Roger Ángel Loza Tellería

Arúmeden


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grito que estaba lista la cena y ambos salieron al alero que a esa hora 20.00, estaba bastante aireado por los vientos sureños, que presagiaban un cambio climático brusco, a inicios del pre invernal mes de mayo. Comieron opíparamente y se fueron a descansar.

      El cabo Mangure condujo al preso a su celda y así terminó su otro día, como prisionero en el puesto militar C’Orligni, un miércoles, víspera de la festividad del primero de mayo prohibida por el régimen.

      Ese amanecer del jueves, iba a ser muy entretenido para el cabo Mangure, porque se atrasó en llegar al parte de las 07.00 horas, el escuadrón había salido a buscar una tropa de ocuríes que invadió la aldea. Estaba solo, dando vueltas en el patio. Liberó al preso ordenándole salir sólo al patio, a tomar los frescos y matinales rayos solares y a preparar su desayuno.

      Grenzio se llevó el desayuno a su camastro y esperó la señal de algún soldado para que le asignen su trabajo diario, pero no escuchó nada más, sólo silencio embrutecido por gallinas cloqueando junto un gran lamento de chanchos salvajes lejos del poblado.

      Se encaminó al borde ribereño y vio por encima del muro a un par de tucanes haciendo sonar sus picos; Pasaron volando huchis, cuervos negros con cola amarilla y tejedores de nidos colgantes que ocultos en la frondosa arboleda, hacían vibrar el aire matinal con sus gargajosos sonidos. Levantó su vista fascinado porque en las alturas sonó el clásico y agudo silbido del Cernícalo, lugareño halconcito cazador, que hacía su nido en la copa de las palmeras. Entonces vio aparecer los primeros botes que subían río arriba para comerciar sus productos; Incumplió órdenes y saltó el pequeño muro y agachado por la orilla se fue acercando al exiguo puerto en medio de varias plantaciones de platanales.

      Mientras tanto la tempranera tropa cazadora de jabalíes volvió al cuartel trayendo colgado de un palo un pequeño ocurí, capturado en las colinas. Estaban contentos por la presa capturada y sugerían como comerlo. Mangure pensaba cortarlo en partes, para asarlo, otros a cocer en olla. ¿Qué hacer? Se preguntaba. Entró por el pasillo al patio del comando y envió al soldado Huiras a buscar al preso y este retornó al vuelo, gritando.

      —Soldado Huiras informando que no hay señales del preso ¡Parece que huyó de nuevo!

      — ¡Sonamos soldados!, vamos los tres, hacia la guardia del puerto para cubrir su huida en bote... por la selva, no lo creo. Y todos salieron disparados.

      La tropa corría despavorida hacia el puerto, donde el guardia estaba observando con sus binoculares buscando alguna señal en el gran río, al dar en el clavo, vio que iban a pasar los botes comerciales “Risas de sirenas”, “Esturión azul”, miro su registro… anotó 09.00 pasa por C’Orligni, retorna el otro río abajo. Sonrió y se dio vuelta para colgar los plátanos que hace poco, le había traído el preso y se encontró de golpe con la tropa alterada, agitada, llegando como una estampida. El cabo lo paró en seco, tiró la cabeza de plátanos, le agarró del cuello soplando en sus narices y le impetró:

      — Soldado Aguiro, ¿ha visto pasar al preso de miér…coles?

      —No mi cabo, al preso no lo vi, pero pasó el nuevo cocinero que me trajo esta cabeza de plátano y se fue a revisar su estanque hacia el bajío del puerto, lo estaba tapando con palma y un poco de achoró.

      —Vayan al bajío, mientras yo observaré los botes, allí está el bajío y no lo veo Aguiro ¿Dónde está el preso? ¡Deme su larga vista!

      A unos 200 m se hallaba un bañista nadando en el rio, como si fuera un delfín, de rato en rato volteaba la vista hacia el puerto y alzaba su brazo saludando. Cerca de él se veía un bote comercial que al verlo aminoró su marcha y el nadador se acercó con buenas brazadas. Mangure gritó.

      — ¡Traigan mi rifle! Localicé al escapista y prepárense a salir con la lancha ¿Dónde están las llaves?

      —Creo que las dejé en el comedor, se quedaron en mi camisa, voy al tiro —gritó Huiras.

      — ¡Traigan mi rifle carajo! me va a matar el sargento si se escapa el preso, muévanse ¿Me oyen?

      — ¡Claro que le oyen y lo voy a matar y al preso también! —respondió a sus espaldas el aludido sargento Buntre, que había llegado al escuchar el griterío y blandiendo su arma reglamentaria, la colocó en ristre.

      Con el rifle en mano derecha y con el catalejo en la otra observó al bote “Risas de sirena” que había disminuido su marcha por unos momentos y se aprestaba a partir nuevamente. Observó alrededor del bote, que ya partía río arriba, vio al preso agarrado a una llanta ¡Se escapa, pensó!

      Ya estaba por hacer sonar la sirena de parada obligatoria, cuando para su sorpresa, el reo se soltó aguas arriba y nadó hacia el puerto como un experto nadador en río, siguiendo y cortando la fuerza de la correntada.

      Buntre, no notó la mirada angustiosa de Mangure, apuntó metódicamente con su arma, elevó unos milímetros la mira del rifle y disparó justo cuando llegaba Huiras cayéndose al suelo, pero con las llaves en la mano... y el cabo que se preparaba para zarpar, quedó petrificado.

      El cabo Mangure miró a su jefe con indignación, su mirada le decía ¿Qué prisa tenía para disparar? y al caballeroso preso Nº 1. El cabo lloraba de rabia, pero el sargento estaba tranquilo, mirando la correntada, satisfecho por resolver esta inesperada situación.

      Entonces Buntre se llegó a la lancha y mostró a Mangure la bahía donde llegaba el ajusticiado reo con sus últimas brazadas, luego vieron que subía a la plataforma de madera. El preso estaba bien ¡Qué susto les había dado el sargento y el señor Moxela!

      El cabo se secó las lágrimas al ver cómo el preso Nº 1, llegaba a los maderos del puerto, se sujetaba y subía a la pasarela, chorreando agua, con una bolsa de plástico sujeta al cinto. Se abalanzó hacia él para darle un puntapié, pero algo detuvo su impulso, detrás, a unos 15 m, se veía la panza brillante de un peligroso caimán, muerto, pero todavía coleando.

      — ¡Si están listos para partir! —gritó el sargento a los soldados en la lancha—, vayan a recoger al caimán. Vamos a tener comida esta semana. ¡Este señor Moxela tiene suerte! ¿No le parece cabo ranchero? —Éste se abalanzó hacia el preso, lo abrazó apretadamente, se fue a la lancha y partió raudamente en busca del apreciado manjar. Mientras tanto el sargento se dirigió a Grenzio para ayudarle a sacar la bolsa de plástico que traía adherida a su cinturón.

      —Señor Houdini, va a tener que parar, ya le dije, con sus escapes súbitos, el corazón de Toño no va a aguantar. Por lo menos avise la

      próxima, si va al baño o va a nadar al río o si va a escapar.

      —Gracias sargento Buntre, realmente gracias. No me di cuenta del peligro y a mi edad ya no soy tan veloz para escapar de estos bichos, según veo, unos segundos más y me quedaba sin talón. Lo siento mucho; la próxima seré más cauto. Estaba acomodando los dos pescados sobrantes en el estanque, cuando vi el paso de una embarcación más lenta que otras, até la cola de un dorado a mi pierna y me lancé en busca del bote, para cambiarlo por algo más útil.

      — ¡Me caigo sin levantarme! ¡Basta Grenzio, no me haga reír, con un dorado atado a la pierna! —Y soltó una risa cantarina ajetreando a varios pajaritos— ¡Sensacional mi estimado preso Nº 1! Es para registrarlo en el parte militar, pero sin nombres o apellidos.

      —Cuando llegué cerca de la lancha, ellos disminuyeron su marcha y me halaron; les ofrecí el pescado que me cambiaron por varias cosas. Sobre la mesa del mirador se veían tres botellitas: una de singani ordinario, aceite y vinagre, junto a dos tomates, una cebolla y tres jaboncillos, además de varias bolsitas de pimienta y semillas.

      Repentinamente, la amena conversación entre el preso y el sargento fue cortada por los ruidos del bote militar que traía el lagarto, amarrado a un lado. Ambos se levantaron y fueron a ayudar el desembarque. Algunos de los habitantes del poblado habían llegado, atraídos por el disparo del rifle.

      El sanitario Ocopi