Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


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ni Baochai con toda su seriedad pudo reprimir una sonrisa. Pellizcó una mejilla de Daiyu y exclamó:

      —¡Pero qué lengua tiene la muchacha! No sabe una si enfadarse o reír.

      —No te preocupes, hijo mío —sentenció la tía Xue—. No tengo nada bueno que ofrecerte, pero me sentiría muy mal si de un disgusto que tuvieras aquí te resultase una indigestión; así que bebe cuanto quieras, que yo responderé. Y no tienes que irte antes de la cena; y lo mismo si te excedes bebiendo: puedes quedarte a dormir.

      Ordenó que calentaran más vino y continuó:

      —Beberé un poco con vosotros y luego cenaremos.

      Al oírla, Baoyu recuperó el buen humor.

      Su ama dijo a las doncellas:

      —Quedaos con él y no le quitéis el ojo de encima. Voy a casa a cambiarme de ropa y regreso enseguida.

      Y le pidió a la tía Xue susurrando:

      —Por favor, señora, no le conceda caprichos y no le deje beber demasiado.

      Apenas salió el ama Li, las dos o tres sirvientas que quedaron, mujeres maduras y desaprensivas, salieron también a divertirse por su cuenta dejando sólo a dos doncellas, jóvenes y ansiosas por complacer a Baoyu. Con mucha habilidad, la tía Xue impidió que el muchacho bebiera demasiado, y a la hora de la cena Baoyu apuró dos tazones de sopa de piel de pollo y brotes de bambú adobados, y medio tazón de migas de arroz verde. Para entonces ya habían terminado Baochai y Daiyu, y todos bebieron un té fuerte, lo que tranquilizó a la señora Xue.

      Poco después, terminada su propia cena, Xueyan y otras tres doncellas acudieron para atenderlos, y Daiyu preguntó a Baoyu:

      —¿Estás listo para partir?

      La miró de soslayo, con los párpados medio cerrados:

      —Me iré cuando tú te vayas.

      Daiyu se levantó inmediatamente.

      —Hemos pasado aquí casi todo el día; ya es hora de que nos vayamos. Pueden estar preocupados.

      Mientras se despedían llegaron sus ropas de abrigo, y Baoyu agachó la cabeza para que una doncella le ayudara a ponerse la capucha. Ésta la sacudió y empezó a pasársela por encima de la cabeza.

      —¡Para, para! No seas tan tosca, boba —protestó Baoyu deteniéndola—. ¿No sabes cómo se pone una capucha? Deja que lo haga yo mismo.

      —¡Pero qué escándalo! —dijo Daiyu poniéndose de pie sobre el kang—. Ven aquí. Déjame ayudarte.

      Baoyu se acercó a ella, que le puso suavemente una mano sobre la coronilla y colocó el filo de la capucha sobre su guirnalda.

      —Así está mejor —le dijo al tiempo que echaba hacia adelante el pompón de terciopelo rojo del tamaño de una castaña—. Ahora ya puedes ponerte la capa.

      Mientras Baoyu lo hacía, la señora Xue comentó:

      —Ni una de las amas que os trajo está aquí, ¿por qué no esperáis un poco?

      —¿Por qué tendríamos que esperar nosotros a las sirvientas? —preguntó él—. Ya están las doncellas para acompañarnos. No nos pasará nada.

      Sin embargo, para mayor seguridad, la tía Xue hizo que les acompañaran dos amas mayores. Después de dar las gracias a su anfitriona los dos jóvenes se dirigieron a los aposentos de la Anciana Dama, que aún no había cenado. Se mostró muy complacida al saber de dónde venían, y cuando se percató de que Baoyu había estado bebiendo lo mandó directamente a su cuarto, prohibiéndole que volviera a salir de noche. Después preguntó quién estaba a cargo del muchacho.

      —¿Dónde está el ama Li? —preguntó al saberlo.

      Las doncellas, que no se atrevían a revelar que había vuelto a su casa, le respondieron:

      —Estaba aquí hace un momento; seguramente ha salido con algún encargo.

      Tambaleándose un poco, Baoyu se volvió para decir por encima del hombro:

      —Vive mejor que nuestra abuela, ¿por qué pregunta por ella? Sin sus sermones yo viviría unos días más.

      Después salió, y al llegar a su cuarto sus ojos tropezaron con el pincel y la tinta sobre su escritorio.

      Qingwen lo saludó con una sonrisa y exclamó:

      —¡Vaya tipo! Me hace moler tinta durante toda la mañana porque no se siente bien; luego se sienta, escribe tres caracteres, tira el pincel y se va. ¿Sabe que nos ha tenido esperando todo el día? Póngase ahora mismo a trabajar y acabe con toda esa tinta.

      Recordando lo ocurrido por la mañana, Baoyu preguntó:

      —¿Dónde están los tres caracteres que escribí?

      —¡Pero está borracho! —dijo Qingwen riendo—. Justo antes de partir a la otra casa me pidió que los colgara sobre la puerta, y ahora me pregunta dónde están. Los colgué yo misma; busqué una escalera para hacerlo porque no me fiaba de que nadie lo hiciera bien. Todavía tengo las manos entumecidas por el frío.

      —Lo había olvidado. Deja que te caliente las manos.

      Y tomó las manos de Qingwen entre las suyas mientras ambos contemplaban la inscripción sobre el dintel. En ese momento entró Daiyu, y él le preguntó:

      —Dime sinceramente, prima, ¿cuál de estos tres caracteres está mejor escrito?

      Daiyu levantó la cabeza y leyó: «Estudio de las Nubes Rojas».

      —Los tres son buenos. No sabía que fueras tan buen calígrafo. Alguna vez tienes que hacer una inscripción para mí.

      —Ya te estás burlando —rió Baoyu.

      Y volviéndose a Qingwen:

      —¿Dónde está Xiren?

      Qingwen señaló con la cabeza el kang de la habitación interior, donde Xiren yacía vestida.

      —Muy bien —dijo—, pero todavía es temprano para dormir. En la otra casa había para desayunar un plato de panecillos rellenos de nata de soja, y como sé que te gustan le pedí a la cuñada You que me los guardara para la cena, de manera que los envió aquí. ¿Los has recibido?

      —¡No me diga! —contestó Qingwen—. Al verlos comprendí que eran para mí, pero como ya había desayunado los dejé. Entonces entró el ama Li y los vio: «Baoyu no los querrá, se los llevaré a mi nieto». Y se los llevó.

      Qianxue entró con el té, y Baoyu dijo:

      —Bebe un poco de té, prima Lin.

      Las doncellas se echaron a reír:

      —Hace un rato que se ha ido, y le ofrece té.

      Tras beber media taza recordó algo y preguntó a Qianxue:

      —¿Por qué me trajiste este té? Esta mañana hicimos un té de rocío de arce y te dije que tomaba todo el sabor sólo después de tres o cuatro infusiones.

      —Sí, guardé el otro té —le respondió ella—, pero el ama Li insistió en probarlo y se lo bebió todo.

      Fue demasiado para Baoyu. Cogió la taza y la estrelló contra el suelo, salpicando la falda de la doncella. Luego, poniéndose en pie, exclamó furioso:

      —¡¿Acaso es vuestra abuela, para que la tratéis con tanto respeto?! Sólo porque me amamantó unos cuantos días se comporta como si fuera más importante que mis antepasados. Ya no necesito una nodriza, ¿por qué tengo que aguantar un vejestorio como ése? ¡Mandadla de una vez al infierno y todos viviremos más tranquilos!

      Quiso ir directamente a ver a su abuela para que despidiera al ama Li, pero Xiren, que sólo fingía dormir esperando que Baoyu acudiera a jugar con ella, se levantó rápidamente y corrió a calmar los