Roger Ángel Loza Tellería

Arúmeden


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a la poza Azaeté, formando un puerto sobre el Paramingú.”

      “Su tez era oscura, aunque más clara que los Guarayos. Su aspecto era realmente sorprendente, si algún experto se hubiera acercado a compartir con los rostros sonrientes de los tribales Amborí ¡se habría llevado una gran sorpresa! En una misma sala comunitaria se veía una mezcla de razas, con tonos blancos, mulatos, morenos, ojos azules, marrones o negros, cabellos rubios, pelirrojos y negros, con diferentes tipos de barbas.”

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      “Su fuerza era extraordinaria; ellos disparaban flechas con sus arcos hasta llegar 80 metros, mientras que los Guarayos no llegan ni a 30 metros con las mismas armas.”

      “Existía un cacique mayor y uno menor para gobernar la tribu, varios consejeros y un brujo añoso infaltable, para cuidar la salud de los pocos aborígenes y alejar a los espíritus malignos. El cacique mayor gobernaba dentro y fuera del territorio, en tanto que el menor lo hacía en el territorio exterior y el brujo añoso maldecía a los dos con sus buenos consejos”

      “En los conjuntos habitacionales comunales, a ambos lados del río, con las chozas aledañas, se concentraban los miembros de la tribu, asignando tareas del día. En las chozas comunes se reunían mujeres para determinar labores domésticas y las dedicadas a la fabricación de enseres usando arcilla, cuyo material abundaba y las dedicadas a convertir la madera y lianas, en sus propios enseres domésticos, como sillas, mesas, hamacas, etc.”

      “Solamente niños menores a diez años, participaban en la enseñanza tribal, que tenía lugar en un gran terreno acuadrillado donde habían construido un galpón cuadrado dividido en dos secciones de paredes cruzadas, tapadas con madera plana que servía como pizarrón. Este conjunto escolar estaba formado por cuatro aulas de enseñanza visual, con largas mesas.”

      La documentación era extensa y Grenzio la dejó a buen recaudo, para terminar de leer en otra oportunidad; no sabía que el destino y sus sueños subliminales le habían preparado una aventura insospechada. Al puesto militar le llegó la noche y Grenzio se durmió y esta vez, no tuvo pesadillas, ni encuentros con seres extraños, solo sentía que había llegado a su destino.

      Capítulo 3:

      OCURRENCIAS DEL EXILIADO

      En el puesto militar, un adormilado Buntre, recordaba sus anteriores visitas a la tribu, cuando despertó sobresaltado; se levantó de un salto y recordó la última frase del preso "celda Nª 2"... ¿Quién autorizó el traslado?

      En las gradas donde se hallaba Grenzio, la calma desapareció, éste se asustó agachando instintivamente su cabeza, para evadir un palazo. Pero nada pasó, sólo escuchaba en la calle las voces alegres del cabo Mangure y sus asistentes, que traían unos pescados.

      — ¡Cabo Mangure!, —gritó el sargento, apenas lo vio entrar, ¿Quién autorizó? cambiar al preso a la celda Nº 2, ¡Informe!

      Toño Mangure al llegar, vio al preso rearmando con mucha delicadeza la vieja máquina de escribir del sargento. No podía estar enojado por eso pensó, miró de reojo a sus asistentes, captó la intención del oficial y le siguió el juego.

      —Si misar, yo autoricé al preso cambiar de celda, por reparaciones que debemos hacer en la Nº 1.

      —En otra, me informa enseguida ¡veinte flexiones y diez vueltas al patio! Preparen algo con esos dorados ¡Muévanse! Ya es hora del almuerzo.

      Grenzio, miró de reojo al sargento salir y notó su cara amigable, pero demostraba, ante sus subalternos, autoridad que debía mantener en este sitio. Se demoró un tiempo adicional para armar la máquina mientras veía a Mangure terminar su castigo inmerecido. Cuando éste acabó, le dio un cachetazo medio fuerte, lo levantó y le gritó a voz en cuello:

      — ¡Termine el trabajo forzado clase tres! ¡A instalar la máquina y vuelva a su celda 2 preso Nº 1!, —gritó Toño y en voz baja le dijo— me debe una, carajito, ya me la va a pagar; ahora, a ver si me acuerdo cómo se destripan estos pescados, a preparar los leños para cocinarlos a la parrilla. Soldados ¿dónde andan? ¡A preparar el almuerzo!

      —Si mi cabo, ¡a la orden! —respondió Huiras, el más cercano.

      La armonía reinó por unos instantes en el puesto, mientras preparaban el almuerzo. Habían traído cuatro pescados grandes, demasiado para seis personas; consultaron al sargento si ponían dos al asador y se guardaban dos para la noche, éste sugirió hablar con el preso Moxela. Cuando éste fue hallado y llevado al parrillero, casi se desmaya.

      — ¡Párenle soldados! mi cabo, no soy cocinero, pero puedo dirigir. Los pescados son grandes, dos bastarán y sobrarán para nosotros. Los otros dos los guardamos para después. ¿Tienen algo de sal, pimienta, ajo, cebolla, tomate, limones, etc.?

      — ¡Epa, preso ranchero! —Le contestó Mangure— ¿no quisiera una cervecita helada con una negra 90-60-90, como cocinera? negativo, porque aquí en medio de la selva, solo sal y harto limón, que ya es mucho lujo.

      —Bueno, antes de todo, limpiemos esta parrilla oxidada. Antes de ponerlos sobre el fuego, vamos a salar y limonar los pescados, dejándolos así, por unos 10 minutos, luego los ponemos a fuego lento, dándoles vuelta minuto a minuto.

      Enseguida el cabo ordenó a dos soldados atender la olla hirviente para echarle yuca bien raspada y plátano verde y a poner la mesa que era un largo tronco de algún viejo árbol partido en dos por un rayo, sujeto por dos soportes chatos en forma de horqueta, que encajaban y nivelaban. A ambos lados había dos bancos largos hechos con tablones de madera local sobre dos troncas pequeñas y en las cabeceras otras troncas usadas como asientos. Este comedor al aire libre estaba ubicado bajo el amplio alero, que les protegía de la lluvia como del tórrido sol.

      Cuando la comida estuvo servida, los soldados que se habían quitado sus uniformes, por el calor, trataban de volvérselas a poner. El sargento al ver eso, ordenó a permanecer en camisetas sin las pesadas camisas color caqui; Todos comieron opíparamente, fuera de reglamento.

      Grenzio compartió su primer almuerzo campechano, oliendo a sudor de axilas, pescado y mal aliento, redimido solo por una jarra con limonada y fragantes pedazos de limón sobre sus platos.

      —Este bicho de Huiras, puso sal antes de hervir el agua y nos fregó las yucas, están duras y eso que dijo el preso, no echen sal antes sino después y en su momento, tenía razón el vejete.

      —Nada de vejete. Ordeno a todos tener mucha consideración con el señor Moxela, es todo un caballero y a Toño, parece que le cayó bien, aproveche su conocimiento técnico, trate de estudiar algo con él. Buen provecho a todos, les felicito por el almuerzo.

      —Gracias misar, no se olvide del preso, fue quien nos aconsejó para no trozarlo, solo abrirle para sacar sus tripas, luego limpiarlo y echarle sal y limón, finalmente cerrar el pescado y dorarlo lentamente hasta tostarlo.

      — Y hablando de Moxela, ¿dónde está el preso, cabo Mangure?

      Toño se levantó de un brinco, lo había dejado en la parrilla fritando una porción para el guardia de turno en el puerto; pero no lo encontraba, la parrilla estaba vacía. Un soldado fue a buscarle por el puesto y salió por el pasillo para ir al puerto; en pocos minutos volvió agotado, pero alegre; el preso estaba junto al guardia de turno, a quien llevó el almuerzo.

      —Vamos a tener que ponerle una bola de metal con cadena, es un gallo escapista, busca su libertad ¿no le parece Misar?

      —Déjenlo libre como el viento. Acostúmbrense soldados, a su presencia, porque este preso es de palabra, no va a huir, cumplirá su condena en este sitio. Confió en él.

      Todos se alegraron al oír esta mención. Mangure