Roger Ángel Loza Tellería

Arúmeden


Скачать книгу

pasando a diario por el rio; mantener al poblado aborigen tranquilo; documentar la muerte o vida de los residentes y los Amborí. Evitar que los comerciantes les abusen en el trueque quincenal. También reportaban al puerto principal la cantidad y el volumen al paso de los lanchones tronqueros por el puesto, especialmente con preciadas maderas explotadas legal e ilegalmente, aguas arriba y abajo del gran río Marube.

      No tenían radio para comunicarse, sólo una pequeña lancha a motor, con capacidad para tres personas que patrullaba la zona. Así inició ese lunes en puesto C’Orligni y a menos de un guardia, todos se fueron a seguir su acostumbrada estúpida y tediosa rutina diaria. Estaban tan habituados a esa vida en mísero abandono, sin embargo, nadie sospechaba de los sorprendentes acontecimientos, que iban a suceder en los próximos días, porque justamente a Canilas, su corazón se aceleró al escuchar en el parte diario, la llegada del preso político Grenzio Moxela. Ordenó a Mangure que lo llevase a la comandancia.

      Este lo despertó y lo trajo en persona, ingresándolo a la única oficina del sargento Buntre Canilas, compuesta apenas por un escritorio de madera, dos sillas y un sillón para el jefe. No podía faltar la ostentosa foto del presidente militar de turno. El preso no tenía pinta de criminal, menos de político; presentaba sucia vestimenta por la odisea del viaje, pero, aun así, se veía con porte señorial: llevaba puesta una fina camisa blanca, mangas arremangadas y un pantalón azul marino, corte inglés, con bota pie levantado hasta la rodilla, por el excesivo calor. Venía con un historial que fue leído rápidamente por el sargento.

      Mientras el recién llegado intentaba mantenerse en pie. Estaba cansado, debido a la calurosa y fatigosa travesía terrestre-fluvial que recorrió sin descanso: por tres días y sus noches, desde La Paz, a 3600 m de altitud, hasta los llanos del norte paceño, a menos de 360 m. Sus glóbulos rojos en exceso, que se habían aglomerado en sus venas para oxigenar su organismo en la altura acostumbrada y ahora se quemaban a raudales, para equilibrar el excesivo oxígeno que se respiraba en el llano y esta batalla sistémica le producían dolor de cabeza, agotamiento e hinchazón en los pies. El comisario miró al preso, sin interés y volvió a leer el memo, esta vez en voz alta:

      “Memorándum 27 de abril de 1975. Dirección de Control Político/central. Para: Comisario Sgto. Buntre Canilas. Enviamos adjunte con cargo al cabo Cipriano Cordero la persona del político Grenzio Moxela Aterllin, con 64 años de edad, nacido el 5 de mayo de 1910, natural del pueblo yungueño Coripata, hacienda Dorado Grande. Debe Cumplir una sentencia de tres años de exilio, por insultos “innombrables” sobre madre autoridad presidencial en la procesión del aniversario de la benefactora Santa Gertrudis, madre de las FUMB. Sigue sentencia del juez militar de turno. Destino: jurisdicción puerto Barquesi-puesto C’Orligni. Trato con trabajos forzados clase 3. Orden y Respeto. ¡Viva la Patria Progresista UMB! (Unión Militar Boliviana). Adjunto curriculum vitae.

      El Sargento Canilas observó detenidamente al reo: su cara, con un mentón firme, mostraba unos ojos color marrón verdosos, cercados por una frente ancha arrugada, cejas aglutinadas sobre una mirada tranquila, pese a las circunstancias; su tez era más oscura que clara, sin llegar a mestizo, flaco, pálido y ojeroso —seguro que pasó varios días en dependencias del Control Político antes de ser enviado a esta alejada región—, pensó el sargento. Según el reporte militar, medía 1.75 m, estaba jubilado, tras una larga carrera exitosa plagada por trabajos efectuados a lo largo y ancho del país, en la profesión de ingeniería electromecánica.

      A primera vista no aparentaba tener 64 años, más bien unos 55 años, o menos, calculó el mandamás. Los ojos con la expresión cansina del preso, cambiaron repentinamente, al ver la fotografía oficial con la imagen del presidente, estampada en un cuadro detrás del sillón y sin que nadie lo impidiera, se acercó, le dio un cabezazo frontal quebrando el vidrio protector, luego escupió dos veces en la mismísima cara del dictador, con saliva ya mezclada con sangre que brotaba de su frente. Al tercer salivazo, el cabo Mangure le propinó un puntapié en su pierna derecha haciéndole caer al suelo. Estaba por rematarlo, cuando escuchó la voz del Sargento:

      — ¡Pare soldado! ¿Qué le pasa, está loco? Así no se recibe a nuestro primer preso político en este poblado de miércoles ¿me oye?

      —Pero “misar” (mi sargento) —Replicó Toño— Mire cómo nos dejó la foto del presi (Presidente) ¿Mire cómo?

      — ¡Santa Eufrasia me calme y a usted! ¿Quién manda aquí? ¿No ve lo flaco que está? ni se va a poder levantar solito, parece que estuviera durmiendo despierto. ¡Límpielo y llévelo a la celda Nª 1! Dele algo de comida y déjelo descansar.

      —Si misar. —con una sonrisa en los labios respondió— ¡A la orden! y me llevo este primer preso de estrenito ¡Tenemos que challar con guarapo

      entintao con alcolatum cuadratun misar!

      —Luego, luego ¡Piérdase cabo Mangure! Tiene mucho trabajo con la tropa, debe reparar ese mirador en el puerto.

      ¡Qué situación tan rara! pensó Buntre cuando estuvo solo. ¿Cuándo se ha visto? que nos envíen a esta gente ¡No es un delincuente! Sólo es un político exiliado. Vamos a aumentar la ración de comida y cambiar los turnos para vigilar a este “peligroso delincuente”. Revisó algunos documentos sobre su escritorio y se dedicó a su rutina diaria.

      Cuando llegó el final del día, se preparó para cenar y despachar a la tropa a dormir, se acordó del preso y concluyó que Mangure quedaría a su cargo. El día pasó si más problemas y se fue a dormir. En la mañana del martes, después del cambio de turno, el cabo Mangure estaba en el comedor del alar terminando su desayuno que había preparado para su jefe y la tropa, con su asistente Huiras. Tomó lo separado para el preso Nº 1: café caliente en tasa de plástico con seis galletas de agua, se dirigió a las dos llamadas “celdas” ubicadas bajo las gradas del alero en dirección hacia el patio.

      Buscó sus llaves al llegar a la celda Nº 1 pero luego vio que no eran necesarias ¡la puerta estaba abierta! Entró despacio, para dejar el desayuno en la mesita de noche… súbitamente se sobresaltó, su corazón latía aceleradamente, vio que la cama estaba bien tendida a filo de navaja, pero el preso, el recién llegado ¡había desaparecido! Salió como un tornado septembrino al medio del patio tratando de no gritar a viva voz ¡alerta roja! En pausado silencio para no delatar la primera fuga, avistó sus ojos a lo largo y ancho del patio cuando repentinamente escuchó un sonido cantarino que provenía del agua en los baños al oeste del recinto. Tomó su arma reglamentaria, la amartilló y entró sigilosamente hasta el final del pasillo donde se escuchaba una voz melódica con registro tonal perfecto, entonando canciones escogidas.

      Era el preso escapista, su primer instinto fue entrar a molerle a palos, pero esperó a que concluyese la hermosa melodía, no la conocía, aunque sonaba cual trinos de aves cantoras selváticas. Mangure supo que no estaba perdido y se le entró el alma al cuerpo, el preso no se había fugado solo se estaba bañando, esperó que acabara su aseo y entonces, sin miramientos, abrió la cortina de plástico plasmado con figuras de pececitos marinos y gritó enérgicamente:

      —Preso de miércoles ¡Te me sales, así como estás, vuelves a tu celda, al segundo! ¿Me oís gallinazo vueltero? ¿Cómo te saliste?

      —Calma oficial, no ve que estoy en pelotas ¿a dónde piensa que voy a ir? si me deja terminar de bañar le voy a agradecer mucho, además si me provee: tornillos, un desarmador y un alicate, le arreglaré chapa y puerta de las celdas para que no huyan sus presos.

      — ¡No te voy a permitir! colla e mier…

      Pero se calló al ver que el preso se dio la vuelta y siguió jabonando sus partes íntimas como si él no estuviera presente y siguió cantando a voz en cuello otra melodía conocida; Se calmó, su cólera se diluyó entre las suaves notas musicales. Mangure, como era joven nacido en puerto Barquesi, tenía un carácter bondadoso y asimiló la situación dejando pasar su arrebatadora furia y se calmó poco a poco.

      Cerró la cortina, bajó su arma, atisbó hacia fuera del baño. No veía a nadie en el patio o sus alrededores, si se daba tiempo volvería a poner