Gianluigi Pascuale

365 días con Francisco de Asís


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y de prelado! Tú que te gloriabas siempre en el Señor (1Cor 1,31), no querías otra gloria ni de los extraños ni de los de casa. Y no se ofendan, por favor, los que llevan pieles preciosas si digo que se lleva también piel por piel (cf Job 2,4), pues sabemos que los despojados de la inocencia tuvieron que cubrirse con túnicas de piel (cf Gén 3,21).

      (Tomás de Celano, Vida segunda, II, 93: FF 714)

      7 de febrero

      Bienaventurado el hombre que soporta a su prójimo según su fragilidad en aquello en que querría ser soportado por él, si estuviera en un caso semejante.

      Bienaventurado el siervo que devuelve todos los bienes al Señor Dios, porque quien retiene algo para sí, esconde en sí el dinero de su Señor Dios, y lo que creía tener se le quitará (cf Mt 25,18; Lc 8,18).

      Bienaventurado el siervo que no se tiene por mejor cuando es engrandecido y exaltado por los hombres, que cuando es tenido por vil, simple y despreciado, porque el hombre delante de Dios es lo que no es, y no más. ¡Ay de aquel religioso que ha sido puesto en lo alto por los otros, y por su voluntad no quiere descender! Y bienaventurado aquel siervo que no es puesto en lo alto por su voluntad, y siempre desea estar bajo los pies de los otros.

      Bienaventurado aquel religioso que no encuentra placer y alegría sino en las santísimas palabras y obras del Señor, y con ellas conduce a los hombres al amor de Dios con gozo y alegría. ¡Ay de aquel religioso que se deleita en las palabras ociosas y vanas y con ellas conduce a los hombres a la risa!

      Bienaventurado el siervo que, cuando habla, no manifiesta todas sus cosas con miras a la recompensa, y no habla con ligereza, sino que prevé sabiamente lo que debe hablar y responder. ¡Ay de aquel religioso que no guarda en su corazón los bienes que el Señor le muestra y no los muestra a los otros con obras, sino que, con miras a la recompensa, ansía más bien mostrarlos a los hombres con palabras! Él recibe su recompensa, y los oyentes sacan poco fruto (cf Mt 6,2.16).

      (Admoniciones, XVIII-XXI: FF 167-171)

      8 de febrero

      Bienaventurado el siervo que está dispuesto a soportar tan pacientemente la advertencia, acusación y reprensión que procede de otro, como si procediera de sí mismo. Bienaventurado el siervo que, reprendido, asiente benignamente, con vergüenza se somete, humildemente confiesa y gozosamente satisface. Biena-venturado el siervo que no es ligero para excusarse, sino que humildemente soporta la vergüenza y la reprensión de un pecado, cuando no incurrió en culpa.

      Bienaventurado el siervo a quien se encuentra tan humilde entre sus súbditos, como si estuviera entre sus señores. Bienaventurado el siervo que permanece siempre bajo la vara de la corrección. Es siervo fiel y prudente (cf Mt 24,45) el que, en todas sus ofensas, no tarda en castigarse interiormente por la contrición y exteriormente por la confesión y la satisfacción de obra.

      Bienaventurado el siervo que ama tanto a su hermano cuando está enfermo, que no puede recompensarle, como cuando está sano, que puede recompensarle.

      Bienaventurado el siervo que ama y respeta tanto a su hermano cuando está lejos de él, como cuando está con él, y no dice nada a su espalda, que no pueda decir con caridad delante de él.

      Bienaventurado el siervo que tiene fe en los clérigos que viven rectamente según la forma de la Iglesia romana. Y, ¡ay de aquellos que los desprecian!; pues, aunque sean pecadores, nadie, sin embargo, debe juzgarlos, porque sólo el Señor en persona se reserva el juzgarlos.

      Pues cuanto mayor es el ministerio que ellos tienen del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, que ellos reciben y ellos solos administran a los demás, tanto más pecado tienen los que pecan contra ellos, que los que pecan contra todos los demás hombres de este mundo.

      (Admoniciones, XXII-XXVI: FF 172-176)

      9 de febrero

      Francisco, a semejanza de Jesús, sintiendo que en el cuerpo estaba en el exilio lejano del Señor (cf 2Cor 5,6), se volvió también exteriormente completamente insensible a los deseos terrenales por el amor de Cristo Jesús; rezando sin interrupción, buscaba tener siempre a Dios presente. La oración era la dicha del contemplador cuando, ya convertido en conciudadano de los ángeles y vagando por las moradas eternas, contempló a sus arcanos y, con un agitado deseo, contemplaba al Amado, del que solamente lo separaba el frágil muro de la carne. Absorto en su acción, él fue su defensa. En todo lo que hacía, desconfiando de su capacidad, imploraba con insistente oración que el bendito Jesús lo dirigiera, e incitaba a los frailes a la oración con todos los medios que estaban a su disposición. Además, él mismo se mostró siempre presto a sumergirse en la oración de forma que, caminase o estuviese quieto, trabajara o descansara, parecía que siempre estuviera absorto en la oración, tanto exterior como interiormente. Parecía que no sólo dedicara a la oración el cuerpo y el corazón, sino también la acción y el tiempo.

      (Ubertino da Casale, El árbol de la vida, I: FF 2086)

      10 de febrero

      A veces se quedaba tan suspendido por el exceso de contemplación que, arrastrado fuera de sí y de los sentidos humanos, no se percataba de cuanto sucedía en torno a él. Y, puesto que el espíritu del hombre a través de la soledad se recoge sobre las cosas más íntimas y el abrazo del Esposo es enemigo de las miradas de la multitud, fue a las iglesias abandonadas, en busca de lugares solitarios para rezar durante la noche. Allí mantenía terribles luchas con los demonios, que combatían contra él cuerpo a cuerpo en un intento de impedirle que se concentrara en la oración; y triunfaba maravillosamente, quedando a solas y en paz. Llenaba entonces los bosques de gemidos. Algunas veces los frailes lo observaban, lo escuchaban interceder con un gran clamor ante Dios por los pecadores y lloraba en voz alta, como si tuviera ante sí la pasión del Señor. Allí se le vio rezar durante una noche con las manos extendidas en forma de cruz, con todo el cuerpo elevado desde el suelo, mientras una pequeña nube iluminaba todo en torno a él, dando testimonio maravilloso y evidente, en torno al cuerpo de la admirable iluminación que llenaba su alma. Se abrieron ante él los secretos arcanos de la sabiduría de Dios. Allí aprendieron las cosas que estaban escritas en la Regla y en su santísimo Testamento y todo lo que mandó respetar a los hermanos. En efecto, como es más que evidente, la incansable dedicación a la oración, unida al continuo ejercicio de la virtud, condujo al varón de Dios a tal serenidad de su mente que, aunque no hubiese perecido por doctrina en las Sagradas Escrituras, sin embargo, iluminado por el fulgor de la luz eterna, penetraba con admirable agudeza en las verdades más profundas de la Escritura. Allí obtuvo del Señor un luminoso espíritu de profecía, por el que, en su época, predijo muchas cosas futuras que se cumplieron puntualmente según su palabra, tal y como se ilustra a través de muchas pruebas en su leyenda.

      Allí, de forma singular pero clarísima, recibió la revelación sobre el crecimiento de su Orden y el camino que el propio Cristo quiso que recorrieran sus frailes, y el padre santo mostraba continuamente este camino a los hermanos con la palabra y con el ejemplo. Y también allí le fue revelado el peligroso camino que los frailes recorrieron. Y él, mientras vivió, buscó de todas las formas posibles impedirlo e, incluso cuando estaba a punto de atravesar el umbral del glorioso Jesús, tendido en su lecho de muerte, lo prohibió, de forma inútil en lo que concierne a los perversos, ya que prevaleció su presuntuosa y necia prudencia de la carne y su malicia obstinada; pero los hijos legítimos, a la luz de sus palabras y de su santísimo Testamento, aunque ahora son pocos, avanzan siguiendo las huellas de Jesucristo, aunque se vean perseguidos por los hijos que siguen a la carne.

      (Ubertino da Casale, El árbol de la vida, I: FF 2087-2088)

      11 de febrero

      En efecto, este padre santo, casi otro Abrahán, tuvo una progenie doble: por un lado la de la esclava y, por el otro, la de la mujer libre (cf Gál 4,22ss).

      Y los que han nacido de la esclava, han nacido según la carne y han caminado, en la mayoría de los casos, muy abiertamente, siguiendo la prudencia de la carne. Pero los que han nacido de la libre son los hijos de la promesa y no dudan que Cristo