi, el domingo próximo, le conseguiré documentos históricos en la prefectura.

      —Le agradezco misar, tengo interés en estudiar estas tribus amazónicas, mantenidas intactas, que tienen muchas mujeres jóvenes y lindas, buscando novios.

      —La lengua de Bustios será cortada, por bocazas y se quedará sin dientes. Espero que le haya contado solo eso, lindas hembras ¡A ver, escupa lo que sabe!

      — ¿Cómo se le ocurre? No me dijo nada más. — Mintió con alevosía notoria— los del bote “Risas de sirenas”, me comentaron cosas al pasar.

      —Me place sea así, pero si le cayó bien Bustios, está bien que lo defienda, porque es de lo mejor que ha llegado por aquí. Hombre de buen temple—y fue interrumpido por Grenzio.

      —Perdone, pero hay algo que me preocupa, podría informarme si usted presencio algunos hechos curiosos, ocurridos en la cordillera Panturere, quizás presencio algunos rayos azulinos.

      Buntre se puso serio, se levantó y observó de cerca la real expresión preocupada que mostraba el rostro del preso y aunque sabía bastante sobre el tema, prefirió ignorar la pregunta.

      —Tranquilo Grenzio, parece que está desvariando, allí no hay nada oculto, tampoco misteriosos rayos azules, vayamos a trotar y caminar.

      Salieron juntos a dar una vuelta completa al patio para despabilar la mente. El cabo Mangure los vio llegar corriendo; después de saludar al sargento abrazó al preso en gesto innato de aprecio lugareño. Grenzio prometió no escapar y preguntó si tenían una huerta. Mangure soltó una carcajada y respondió.

      —No sé mi amigo, ¿a quién se le va a ocurrir?, solo esperamos que pase alguna lancha comercial y compramos verduras, condimentos, o las sacamos del huerto del escribano.

      —Con las semillas que traje, mi cabo Toño, vamos a tener nuestra propia huerta aquí, al lado del parrillero y vamos a techarlo. Ya me cuenta luego. Esta noche, vamos a preparar un cocido dorado, a la peruana.

      —A la orden jefazo, pero no tengo limones, mejor me voy a robar, digo a traer unos cuantos a la huerta del escribano. Ya vuelvo en unos minutos y por favor, no se me escape.

      Esta vez, durante el almuerzo, el sargento autorizó al preso, sentarse con ellos. La comida transcurrió sin problemas, regada por comentarios del caimán y la experta manera de nadar del preso.

      Cayó la noche y encendieron tres lámparas a queroseno, una a la entrada, dos en el alar y dormitorios, bajo la atenta mirada del sargento, siguieron con juegos de cartas en los que participó el preso amenamente.

      El sargento, encendió algo parecido a una pipa hechiza con madera rústica, le echó tabaco negro y empezó a fumar rodeado por volutas de humo para evitar picaduras de mosquitos, por la temida enfermedad del paludismo. Caviló Buntre sobre su situación actual y no tenía comparación con la semana anterior. Había cambiado en un dos por tres, que no daban seis. El producto resultante no era simple aritmético, porque la realidad era otra, que le inquietaba mucho más profundamente.

      Muchos acontecimientos se habían suscitado desde la llegada del inesperado preso y presentía que eran positivas para su puesto militar, pero también, siendo un poco cauto, debía tomar ciertas precauciones, por la cercanía con la tribu.

       A las 22.00 horas se fue a dormir, subiendo por las gradas abiertas hasta llegar a su dormitorio en el segundo piso, que poseía una terraza orientada hacia la cordillera Panturere que protegía a los Amborí, donde alguna vez las vio radiantes, llenas de rayos azules. El ambiente estaba inquietante, Buntre Canilas no pudo dormir esa noche, tal vez por la recargada comida, la exagerada condimentación y los avatares del preso recién llegado. No habían pasado ni cuatro horas, serían las 03.00 de la madrugada cuando su oído fino escuchó el sonido de un trueno seco. Medio dormido salió a la terraza y miró hacia territorio Amborí. Apenas se distinguían algunos fuegos de guardia en la oscuridad.

      Repentinamente vio asombrado, que desde la sierra Aramía salían una serie de destellos azulados que atravesaban las densas nubes y se perdían en la oscuridad del cielo, luego escuchó otro estruendo seco. Aunque el cielo estaba nublado, no aparecía indicio de tormenta o lluvia. Él sabía la diferencia entre rayo y relámpago, pero nunca había observado destellos luminosos, saliendo de la tierra, con tal frecuencia repetitiva.

      Recordó, que hace un mes el guardia de turno informó, haber visto algo parecido. Pero como no le creyó, no lo consignó en el parte y lo dejó en el olvido. Ahora que, en su mente, estaba grabada esa misma ocurrencia, se dijo que debería entrar a investigar la serranía, eso sí requería el permiso Amborí, algo muy difícil, pero no imposible de conseguir.

      Bastante intrigado, recordó la inquisitiva pregunta del preso, ¿Cómo conocía el suceso? Estuvo así unos minutos; Como no apareció ningún otro rayo, relámpago o escuchó un trueno, pensó que lo observado era solo una jugarreta de la naturaleza.

      Concluyó que esa madrugada sería otro día común; Retornó a su dormitorio sin sospechar que su vida ya no sería la misma a partir de ese suceso. ¡Qué lejos estaba de haber visto el inicio de una aventura!

      Si hubiera esperado un poco más o vuelto a salir, hubiera notado que Grenzio, ocultó en la terraza, había observado incrédulo las silentes luces azules saliendo en serie desde la serranía, como disparos programados de rayos consecutivos, atravesando el cielo cubierto de nubes y finalmente llegó una calma, que casi siempre anuncia la llegada de alguna tempestad.

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