Gianluigi Pascuale

365 días con Francisco de Asís


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Señor, eres amor; habitando en ellos y colmándolos para la bienaventuranza, porque tú, Señor, eres sumo bien, eterno bien, del cual viene todo bien, sin el cual no hay ningún bien.

      Santificado sea tu nombre (Mt 6,9): clarificada sea en nosotros tu noticia, para que conozcamos cuál es la grandeza de tus beneficios, la largura de tus promesas, la sublimidad de la majestad y la profundidad de los juicios.

      Venga a nosotros tu Reino (Mt 6,10): para que tú reines en nosotros por la gracia y nos hagas llegar a tu Reino, donde la visión de ti es manifiesta, la dilección de ti perfecta, la compañía de ti bienaventurada, la fruición de ti sempiterna.

      Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo (Mt 6,10): para que te amemos con todo el corazón, pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, gastando todas nuestras fuerzas y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio de tu amor y no en otra cosa; y para que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, atrayéndolos a todos a tu amor según nuestras fuerzas, alegrándonos del bien de los otros como del nuestro y compadeciéndolos en sus males y no dando a nadie ocasión alguna de tropiezo.

      Danos hoy nuestro pan de cada día (Mt 6,11): tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo: para memoria e inteligencia y reverencia del amor que tuvo por nosotros, y de lo que por nosotros dijo, hizo y padeció.

      Perdona nuestras ofensas (Mt 6,12): por tu misericordia inefable, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y por los méritos e intercesión de la santísima Virgen y de todos tus elegidos.

      Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden (Mt 6,12): y lo que no perdonamos por completo, haz tú, Señor, que lo perdonemos plenamente, para que, por ti, amemos verdaderamente a los enemigos, y ante ti intercedamos por ellos devotamente, no devolviendo a nadie mal por mal, y nos apliquemos a ser provechosos para todos en ti.

      No nos dejes caer en la tentación (Mt 6,13): oculta o manifiesta, repentina o importuna.

      Y líbranos del mal (Mt 6,13): pasado, presente y futuro.

      Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

      Amén.

      (Exposición del Padrenuestro: FF 266-275)

      24 de enero

      Como la doctrina evangélica, salvadas excepciones singulares, dejaba mucho que desear en todas partes en cuanto a la conducta de la mayoría, Francisco fue enviado por Dios para dar, a imitación de los apóstoles, testimonio de la verdad a todos los hombres y en todo el mundo. Así, sus enseñanzas pusieron en evidencia que la sabiduría del mundo no era más que necedad, y en poco tiempo, siguiendo a Cristo y por medio de la necedad de la predicación, atrajo a los hombres a la verdadera sabiduría divina (cf 1Cor 1,20-21).

      Porque el nuevo evangelista de los últimos tiempos, como uno de los ríos del paraíso, inundó el mundo entero con las aguas vivas del Evangelio y con sus obras predicó el camino del Hijo de Dios y la doctrina de la verdad. Y así surgió en él, y por su medio resurgió en toda la tierra, un inesperado fervor y un renacimiento de santidad: el germen de la antigua religión renovó muy pronto a quienes estaban desde hace tiempo decrépitos y acabados. Un espíritu nuevo se infundió sobre los corazones de los elegidos, y se derramó en medio de ellos una saludable unción cuando este santo siervo de Cristo, como astro celeste, irradió la luz de su original forma de vida y de sus prodigios.

      Ha renovado los antiguos portentos cuando en el desierto de este mundo, con nuevo orden, pero fiel al antiguo, se plantó la viña fructífera, portadora de flores suaves de santas virtudes, que extiende por doquier los sarmientos de la santa religión.

      Y aunque, como nosotros, era frágil, no se contentó, sin embargo, con el solo cumplimiento de los preceptos comunes, sino que, ardiendo en fervorosísima caridad, emprendió el camino de la perfección cabal, alcanzó la cima de la perfecta santidad y vio el límite de toda perfección (Sal 118,96).

      Por eso, las personas de toda clase, sexo y edad encuentran en él enseñanzas claras de doctrina salvífica, así como espléndidos ejemplos de obras de santidad. Si algunos quieren emprender cosas arduas y se esfuerzan aspirando a carismas más elevados de caminos más excelentes, mírense en el espejo de su vida y aprenderán toda perfección. Si otros, por el contrario, temerosos de lanzarse por rutas más difíciles y de escalar la cumbre del monte, aspiran a cosas más humildes y llanas, también estos encontrarán en él enseñanzas apropiadas. Quienes, en fin, buscan señales y milagros, contemplen su santidad, y conseguirán cuanto pidan.

      Y, ciertamente, su vida gloriosa añade una luz más esplendente a la perfección de los primeros santos; lo prueba la pasión de Jesucristo y su cruz lo manifiesta colmadamente. En efecto, el venerable Padre fue marcado con el sello de la pasión y cruz en cinco partes de su cuerpo, como si hubiera estado colgado de la cruz con el Hijo de Dios. Gran sacramento es este (Ef 5,32), que patentiza la sublimidad de la prerrogativa del amor; pero encierra un arcano designio y un misterio venerando, que creemos es conocido de Dios solamente y en parte revelado por el mismo Santo a cierta persona.

      (Tomás de Celano, Vida primera, II, 1: FF 474-478)

      25 de enero

      Un día de invierno, san Francisco llevaba puesto, doblado en forma de manto, un paño que le había prestado cierto amigo de los hermanos de Tívoli. Y, estando en el palacio del obispo de Marsi, se le presentó una viejecita que pedía limosna. Enseguida soltó del cuello el paño y se lo alargó –aunque no era suyo– a la viejecita, diciéndole: «Anda, hazte un vestido, que bien lo necesitas». Sonrió la viejecita, y, sorprendida, no sé si de temor o de gozo, tomó de las manos el paño. Se fue enseguida y, para no correr –si tardaba– el peligro de que lo reclamasen, lo cortó con las tijeras.

      Pero, al comprobar que el paño cortado no bastaba para una túnica, tornó a donde el Santo, en las alas de la generosidad que había experimentado, y le hizo ver lo insuficiente del paño. El Santo volvió los ojos al compañero, que llevaba a la espalda otro de igual medida, y le dijo: «¿Oyes, hermano, lo que dice esta pobrecilla? Suframos el frío por amor de Dios y da el paño a la pobrecilla para que complete la túnica». Dio él, dio también el compañero; y, despojados el uno y el otro, vistieron a la viejecita.

      (Tomás de Celano, Vida segunda, II, 53: FF 673)

      26 de enero

      En la ermita de los hermanos de Sarteano, el maligno, aquel que envidia siempre los progresos de los hijos de Dios, osó tentar al Santo de este modo.

      Veía que el Santo se santificaba más (cf Ap 22,11) y que no descuidaba por la de ayer la ganancia de hoy. Una noche en que se daba a la oración en una celdilla, el demonio lo llamó tres veces:

      —Francisco, Francisco, Francisco.

      —¿Qué quieres? –respondió este.

      —No hay en el mundo –replicó aquel– ni un pecador a quien, si se convierte (cf Ez 33,9), no perdone el Señor; pero el que se mata a fuerza de penitencias, nunca jamás hallará misericordia (cf Dan 3,39).

      Enseguida, una revelación hizo ver al Santo la astucia del enemigo, que se había esforzado para inducirlo a la tibieza. Pero, ¿qué más? El enemigo no desiste de presentar nuevo combate. Y, viendo que no había acertado a ocultar el lazo, prepara otro: el incentivo de la carne. Pero en vano, porque quien había descubierto la astucia del espíritu, mal pudo ser engañado con el sofisma de la carne. El demonio desencadena, pues, contra él una tentación terrible de lujuria. Mas el bienaventurado Padre, en cuanto la siente, despojado del vestido, se azota sin piedad con una cuerda: «¡Ea, hermano asno! –se dice–, te corresponde estar así, aguantar así los azotes. La túnica es de la Orden, y no es lícito robarla; si quieres irte a otra parte, vete».

      Mas como ve que las disciplinas no ahuyentan la tentación, y a pesar de tener todos los miembros cárdenos, abre la celda, sale afuera al huerto y desnudo