Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


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no se precipitara.

      —Tranquilícese, señor Bao, el venerable maestro fue a ocuparse de sus asuntos y se vería muy mal que ahora nos presentáramos nosotros a molestarlo por una tontería. Mi opinión es que estos problemas deben resolverse sobre el terreno y que no hay necesidad de importunar al anciano caballero.

      Y señalando a Jia Rui continuó:

      —Usted es el responsable de todo este lío. En ausencia del profesor es usted quien está a cargo de la escuela: si alguien se porta mal debe castigarlo. ¿Cómo permite que lleguen las cosas a este extremo?

      —No he dejado de gritar que se detuvieran —contestó Jia Rui—, pero ninguno me hizo caso.

      —Discúlpeme si le hablo con toda franqueza, señor —insistió Li Gui—. Su propia conducta deja mucho que desear, y Ja consecuencia es que estos muchachos no le obedecen. Si este asunto llega a oídos del maestro lo pagará usted caro, así es que mejor sería que se diera prisa en poner punto final a este incidente.

      —¡¿Punto final a qué?! —intervino Baoyu airado—. No toleraré que no se escuche mi versión.

      —Y yo no volveré a esta escuela si se permite a Jin Rong que siga viniendo —dijo Qin Zhong sollozando.

      —¡Buena idea! —exclamó Baoyu—. ¿Por qué tenemos que ser nosotros los que nos vayamos mientras ellos siguen acudiendo a la escuela? Voy a contárselo todo a la familia y conseguiré que los expulsen.

      A continuación preguntó a Li Gui la rama de la familia a la que pertenecía Jin Rong.

      Después de pensarlo un momento Li Gui respondió:

      —Más vale que no me lo pregunte. Si se lo digo, lo único que conseguiré es que se sigan produciendo discordias entre parientes.

      —¡Es el sobrino de la señora Jia Huang del callejón del Este! —terció Mingyan por la ventana—. No sé de dónde ha sacado el atrevimiento para provocamos; la señora Jia Huang es su tía por parte de padre, y una pedigüeña que se pasa el día halagando a la gente y arrodillándose ante la señora Lian para conseguir algunos regalos que luego empeña. ¿Cómo la vamos a respetar, si no vale una mirada?

      —¡Cierra la boca, jodido perro! ¡Lo único que faltaba aquí es que tuvieras la lengua tan larga! —rugió Li Gui.

      —De modo que Jin Rong es el sobrino de la cuñada Jia Huang —dijo Baoyu con desdén—. Hablaré con ella sobre este asunto.

      Y se dispuso a partir después de ordenar a Mingyan que entrara a empaquetar sus libros. Cuando hubo terminado, el paje sugirió exultante:

      —Permítame ir a mí. Le diré que la Anciana Dama quiere hablar con ella. Alquilaré un carro para traerla, y así usted podrá hablarle en presencia de su abuela. ¿No es eso más sencillo?

      —¡¿Pero es que quieres morir, imbécil?! —gritó Li Gui—. Espera a que volvamos y verás la paliza que te doy; sin contar con que les diré al señor y a la señora que fuiste tú quien empujó al amo Baoyu a este trastorno. ¡Todo lo queme ha costado tranquilizarlo para que ahora vengas tú, que empezaste este embrollo, a echarle más leña al fuego!

      Ante la amenaza, Mingyan no se atrevió a replicar. Jia Rui, por su parte, temeroso de sufrir las consecuencias de que aquello siguiera adelante, se tragó su orgullo y suplicó a Qin Zhong y a Baoyu que olvidasen el asunto.

      Tras hacerse un poco el duro, Baoyu cedió:

      —De acuerdo, no diré nada. A cambio, Jin Rong tiene que disculparse.

      Jin Rong se negó al principio, pero Jia Rui, Li Gui y los demás lo acosaron.

      —Tú has empezado esto —le decían—. A ti te corresponde terminarlo.

      Presionado de tal manera, Jin Rong acabó por ceder y se inclinó ante Qin Zhong con un puño cerrado dentro del otro a la altura de los labios [3] . Pero Baoyu no estaba dispuesto a aceptar sus disculpas como no hiciera un koutou completo.

      Deseando terminar cuanto antes, Jia Rui le susurró a Jin Rong:

      —Recuerda el proverbio: «Un asesino lo único que tiene que perder es la cabeza». Haz el koutou y acabemos de una vez.

      Por fin, Jin Rong se prosternó ante Qin Zhong.

      Quien quiera saber lo que pasa, que escuche el próximo capítulo [4] .

      Capítulo X

      Por su propio bien, la viuda Jin se traga su amor propio.

      El doctor Zhang diagnostica una enfermedad

      con profundos análisis.

      En el capítulo anterior, las fuertes presiones y las órdenes de Jia Rui para que se disculpara habían obligado a Jin Rong a hacer un koutou ante Qin Zhong. Al terminar las clases, de camino a su casa, el recuerdo de la humillación sufrida enfurecía cada vez más a Jin Rong: «Qin Zhong sólo es el cuñado de Jia Rong; ni siquiera es hijo o nieto de la familia Jia —cavilaba colérico por el camino—. Está en la escuela gracias a un favor especial, exactamente igual que yo, pero su amistad con Baoyu le permite mirar por encima del hombro a los demás. Si al menos se comportase correctamente… Pero esos dos deben pensar que los demás estamos ciegos. Hoy los sorprendí coqueteando, ¿qué tengo yo que temer si todo esto sale a la luz?».

      —¿En qué lío te has metido ahora? —preguntó su madre, nacida Hu, al oírlo llegar refunfuñando.

      Cuando el muchacho le contó lo sucedido, ella le reconvino:

      —Tuve que perseguir a tu tía importunándola continuamente para que la señora Xifeng de la mansión del Este te consiguiera una plaza en la escuela de la familia. ¿Qué sería de nosotros sin su ayuda? No nos podemos permitir un preceptor. Además, allí te dan de comer gratis, ¿no es cierto? Eso nos ha permitido ahorrar bastante en estos dos últimos años, y gracias a eso puedes llevar esa ropa elegante que tanto te gusta. Y gracias también a la escuela has conocido al señor Xue, que nos ha ayudado en este tiempo con no menos de setenta u ochenta taeles de plata. Si te expulsan por esa pelea no esperes que te encuentre otra escuela como ésta; te aseguro que eso sería más difícil que trepar hasta el cielo, así que más vale que te entretengas con algo tranquilo antes de ir a dormir. Sí, será lo mejor.

      Jin Rong tuvo que reprimir su cólera y sujetar la lengua, y pronto quedó dormido. A la mañana siguiente volvió a la escuela como si nada hubiera acaecido.

      Hablemos ahora de su tía paterna. Se había casado con Jia Huang, que pertenecía a aquella generación de la familia que empleaba en sus nombres el radical de «jade» [1] . Ya sabemos que no todos los miembros del clan eran tan ricos como los de las mansiones Ning y Rong; pues bien, Jia Huang y su esposa vivían de una menguada renta y con frecuencia acudían con halagos a suplicar la ayuda de Xifeng y la señora You.

      Como ese día hacía buen tiempo y no tenía nada que hacer, la esposa de Jia Huang, nacida Jin, fue a visitar a su cuñada y a su sobrino acompañada de una sirvienta. Durante la conversación, la madre de Jin Rong describió detalladamente los sucesos ocurridos en la escuela el día anterior. El relato encolerizó inmediatamente a la tía Huang.

      —Jin Rong es tan pariente de los Jia como ese joven idiota de Qin Zhong —exclamó—. ¿Cómo puede haber gente que se arrastre de esa manera a los pies de los ricos? Sobre todo cuando su comportamiento es tan lamentable. Y en cuanto a Baoyu, no hay motivo para que se le trate con tantos remilgos. Voy ahora mismo a la mansión del Este a hablar con la señora You y luego informaré a la hermana de Qin Zhong. ¡A ver quién tiene aquí la razón!

      —Ay hermana, no he debido contártelo —dijo la madre de Jin Rong presa de ansiedad—. No les digas nada, por favor.