que nunca lograrías separarte de ella —bromeó—. Mañana mismo puedes mudarte aquí y quedarte con ella. Anda, ahora siéntate un poco con nosotras y deja que brinde por ti.
Después de solicitarlo a las damas Xing y Wang, Xifeng se sentó y cruzó algunos comentarios amables con la madre de la señora You; luego, se cambió de lugar y se colocó junto a la anfitriona para beber vino y admirar el espectáculo. La señora You hizo traer el programa y, entregándoselo, le pidió que eligiera unos cuantos actos.
—¿Cómo voy a elegirlos yo estando Sus Señorías? —dijo Xifeng.
—La anciana señora You ya eligió varios —respondieron las damas Xing y Wang—. Ahora te toca a ti escoger un par de buenos actos para nosotras.
Xifeng se levantó en un gesto de obediencia. Tomó el repertorio y señaló «La resurrección» [3] y «La rapsodia» [4] . Al devolverlo comentó:
—Cuando hayan terminado este «Doble título honorífico» que están representando ahora, quedará el tiempo justo para estas dos.
—Sí —dijo la dama Wang—, ya deberíamos dejar descansar un poco a nuestros anfitriones; sobre todo conociendo su inquietud.
—¡Pero venís tan poco por aquí…! —protestó la señora You—. Quedaos un poco más, es temprano todavía.
Xifeng se levantó para mirar abajo y preguntó:
—¿Dónde están los señores?
—Se han ido a beber al pabellón del Alba Prolongada —contestó una de las amas—. Se llevaron a los músicos.
—Nuestra presencia los cohíbe —comentó Xifeng—. ¿Qué estarán tramando?
—¿Cómo quieres que todo el mundo sea tan correcto como tú? —bromeó la señora You.
Siguieron con las bromas y las risas hasta que concluyeron las representaciones, se llevaron el vino y apareció el arroz. Después de cenar dejaron el jardín y fueron a beber té al pabellón principal; luego, mandaron por sus carruajes y se despidieron de la anciana señora You. La joven señora You, junto a todas las concubinas y doncellas, la acompañaron hasta los carros, donde ya esperaban los jóvenes junto a Jia Zhen. Éste suplicó a la dama Xing y a la dama Wang que volvieran al día siguiente, pero la dama Wang declinó la invitación.
—Hemos pasado aquí todo el día y estamos fatigadas. Mañana tocará reposo.
Todo el tiempo que los visitantes tardaron en introducirse en sus carruajes para emprender la marcha, lo pasó Jia Rui con los ojos clavados en Xifeng.
Cuando Jia Zhen y los demás volvieron a entrar en la casa, Li Gui trajo el caballo de Baoyu, que fue trotando detrás del carro de su madre hasta llegar a su casa. Cuando Jia Zhen y los jóvenes hubieron cenado, la reunión terminó de disolverse. No es preciso detallar las diversiones que ofrecieron a sus parientes al día siguiente, segundo de homenaje a Jia Jing.
Xifeng empezó a visitar con más frecuencia a Keqing, que si bien unos días parecía mejorar un poco, se mantenía generalmente en una situación estacionaria, para dolor de su esposo y de sus suegros. Por su parte, en las frecuentes visitas que hacía a Xifeng, Jia Rui se encontraba invariablemente con que había salido a la mansión Ning.
Se aproximaba el solsticio de invierno, que ese año coincidiría con el día treinta de la onceava luna, y, a medida que se iba acercando, tanto la Anciana Dama como la dama Wang y Xifeng iban preguntando diariamente por la salud de Keqing. La respuesta siempre era la misma: la enferma no mejoraba, tampoco empeoraba; seguía igual.
—Es alentador que una enfermedad no empeore en este tiempo —le dijo la dama Wang a la Anciana Dama.
—Sí —respondió la apenada anciana—. Cualquier cosa que le sucediera a mi adorada niña me partiría el corazón.
Afligida, mandó llamar a Xifeng y le dijo:
—Vosotras siempre habéis sido buenas amigas. Mañana es el primer día de la decimosegunda luna; pues bien, quiero que vayas a verla pasado mañana y veas cómo está. Si ha mejorado algo, ven y dímelo; eso me quitaría un enorme peso de encima. Luego dispon las comidas que solían gustarle y envíaselas.
Xifeng prometió hacerlo así, y el día dos, después del desayuno, se encaminó a la mansión Ning a ver a Keqing. Aunque no parecía haber empeorado se notaba extenuada. Xifeng sel sentó y conversó con ella un rato animándola y asegurándole que no había motivo de alarma.
—En la primavera sabremos si me curo o no —dijo Keqing—. Quién sabe, quizás me recupere puesto que ha pasado el solsticio de invierno y no estoy peor. Dígales a la Anciana Dama y a la dama Wang que no se preocupen. Ayer me comí dos de los pasteles de batata rellenos de dátiles que me enviaron, y parece que me han sentado bien.
—Mañana te enviaremos más —prometió Xifeng—. Ahora me voy, tengo que ver a tu suegra antes de correr a informar a la Anciana Dama acerca dé tu salud.
—Por favor, mis respetos para ella y la dama Wang.
Con la promesa de transmitírselos, Xifeng fue a sentarse con la señora You, que le dijo:
—Dime sinceramente cómo la has encontrado.
Xifeng agachó la cabeza:
—Parece que hay poca esperanza. Yo en tu lugar empezaría a organizar el funeral. Quizás así podamos burlar la mala suerte.
—Ya he mandado hacer los preparativos en secreto, pero no he conseguido buena madera para tú ya sabes qué, así que por el momento me he desentendido.
Después de beber el té y charlar un rato más, Xifeng dijo que tenía que volver a informar a la Anciana Dama.
—No se lo digas todavía —le pidió la señora You—. No la alarmes.
Xifeng asintió y se marchó. A su regreso le dijo a la Anciana Dama:
—La esposa de Rong le envía sus respetos. Dice que se encuentra mejor y que no debe usted preocuparse. En cuanto esté un poco más recuperada vendrá ella misma a hacer su koutou.
—¿Qué impresión te dio?
—Creo que no hay nada que temer por el momento. Está animada.
La Anciana Dama quedó pensativa, y luego dijo:
—Anda ahora a cambiarte de ropa y descansa un poco.
Xifeng se retiró y, de camino a su cuarto, fue a informar a la dama Wang. Luego, Pinger la ayudó a ponerse un vestido de andar por casa entibiado junto al fuego, y con él se sentó y preguntó qué había ocurrido en su ausencia.
—Nada especial —le contestó la doncella al tiempo que le pasaba un tazón de té—. Vino la esposa de Lai Wang a traer los intereses de esos trescientos taeles. Ya los he guardado. El señor Rui mandó otra vez a preguntar si estaba en casa para venir a presentarle sus respetos.
—¡Ese canalla! ¡Parece que está buscando su ruina! —gruñó Xifeng—. Pues bien, que venga, ¡y ya verás lo que pasa cuando aparezca esa bestia!
—¿Por qué tiene tanto interés en venir?
Xifeng le describió el encuentro en el jardín de la mansión Ning durante la novena luna, y todo lo que en él había dicho.
—El asqueroso sapo quiere comer la carne del cisne celeste —dijo desdeñosamente Pinger—. Ese bruto no sabe lo que es la decencia. Ser capaz de imaginar lo que imagina le hace digno de un mal filial.
—Que venga —insistió Xifeng—. Yo sé cómo tratarlo.
Qué le ocurrió a Jia Rui durante su siguiente visita es suceso que se narra en el siguiente capítulo.
Capítulo