pero hace tanto calor, y hay tantas damitas, que mejor esperaré aquí sus órdenes.
Jia Zhen no ignoraba que, si bien al principio había sido el sustituto del duque de Rongguo [2] , este taoísta había sido nombrado más tarde por el propio emperador Guardián Principal del Texto Taoísta con el título de Santo de la Gran Ilusión, y que su actual condición de Custodio del Sello Taoísta y su título de Hombre de la Verdad Final le valían ser tratado por nobles y oficiales como Inmortal. Habría sido inconveniente desairarlo. Además, en sus frecuentes visitas a las mansiones Rong y Ning había conocido a todas las damas, jóvenes y mayores.
Así pues, Jia Zhen respondió con una sonrisa:
—¿Pero qué manera hablar entre amigos es ésta? No siga hablando así o le cortaré la barba. Venga conmigo.
El taoísta siguió sus pasos entre grandes carcajadas.
Jia Zhen llegó hasta donde estaba la Anciana Dama y con una reverencia le dijo:
—El abuelo Zhang ha venido a presentar sus respetos.
—Tráelo aquí —ordenó ella de inmediato.
Jia Zhen llevó al monje, que no paraba de reír.
—¡Buda de la Infinita Longevidad! —exclamó Zhang—. Espero que la anciana antepasada haya gozado de buena fortuna, salud y tranquilidad, y que también todas las damas y damitas hayan sido felices estos últimos tiempos. No he pasado por allí a presentar mis respetos, pero veo a Su Señoría con mejor Semblante que nunca.
—¿Y usted está bien, anciano inmortal? —contestó ella con una sonrisa.
—Puedo decir que sí, gracias a la parte que me corresponde de su buena fortuna. Sin embargo, continúo preocupándome por su nieto. ¿Qué tal ha estado todo este tiempo? No hace mucho, el día veintiséis del mes pasado, celebramos el natalicio del Gran Rey que Oscurece los Cielos. Como esperábamos a poca gente, y como todo estaba bastante limpio, mandé invitar al señor Bao, pero me dijeron que no estaba en casa.
—Cierto, no estaba.
La Anciana Dama hizo que trajeran a su nieto.
Baoyu, que precisamente venía de purificarse las manos, entró en ese momento y se apresuró a saludar al taoísta:
—¿Cómo está, abuelo Zhang?
El monje lo abrazó y luego dijo a la Anciana Dama:
—Este muchacho ha engordado.
—Sí —contestó ella—. Aparentemente es fuerte, pero sigue tan delicado como siempre. Y su padre está arruinando su salud con esa enojosa insistencia para que lea textos.
—Últimamente he visto sus caligrafías y versos en diversos lugares. Son muy buenos. No comprendo por qué Su Señoría acusa al muchacho de perezoso. A mí me parece que lleva buen camino.
Y con un suspiro, el viejo taoísta añadió:
—A mi entender el señor Bao, con ese rostro, ese porte y esa manera de hablar, es el vivo retrato del viejo duque.
Y mientras hablaba le brotaron lágrimas de los ojos.
También la Anciana Dama se conmovió dolorosamente con sus palabras.
—Tiene razón —asintió—. De todos mis hijos y nietos, Baoyu es el único que se parece a su abuelo.
Entonces el taoísta comentó a Jia Zhen:
—Claro que como su generación, señor, nació demasiado tarde para conocer al duque me imagino que ni el señor She ni el señor Zheng recuerdan bien sus rasgos.
Y volvió a lanzar una carcajada antes de dirigirse dé nuevo a la Anciana Dama:
—El otro día vi, en una noble familia, a una bella joven de quince años. Me parece que ya va siendo hora de concertar el enlace del joven señor. En lo que atañe a presencia, apariencia, inteligencia y origen familiar, la joven está a la altura de los Jia, pero no quise actuar sin conocer antes la opinión de Su Señoría. Si Su Señoría me da su aprobación puedo ir preparando el terreno.
—En cierta ocasión un bonzo nos dijo que este muchacho no está destinado a casarse muy joven —contestó ella—, así que esperaremos a que haya crecido algo más para arreglar este asunto. De todos modos mantenga los ojos abiertos. La riqueza y el rango son lo de menos. Basta con que encuentre a una muchacha suficientemente bella. En ese caso, avísenos. Incluso si la familia fuese pobre no sería grave, porque siempre podríamos hacerles llegar unos cuantos taeles de plata. Pero la belleza y la dulzura son difíciles de hallar.
En ese punto intervino Xifeng con una sonrisa:
—Abuelo Zhang, todavía no le ha traído usted a mi hijita su nuevo talismán, y ya mandó el otro día a pedirnos un satén amarillo. Se lo envié por no dejarlo en evidencia.
El viejo taoísta se revolcaba de risa.
—Mis ojos están débiles, señora —dijo—. No he podido verla para agradecérselo. El talismán está listo desde hace tiempo y he tenido la intención de enviarlo, pero cuando Su Alteza encargó esta ceremonia a mí se me olvidó todo. Sigue allí, ante la imagen divina. Iré a buscarlo.
Y partió a toda prisa al salón principal. Volvió al instante con un talismán sobre una bandeja cubierta por un envoltorio de seda roja con dibujos de dragones cubierto de sutras. La nodriza de Dajie se adelantó para recibirlo y el taoísta alargó los brazos en dirección a la niña.
—¿Por qué no lo trajo en las manos? —sonrió Xifeng—. ¿Por qué utiliza una bandeja?
—Mis manos están demasiado sucias, señora. Utilizar una bandeja me pareció más limpio.
—¡Vaya susto que me ha dado! —replicó ella bromeando—. No sabía que llevaba en ella el talismán y pensé que venía otra vez a pedir donativos.
El comentario de Xifeng hizo reír a todos los reunidos. Incluso Jia Zhen no pudo evitar una sonrisa.
—¡Vaya simio que estás hecha! —exclamó la Anciana Dama volviéndose a Xifeng—. ¿No temes al Infierno Cortalenguas?
—No le he hecho daño alguno —contestó ella—. ¿Por qué anda siempre diciéndome que si no hago mayor número de buenas acciones tendré una vida corta?
Zhang el taoísta se rió.
—Traje la bandeja por una razón. No para recoger donativos, sino para pedir prestado el jade del señor Bao y poder mostrarlo a mis amigos y discípulos taoístas.
—Si se trata de eso —dijo la Anciana Dama—, no hay razón para que un hombre de su edad ande corriendo y agotándose de un lado para otro. Llévese a Baoyu con usted, y muestre el jade a quien quiera. ¿No sería más cómodo?
—No, Su Señoría no comprende. Todavía me mantengo robusto y alegre a pesar de mis ochenta años, gracias a que comparto su buena fortuna. Lo que pasa es que en aquel lugar son tantos que aquello apesta. El señor Bao no está habituado a este calor y puede sentirse ofendido por el hedor, lo que resultaría lamentable.
Finalmente, la Anciana Dama ordenó a Baoyu que se quitara del cuello el Jade de las Comunicaciones Trascendentales y lo entregara al taoísta; éste lo colocó con reverencia sobre la seda y marchó portando respetuosamente la bandeja entré ambas manos.
La Anciana Dama y su comitiva, por su parte, siguieron paseando por el templo. Estaban llegando al piso superior de uno de los edificios cuando Jia Zhen informó de que el anciano taoísta venía a devolver el jade. Mientras decía esto apareció el propio Zhang con la bandeja.
—Todos me han agradecido mucho la oportunidad de contemplar el jade del señor Bao, que les parece absolutamente maravilloso —declaró—. No tienen otra cosa que ofrecer en agradecimiento, así que envían estos amuletos taoístas como muestra de su respeto. Si