Roger Ángel Loza Tellería

Arúmeden


Скачать книгу

dejando entrar y salir una brisa refrescante. Su jarra de limonada estaba llena, sobre su escritorio estaban listas las dos hojas del informe del día anterior. Comprobó si era igual a lo que había escrito a mano y además noto un añadido con datos sobre la llegada del mentado preso.

      Quedó conforme y fue a buscar al reo para agradecerle, pero no lo vio, tampoco estaba su máquina de escribir. Salió bufando como un toro al alero del patio interior, ahí, sobre las gradas cubiertas por un techo con calamina plástica verde, se hallaba el preso con un sinfín de partes y piezas de su máquina, distribuidas ordenadamente sobre los cuatro peldaños.

      Se aproximó lentamente, se sentó a su lado y le comentó:

      —Usted, caballero Moxela, tiene una endemoniada manera de desaparecer y aparecer como un mago, como el tal Houdini, creo que sabe de qué hablo ¿Le parece que eso esté bien?, tratándose de un preso común sentenciado a trabajos forzados.

      —No me parece bien, pero no estoy acostumbrado a recibir órdenes militares y como usted se habrá dado cuenta, no tengo idea con los rangos militares, porque no fui a prestar servicio militar.

      — ¿Qué pasó? ¿Cómo vivió de omiso en esa tormentosa década?

      — Mi madre me consiguió una libreta de “sorteado”.

      Buntre sonrió de buena gana por la natural disposición, honestidad del preso y le respondió.

      — ¡Diantres! Usted es muy directo señor Moxela. Me alegro por ello y porque llegó a este lugar, perdido en el mapa, que ahora creo se va a poner muy interesante y le explicó los grados militares locales.

      Él era el jefazo del puesto militar, para protección del asentamiento aborigen Amborí, Sargento Buntre Canilas, natural de La Paz; sigue en rango su brazo derecho y amigazo, cabo Antonio Mangure, nacido aquí cerca en Barquesi, a quien ya conoció y parece que ha hecho una buena amistad con él. Los restantes, son sólo cuatro soldados andinos, al mando del cabo Huiras, haciendo patria en estas tierras lejanas.

      —Pero, si me permite sargento —hizo una pausa analítica— Usted no encaja en ese uniforme con grado de sargento, no tiene más que la voz y el cuerpo fuerte, hay más educación e inteligencia luchando por salir a la vista ¿qué pasó con su grado militar?

      — ¡Miechica! ni quería acordarme otra vez, pero usted pide franqueza y aquí se la doy. Fui degradado de teniente a sargento, justo antes del examen para ascender a capitán y todo por defender el honor de una prima, abusada por un jefe. Degradación ilegal, por cierto, pero en estos tiempos de dictadura, todo se puede y además me destinaron, exiliado, a estas lejanas tierras, como usted ¿Qué le parece? O sea, somos dos exiliados, aunque por razones diferentes, ¿Qué más me puede comentar?

      —Hay muchísimo por agregar a esta aberración dictatorial que se ha extendido como una epidemia en nuestra tierra latinoamericana gobernada, en esta década 1970, por los gringos del norte.

      —Qué me cuenta de su familia —expresó interesado— parece un hombre solitario como delfín rosado perdido en manglares del río.

      Moxela le hizo un resumen de su vida y cómo quedó sólo resguardando su querida vivencia en la sede de Gobierno, hasta que sucedió el problema. Buntre lo escuchó atentamente y muy pronto sintió empatía por el exiliado y le comentó.

      — ¡Interesante! Vamos a tener muchas noches para seguir hablando de estos temas señor Grenzio y por favor ¿puede llamarme “misar”?… que es abreviado de “mi sargento”.

      —Buena aclaración, misar, pensé que era por oficiar misas religiosas o por ser tan poderoso como mi zar de Rusia —bufó riendo Grenzio.

      —Nada de eso, sólo confianzas que nos damos con los muchachos, pero ante los locales cambiamos automáticamente a régimen estricto y eso debo mantener con todos, especialmente con usted, preso Moxela. Pero no se sienta exiliado, disfrute, como yo, disfrute de esta naturaleza, eso sí, sin provocarle ataques cardiacos al cabo Mangure ¡Sin escapismos!

      El preso sintió, por primera vez, que estaba en un buen lugar, alejado de ciudades, donde primaba el abuso militar y donde seguramente sus servicios no serían muy bien recibidos. Repentinamente alguna fuerza magnética le obligó a quedarse mirando al norte, hacia el asentamiento indígena, donde varias volutas humeantes se hacían visibles. Recordó sus sueños ocurridos en el viaje por el Marube, donde vivió la mayor aventura de su vida en esa región. Pero sus sueños solo eran el principio, porque Grenzio no sabía que las delicadas fauces del destino cambiarían la etapa final de su vida, en una grandiosa aventura jamás imaginada, ni por la gente del puesto militar. Al notar su dedicada fijación, el sargento le advirtió directamente.

      —Señor Moxela, lo veo mirando al norte, a las tierras Amborí. Le informo que es prohibidísimo acercarse allí; es una zona de protección aborigen, no por ley nacional, más bien por imposición de la tribu, cuya fama feroz carnívora, lleva siglos, escrita y relatada en arcaicos documentos españoles coloniales. Son mortíferos con los visitantes no autorizados.

      Esperó un instante y vio que el preso se quedó sin reacción alguna, estaba pálido y estático, mientras pronunciaba palabras aborígenes como: Azaeté, Uzumbí, Aramía, Arúmeden... intrigado, prosiguió.

      —No pude creer este asunto atroz, carnívoros, hasta que fui llamado a retirar cadáveres de unos mineros buscadores de oro y además leí documentos de esta tribu, parece que ocultan algo muy misterioso.

      Grenzio, recuperó sus cinco sentidos y analizó que estar cerca de la tribu Amborí, no era una mera coincidencia, estaba asociada con sus fantásticos sueños y con extraños entes cibernéticos, que todavía rondaban del viaje, estaban grabados en su mente y lo habían tornado suspicaz.

      —Interesante misar Buntre. Gracias por evitarme un imposible plan de escape. Si fuera tan amable de proporcionarme documentos que posea sobre esta tribu, me sería bueno para pasar tiempo en mi celda nro. 2.

      —Seguro, déjeme buscarle algo, en este armario.

      Con un buen fajo de documentos Grenzio se dirigió a su celda. Apenas se echó en su camastro empezó a leer historias sobre la cercana aldea tribal, que le mostraban su vivencia:

      “Al parque Amborí, bella zona ecológica, atraída por habladurías y mitos, ninguna expedición colonial o contemporánea se había acercado, por la fama de antropófagos, que cortaban cabezas, usaban dardos mortales. Las autoridades contemporáneas, enviaron varias expediciones militares y civiles, que fracasaron en sus intentos de sojuzgar a la misteriosa tribu.”

      “Desde temprano se veían humaredas de cocinas a leña, con gente preparando la primera comida; algunas jóvenes cargaban cántaros de arcilla hacia una ensenada abierta que llegaba a las orillas de un río que pasaba por el asentamiento y vertía sus aguas cristalinas en una gran poza, formada por el recodo Oeste del morro Uzumbí.”

      “Los Amborí creían en varios dioses naturales, sin embargo, una antigua tradición contaba la supremacía de Dombú, que ejercía el dominio total. Tradiciones contaban que llegó milenios atrás allende los cielos, desparramando hermosos colores sobre la naturaleza, justamente cuando sus antepasados llegaron a esa zona, huyendo de tribus ayoreas.”

      “Sus chozas no eran las tradicionales medias aguas rectangulares o circulares con techo cónico, más bien eran grupos de cinco habitaciones cubicas colocadas en cruz, trenzadas con fuertes lianas abundantes en la zona, cubiertas, palmo a palmo por una amplia variedad de palmas, formando un techo central piramidal achatado, que servía para ventilación y se afianzaba sobre cuatro columnas cuadradas que subían hasta la cúpula principal, donde se anudaban. Estos, estaban construidos a 1.50 m del suelo, sobre una base firme de madera plana, estaqueada según costumbres que enseñaban sus ancianos, de generación en generación.”

      “Este conjunto, lo constituían: tres dormitorios con una sala central interna común y una de ingreso o unión a las plataformas o caminos palafiticas; Era un sistema cubical habitacional, que