Roger Ángel Loza Tellería

Arúmeden


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hay alguien herido?

      —Hola Señores, nada importante, una embarcación pasaba lenta y fue seguida muy de cerca por un caimán; tuve que dispararle para eliminarlo

      y tener un poco de carne fresca.

      Cuando Ocopi dirigió la mirada a un semi desnudo caballero, con porte distinguido, que ayudaba a sacar el caimán, se acercó a Buntre y le preguntó: ¿Quién era este pintoresco extraño que estaba allí?

      —Disculpe mi descortesía, es el preso que llegó de la capital hace tres días. Esperaba notificarle en la inspección sanitaria semanal. Se enterará por el memo, que podrá recoger más tarde.

      El sanitario Ocopi se acercó a verlo y lo examinó de pies a cabeza y empezó a conversar con él. Grenzio, que estaba terminando de jalar la cola del lagarto y tenía sus manos embarradas con lodo arenisco sucio, agarró fuertemente la mano de Bustios, que no pudo evitar este contratiempo. Entonces, escuchó la voz pomposa del escribano, quién le ordenaba, revisarle clínicamente para ver si no había contaminado, las límpidas aguas del asentamiento.

      El sargento, para evitar más comentarios, agarró del cuello al caballero mojado y lo llevó mostrando exageradamente su fuerza bruta y golpeándole con su fusil de rato en rato. Cuando entraron a la comandancia Grenzio lo abrazó fraternalmente, alegrándose por su puntería. Buntre le ordeno asearse y prepararse para la próxima visita del sanitario Bustios Ocopi.

      Luego retornó al puerto a recoger el tesoro intercambiado por Grenzio y a ver ¿cómo su cabo lugareño? iba a dirigir el despedazamiento del caimán atrapado gracias a la tercera o cuarta huida del preso Moxela. El sanitario Ocopi, llegó como a las 11.00 horas, despertó al guardia dormido y le dijo que pasaría a la celda a revisar al prisionero. Entre rumores de: ¡no me jodan, dejen dormir, pase, váyase a la miér... Ocopi se sintió autorizado y pasó al patio interior con su maletín.

      Pasó por la celda Nº 1 que estaba abierta y vacía y se fue a la celda Nº 2, donde el preso estaba sentado sobre su lecho esperando ser revisado, limpio, camiseta blanca con pantalón corto; Estaba bien peinado y sus ojos lucían algo enrojecidos por el jabón que había usado en la ducha.

      —Señor Moxela, soy Ocopi Bustios, sanitario de este poblado y vengo a revisarle —le dijo un poco asustado, ya que no tenía protección alguna. El preso se hallaba sentado en su camastro, cortándose las uñas y como no respondía, pidió permiso para pasar.

      —Pase a cumplir la orden Sanitario y no tenga miedo, además, estoy enterado que es amigo del sargento Buntre, pronto será también mi amigo —y una sonrisa afloró en la cara del preso Moxela.

      El hielo de un primer encuentro se rompió, más tranquilo Ocopi inició el examen. Comenzó a revisar sus ojos, estaban sanos y el fondo de su retina estaba normal. El preso lo miraba paternalmente. Luego le tomó la presión, que resultó normal 125/85, para su edad —le puso el estetoscopio informándole— Latidos fuertes, sonoros y constantes.

      —¿Usted es médico o algo parecido?

      —Soy técnico sanitario. Aquí no pasa nada especial señor Moxela. Esta zona alejada es muy salubre, no tengo mucho trabajo.

      Grenzio le preguntó. Debe tener muchos enfermos, más al norte tiene usted una tribu de aborígenes, que seguramente requieren su ayuda periódica o semanal. ¿Va a la aldea o ellos vienen a la posta médica?

      —No me va creer Señor Moxela, pero esta gente Amborí, es muy sana, no se reporta ni para vacunarse contra la malaria y como están cerrados por naturaleza brava, no se contaminan. Si me permite relatarle: Tienen su propia vertiente de agua, que es muy limpia y llena de vitaminas A, D y otras. Desde que llegué sólo me permitieron ir tres veces en emergencia: Una vez, cuando un joven rubio de 20 años se había roto una pierna, la enderecé y luego le entablillé con madera y bastante crema antibiótica; la segunda...

      —Espere Bustios, dijo que su paciente era un joven “rubio” de 20 años.

      —Seguro señor Moxela, en esa tribu, cuyo origen es ignoto, he visto una variedad de razas, hasta tienen barba como la suya y algunos tienen ojos azules como el cielo de marzo. Casi todas las mujeres jóvenes o maduras son muy lindas y trabajan a la par que los varones.

      —Qué buena noticia me ha dado, pensé que en este puesto viviría mi condena en una celda oscura y mugre, apaleado por militares dictatoriales, pero vislumbro más aventuras que un ciudadano libre en un país democrático de verdad. ¡Qué interesante! ¿Qué paso la segunda vez? Cuente sanitario Bustios, estoy atentísimo, fúmese un poco de este puro.

      Ocopi le acercó la llama de su encendedor. Bustios pitó por unos segundos y tosió fuertemente, era tabaco negro, y prosiguió con su relato y lo que escuchó Grenzio, no le tomó de sorpresa:

      "Serían las 17.00 horas. A Buntre y a mí, nos llevaron de emergencia en canoa. Me tocó atender un mal parto, un bebé mal colocado, estaba trancado y como usted sabe, eso casi siempre es mortal para la madre.”

      “El brujo estaba ausente otra vez, seguro no sabría cómo tratarla y no soy ginecólogo, pero me parecía que debía salvar por lo menos a la criatura. Pedí permiso para cortar su vientre como un canal; Buntre asintió con su cabeza, pero felizmente el brujo apareció y tenía en la mano una roca que brillaba con tonos azulinos que se dispersaban por toda la choza. Me hicieron a un lado”.

      “El brujo la puso sobre el vientre materno, comenzó a hablar, mover y girar en sentido contrario a las agujas del reloj y en el vientre se veía ¿cómo la criatura giraba? hasta que su cabecita se puso a la salida del útero. Entonces el parto se tornó sencillo, extraje a la criatura rolliza, y le entregué a su madre. Luego los guerreros nos sacaron hasta el puerto. Al partir, sentí escalofríos por la mirada oscura que me dirigió el brujo, había presenciado algo prohibido."

      El preso tenía una cara tan absorta como inquietante y aunque seguía esperando que la historia continuase, le comentó.

      — ¿Qué buena historia? tiene que darme detalles, si me permite, esta última parte de la roca brillante azul, ¿se la contó a alguien más del poblado o en Barquesi? —indagó preocupado.

      —Negativo Señor Moxela, porque el sargento me conminó, delante de todos los Amborí, con su pistoleta en mi sien, a guardar silencio de lo ocurrido. No comenté esto hasta ahora. Usted me pareció una persona indicada para informarle o me volvía loco. Me despido y más tarde le visitaré para contarle de otros casos extraños que sucedieron en la cordillera Panturere. ¿Cómo se siente de salud, necesita algo más?

      El corazón de Grenzio, se paró en seco y empezó a toser, atorado por el nombre que acababa de escuchar “Panturere”. La cordillera estaba allí, como en sus sueños, allí, los seres extraños tenían una cueva donde escondían una misteriosa esfera azulina. Esto, era demasiada coincidencia.

      Como Grenzio no pudo contestar, solo le dio la mano y Bustios le dejó mentol y unas pastillas de vitamina B12.

      Salió al patio donde los soldados ya habían retornado. Luego de saludarles, se fue a la oficina del sargento, a recoger una copia del informe médico y otros papeles para llevarle al escribano Lapezo. Entró a la oficina muy sonriente, con esa mirada natural de complicidad; el sargento le preguntó incisivamente curioso.

      — ¿Cómo está el preso político Grenzio Moxela? ¿Está sano? ¿Qué opinión personal tiene de él, sanitario Bustios?, ¿Nos contaminará el puesto y cambiará la obtusa vida en esta olvidada aldea?

      —Está sano sargento y me alegro haberle conocido, —miró a Canilas con expresión de haber conocido a alguien especial— Es toda una personalidad, aunque es ingeniero eléctrico, no será de mucha ayuda en este rincón, es risible e inaudito. Lo que es más importante, me ha llamado la atención su firme carácter y desbordante empatía.

      —Seguro sanitario Bustios, váyase tranquilo donde su jefe, lleve esta copia del reporte, que ahora me toca disponer el parte de las 12.00 horas,