Gianluigi Pascuale

365 días con Francisco de Asís


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con pobres que llevaban leña u otro peso, por ayudarlos lo cargaba con frecuencia sobre sus hombros, en extremo débiles.

      (Tomás de Celano, Vida primera, I, 28: FF 453-454)

      Febrero

      1 de febrero

      El siervo de Dios Francisco, pequeño de talla, humilde de alma, menor por profesión, estando en el mundo, escogió para sí y para los suyos una pequeña porción del mundo, ya que no pudo servir de otro modo a Cristo sin tener algo del mundo. Pues no sin presagio divino se había llamado desde la antigüedad Porciúncula este lugar que debía caberles en suerte a los que nada querían tener del mundo.

      Es de saber que había en el lugar una iglesia levantada en honor de la Virgen Madre, que por su singular humildad mereció ser, después de su Hijo, cabeza de todos los santos. La Orden de los Menores tuvo su origen en ella, y en ella, creciendo el número, se alzó, como sobre cimiento estable, su noble edificio. El Santo amó este lugar sobre todos los demás, y mandó que los hermanos tuviesen veneración especial por él, y quiso que se conservase siempre como espejo de la Religión en humildad y pobreza altísima, reservada a otros su propiedad, teniendo el Santo y los suyos el simple uso.

      Se observaba en él la más estrecha disciplina en todo, tanto en el silencio y en el trabajo como en las demás prescripciones regulares. No se admitían en él sino hermanos especialmente escogidos, llamados de diversas partes, a quienes el Santo quería devotos de veras para con Dios y del todo perfectos. Estaba también absolutamente prohibida la entrada de seglares. No quería el Santo que los hermanos que moraban en él, y cuyo número era limitado, buscasen, por ansia de novedades, el trato con los seglares, no fuera que, abandonando la contemplación de las cosas del cielo, vinieran, por influencia de charlatanes, a aficionarse a las de aquí abajo. A nadie se le permitía decir palabras ociosas ni contar las que había oído. Y si alguna vez ocurría esto por culpa de algún hermano, aprendiendo en el castigo, bien se precavía en adelante para que no volviera a suceder lo mismo. Los moradores de aquel lugar estaban entregados sin cesar a las alabanzas divinas día y noche y llevaban vida de ángeles, que difundía en torno maravillosa fragancia.

      Y con toda razón. Porque, según atestiguan antiguos moradores, el lugar se llamaba también Santa María de los Ángeles. El dichoso padre solía decir que por revelación de Dios sabía que la Virgen Santísima amaba con especial amor aquella iglesia entre todas las construidas en su honor a lo ancho del mundo, y por eso el Santo la amaba más que a todas.

      (Tomás de Celano, Vida segunda, I, 12: FF 604-605)

      2 de febrero

      Lugar santo, en verdad, entre los lugares santos. Con razón es considerado digno de grandes honores.

      Dichoso en su sobrenombre; más dichoso en su nombre; su tercer nombre es ahora augurio de favores.

      Los ángeles difunden su luz en él; en él pasan las noches y cantan.

      Después de arruinarse por completo esta iglesia, la restauró Francisco; fue una de las tres que reparó el mismo padre.

      La eligió el Padre cuando vistió el sayo. Fue aquí donde domó su cuerpo y lo obligó a someterse al alma.

      Dentro de este templo nació la Orden de los Menores cuando una multitud de varones se puso a imitar el ejemplo del Padre.

      Aquí fue donde Clara, esposa de Dios, se cortó por primera vez su cabellera y, pisoteando las pompas del mundo, se dispuso a seguir a Cristo.

      La Madre de Dios tuvo aquí el doble y glorioso alumbramiento de los hermanos y las señoras, por los que volvió a derramar a Cristo por el mundo.

      Aquí fue estrechado el ancho camino del viejo mundo y dilatada la virtud de la gente por Dios llamada.

      Compuesta la Regla, volvió a nacer la pobreza, se abdicó de los honores y volvió a brillar la cruz.

      Si Francisco se ve turbado y cansado, aquí recobra el sosiego y su alma se renueva.

      Aquí se muestra la verdad de lo que se duda y además se le otorga lo que el mismo Padre demanda.

      (Espejo de perfección, IV, 84: FF 1781)

      3 de febrero

      Francisco se introdujo (fluxit) por completo, con el cuerpo y con la mente, dentro de las cicatrices impresas por el Amado que se le había aparecido, y el amante se transformó en el amado. Como el fuego tiene poder de separar y, consumiendo la materia terrenal, siempre tiende hacia las cosas superiores, porque es su naturaleza elevarse hacia lo alto, así el fuego del amor divino, consumiendo el corazón de Francisco y prendiendo su carne, la inflamó y la configuró, arrastrándola hasta las zonas altas, de forma que se cumplió en él aquello que él pidió que le ocurriera: «Te suplico, Señor (...)» (sigue la oración Absorbeat).

      (Ubertino da Casale, El árbol de la vida, I: FF 2095)

      4 de febrero

      Te suplico, Señor,

      que la fuerza abrasadora y meliflua de tu amor

      absorba de tal modo mi mente

      que la separe de todas las cosas que hay debajo del cielo,

      para que yo muera por amor de tu amor,

      ya que por amor de mi amor, tú te dignaste morir.

      (Oración «Absorbeat»: FF 277)

      5 de febrero

      Francisco practicaba todas las devociones, porque gozaba de la unción del Espíritu (cf Lc 4,18); sin embargo, profesaba un afecto especial hacia algunas formas específicas de piedad.

      Entre otras expresiones usuales en la conversación, no podía oír la del «amor de Dios» sin conmoverse hondamente. En efecto, al oír mencionar el amor de Dios, de súbito se excitaba, se impresionaba, se inflamaba, como si la voz que sonaba fuera tocara como un plectro la cuerda íntima del corazón.

      Solía decir que ofrecer ese censo a cambio de la limosna era una noble prodigalidad y que cuantos lo tenían en menor estima que el dinero eran muy necios. Y cierto es que él mismo observó inviolable hasta la muerte el propósito que –entretenido todavía en las cosas del mundo– había hecho de no rechazar a ningún pobre que pidiera por amor de Dios.

      En una ocasión, no teniendo nada que dar a un pobre que pedía por amor de Dios, toma con disimulo las tijeras y se apresta a partir la túnica. Y lo hubiera hecho de no haberle sorprendido los hermanos, de quienes obtuvo que dieran otra cosa al pobre.

      Solía decir: «Tenemos que amar mucho el amor del que nos ha amado mucho».

      (Tomás de Celano, Vida segunda, II, 148: FF 784)

      6 de febrero

      Como se entregaba a la alegría espiritual, evitaba con cuidado la falsa, como quien sabía bien que debe amarse con ardor cuanto perfecciona y ahuyentar con esmero cuanto inficiona. Así, procuraba sofocar en germen la vanagloria, sin dejar subsistir ni por un momento lo que es ofensa a los ojos de su Señor. De hecho muchas veces, cuando era ensalzado, el aprecio se convertía en tristeza, doliéndose y gimiendo.

      Un invierno en que por todo abrigo de su santo cuerpecillo llevaba una sola túnica con refuerzos de burdos retazos, su guardián, que era también su compañero, adquirió una piel de zorra y, presentándosela, le dijo: «Padre, padeces del bazo y del estómago; ruego en el Señor a tu caridad que consientas que se cosa esta piel por dentro con la túnica. Y, si no la quieres toda, deja al menos coserla a la altura del estómago».

      «Si quieres que la lleve por dentro de la túnica –le respondió Francisco–, haz que un retazo igual vaya también por fuera; que, cosido así por fuera, indique a los hombres la piel que se esconde dentro». El hermano oye, pero no lo acepta; insiste, pero no logra otra cosa. Cede al fin el guardián, y se cose retazo sobre retazo para hacer ver que Francisco no quiere ser uno por fuera