Roger Ángel Loza Tellería

Arúmeden


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Grenzio informó que se iniciaban clases de natación, y se dio modos para sujetar sus cinturas con pitas a los arboles cercanos y los echaba a la corriente, para flotar y perder el miedo al río, luego los ponía de dos en dos a patalear como perritos. Cuando la lección terminó, el preso y la tropa se secaron, se vistieron, luego fueron marchando al cuartel, precedidos por una canción colegial que aprendieron cuando jóvenes. La tropa bulliciosa que espantaba pajaritos, mosquitos, mariposas llegó corriendo al patio de formación y fueron a cambiarse para estar presentables.

      El parte transcurrió con una nueva noticia, ¡la tropa no sabía nadar! Pero se habían iniciado clases de natación. Luego del parte, el sargento llamó al cocinero de turno para preguntarle ¿Qué tenemos para la cena?

      —Sopa de gallina robusta, dura como madera, cocinada con añadido de plátano verde machacado, maní y varios vegetales.

      — ¡Qué yo sepa no tenemos gallinero en la comandancia! ¿De dónde salió el bicho ese? ¿De algún lugar cercano?

      —El cabo Mangure lo encontró vagabundeando al norte del poblao, sin ninguna identificación, cuando quiso detenerlo, se dio a la fuga. Lo persiguió y lo capturó en una chacra, torciéndole el cogote para que no alertara a su dueño.

      Canilas sonrió de buena gana, luego se dirigió a su oficina e hizo llamar al preso Moxela. Éste llegó más limpio que una palmera en borrasca de verano y saludó al entrar a la oficina.

      —Tome asiento y póngase cómodo que no vamos a tener una charla formal, me interesa conocer detalles de su encuentro, con la primera autoridad del país, si le parece señor Moxela.

      Grenzio, estuvo de acuerdo y empezó su relato: "Le informó que no

      se publicó nada por prensa oral ni escrita; el asunto sucedió a media tarde de un viernes, cuando estaba sentado en la plaza principal leyendo noticias del único periódico autorizado; Pedían al gobierno información sobre los políticos detenidos, exiliados o lista de muertos."

      "Por la plaza pasaba una banda con música tristona, era una

      procesión y ahí estaba el dictador, presumiendo de espiritual vida. Detrás, venía la virgen, protectora de las FFAA, llevada en andas por cadetes del Colegio Militar y al final el ejército pertrechado de gala con relucientes armas."

      "En eso, apareció un joven rebelde que se paró sobre el banco, donde él estaba sentado y empezó a insultar al presidente: de dictador, asesino, gritando fuertemente: ¡Libertad a los presos políticos! ¡Abajo la dictadura militar!”

      "Como también sentía bronca, me subí al banco y tan alto como soy, repetí lo mismo que había dicho el muchacho, pero mi voz barítona retumbó tan fuerte, que la multitud coreó los insultos y me aplaudió en medio de las bandas. Los guardias secretos dieron sólo conmigo, porque el muchacho huyó como un ratón descubierto y cuando estaba para sentarme a terminar de leer mi periódico, aparecieron varios agentes que me encañonaron, me quitaron el periódico y sin miramientos me llevaron en una vagoneta negra, hasta el Control Político, que, para colmo, estaba sólo a dos cuadras, ubicado frente a los tribunales de justicia."

      "Me quitaron mis ropas y el sombrero, luego me metieron en un cuartucho oscuro que olía a guardado, bajo unas gradas antiguas de alguna antigua casona, lleno de escobas, basureros. Ahí me tuvieron sentado en el piso por unas horas, sin saber a qué atenerme."

      "Nunca había estado en esta situación. Sería medianoche, cuando

      alguien me dio un puntapié en la pierna izquierda y me ordenó que saliera. Dos hombretones cubiertos con capucha negra tipo pasamontañas me sacaron a empujones, luego me llevaron a un cuarto lúgubre donde brillaba una luz muy fuerte, me sentaron en una silla y me llamaron, repetidamente por mi nombre completo, presumí leyendo mi identificación."

      "Más tarde se acercó uno de ellos, cuyo aliento olía a alcohol y dientes maltratados, que casi me hace vomitar, me dio un latigazo en el brazo hablando palabrotas irreproducibles, me dijo” Ahora vas a saber que no se debe insultar a mi Presi, conque viejito alzao, proclamando libertad de los revoltosos obreros y campesinos. ¿Qué tienes con ellos? ¿Eres terrateniente? Alguien revisó sus antecedentes, me los canta ahora mismo”.

      “Nada mi jefazo, no hay nada. Es un ciudadano ejemplar, ex catedrático, empresario jubilado, por lo visto estaba sentado en la plaza, leyendo su periódico y se metió a defender a los políticos de oposición”.

      ” ¡Se debe hacer un escarmiento!, exclamó el jefazo, que a seguir me dio una bofetada y me hizo sangrar la nariz. ¡Hábleme de su compinche!, se fugó otra vez Trumerez. ¿Qué relación tiene con él? ¿Dónde vive?, ¿Con quién se reúne? ¡Hable o la pagará!"

      "Así me tuvieron por una media hora, sin decir nada, porque no sabía nada. Me volvieron a golpear sin lastima.” En eso sentí que alguien entró a la habitación y otro personaje, hablaba en voz baja, murmurando a su oído, pero con autoridad firme y decidida. Luego escuché suavemente órdenes, contraordenes, hasta que alguien habló con bastante vehemencia:"

      "A sus órdenes mi coronel, entendemos la situación. Iniciaremos de inmediato los trámites para su traslado. ¡Cabo de guardia! lleve al preso a mi oficina, llame al sanitarista para curarle sus heridas. Devuélvanle todas sus pertenencias. Parece que este preso tiene influencias. Sáquenlo de esta cueva y lo mandan a la sección exilios nacionales."

      Al terminar el relato, Grenzio habló:

      —Después de varios traslados en la ciudad, finalmente me pusieron un guardia y nos subieron a un camión al norte de La Paz-Alto Beni, que en dos días y noches nos trajo hasta un puerto beniano, cercano a la hacienda Gutriego, un gamonal vendido al gobierno. Allí tomamos una lancha comercial y por vía fluvial nos tomó dos días para arribar a puerto Barquesi. Luego de 8 horas, llegué a esta zona perdida en el norte amazónico.

      Buntre agradeció por el relato detallado y le invitó un hervido hecho con cáscaras secas de café, llamado sultana, y a seguir le entregó un cigarro de tabaco negro, que había preparado con delicadeza, mientras escuchaba su relato, juntando hoja por hoja, usando el mejor tabaco Amborí que, aunque no estaba trabajado y tan apretado como los originales cubanos, servía para espantar mosquitos y matar el tiempo.

      —Y usted, mi sargento Canilas, ¿cómo fue que le enviaron a esta zona?, premio o castigo.

      —Mucho me temo que mi historia no será tan interesante como la suya. Ya le contaré a detalle, algún otro día. Tuve un problema con los mandos superiores por defender en una fiesta, a una pariente de abuso indebido y como castigo, me cambiaron de destino a esta zona, en calidad de exiliado. Somos compañeros de infortunio.

      —Qué interesante —interrumpió un atento preso Moxela— pero cuando llegó ¿en qué estado halló? a este puesto militar perdido en la Amazonía, pero cerca de esa misteriosa tribu.

      —Cuando llegué a puerto Barquesi, grande fue mi sorpresa, al encontrarme con un ex profesor del Colegio Militar, que cumplía exilio en tierras del norte paceño, como jefe militar regional; Mi mayor Marchelo Omontes, que pronto tendrá el gusto de conocerlo. Es una persona sensacional, equivalente suyo, pero en el ambiente militar ¿Me capta?

      —Seguro misar Canilas, si usted lo dice, debe ser un gran personaje.

      Canilas le relató que a Omontes le debían todas las mejoras en este puesto. Porque en C’Orligni, la única casa habitable era del escribano. Lo demás estaba abandonado, sucio y desmantelado. Omontes se dio cuenta del castigo que me infringían y durante dos meses me envió materiales de construcción y albañiles, además, agregó cuatro soldados con un sanitario, como corresponde a un puesto militar. Quienes pusieron este lugar, habitable. Después fueron llegando muebles usados, una máquina vieja de escribir, escritorio, sillas usadas, etc. Hasta enviaron media docena de camastros con colchones y frazadas, que, estaban destinadas más al norte, a Pando, una población frontera con Brasil.

      —Según me comentó Omontes, la orden recibida