escuela.
Indignados y con el rostro encendido los dos muchachos preguntaron:
—¿En qué nos has atrapado?
—¡Los he pillado con las manos en la masa! —gritó Jin Rong mientras reía y aplaudía—. ¡A la rica tortilla! ¡Vamos, muchachos; a comprar una tortilla!
Los dos muchachos corrieron hacia Jia Rui para quejarse por el insulto de Jin Rong, pero Jia Rui era un bribón sin escrúpulos y ávido de dinero que aprovechaba la situación en la escuela para desplumar a los muchachos. En el caso de Xue Pan, había hecho la vista gorda a su lamentable conducta, e incluso la había alentado, a cambio de dinero, pitanzas y otros favores. Pero Xue Pan era veleidoso como una lenteja de agua, hoy flotando al este y mañana al oeste. La reciente adquisición de nuevos amigos le había hecho olvidar a Perfume y Jade, por no hablar de Jin Rong, al que a su vez ellos habían sustituido. Ahora que todos ellos habían sido descartados, Jia Rui no tenía quien intercediera por él, y en lugar de culpar a la volubilidad de Xue Pan la había tomado con Perfume y Jade. Pasaba igual con Jin Rong y con los demás; todos habían tomado ojeriza a los dos muchachos, y la llegada de Qin Zhong y Perfume Añorado con la queja no había hecho sino acrecentar la aversión que le inspiraban. Jia Rui no se atrevió a reprender a Zhong, pero la tomó con Perfume abrumándolo de insultos y acusándole de crear problemas.
Tras semejante chasco, Perfume y Qin Zhong volvieron a sus pupitres con gesto sombrío mientras Jin Rong, con aire triunfante, meneaba la cabeza y chasqueaba la lengua sin parar de proferir calumnias; todo ello resultó excesivo para Jade Enamorado, que inició con él una discusión desde su pupitre.
—Yo los he visto en el patio —insistía Jin Rong—. Discutían dónde y cómo encontrarse. Más claro, agua.
Y prosiguió, indiferente a quién pudiera oírlo, a pesar de que alguien ya estaba montando en cólera. ¿Y adivinan quién era? Se trataba de Jia Qiang, un descendiente directo del duque de Ningguo que había sido criado por Jia Zhen tras la muerte prematura de los padres de aquél. Ahora tenía dieciséis años y era todavía más apuesto y atractivo que Jia Rong, del cual era inseparable. Ahora bien, «cuanta más gente, más rumores», y los descontentos criados de la mansión Ning lo único que hacían bien era difamar a sus amos. Cuando los chismes de la servidumbre acerca de la sospechosa amistad entre los dos muchachos llegaron a oídos de Jia Zhen, éste, temeroso de convertirse él mismo en blanco de sospechas, dio a Jia Qiang una casa en las afueras para que viviera allí por su cuenta.
La inteligencia de Jia Qiang era sólo comparable a su belleza, pero su asistencia a la escuela no era sino la fachada que escondía su acendrada afición a las peleas de gallos, las carreras de galgos y los burdeles. Ninguno de los otros miembros del clan se atrevía a cruzarse en su camino, ya que era un protegido de Jia Zhen y contaba además con el apoyo de Jia Rong, ¡y dada su intimidad con ellos no iba a permitir que nadie maltratara impunemente a Qin Zhong! Su primera intención fue tomar abiertamente partido por él, pero pensándolo mejor llegó a la siguiente conclusión: «Jin Rong, Jia Rui y toda esa banda de desaprensivos andan del brazo del tío Xue, que siempre me ha tratado bien. Si me enfrento a ellos irán con el cuento al viejo Xue, y eso hará que nuestra relación se resienta. No obstante, si no hago nada seguirán corriendo esos comprometedores bulos. Debo encontrar una manera de taparles la boca sin quedar mal». Aduciendo una pequeña urgencia fisiológica, abandonó el aula; con toda discreción buscó a Mingyan, uno de los pajes de Baoyu, y le contó la historia de tal manera que unas cuantas frases fueron suficientes para provocar su indignación.
Mingyan, aunque joven e inexperto, era el más servicial de los pajes de Baoyu, y Jia Qiang le había dicho que los insultos contra Qin Zhong afectaban también a su señor y que si la actitud de Jin Rong era pasada ahora por alto se tomaría mayores libertades la próxima vez. Mingyan, a quien siempre le había gustado hacer gala de fuerza, se lanzó inmediatamente, alentado por Jia Qiang, a desafiar a Jin Rong. Olvidando el comportamiento que correspondía a un criado, le gritó:
—¡Oye, tú, Jin! ¿Qué diablos te has creído?
En ese momento Jia Qiang se sacudió el polvo de las botas, se arregló la ropa, observó la altura del sol y pensó: «Es hora de retirarme». Pidió permiso a Jia Rui para irse temprano puesto que tenía que arreglar ciertos asuntos, y éste no se atrevió a impedírselo.
Para entonces Mingyan ya le había propinado un puñetazo a Jin Rong mientras lo retaba a pleno pulmón:
—Lo que nosotros hagamos no es asunto tuyo. ¡Enfréntate a tu señor Ming, si tienes agallas!
La clase entera quedó estupefacta.
—¡Mingyan, cómo te atreves! —gritó a su vez Jia Rui cuando pudo reaccionar.
Lívido de ira, Jin Rong dio un alarido:
—¡Rebelde! ¿Cómo te atreves a hablarme así, esclavo? ¡Tengo que hablar con tu amo!
Y soltándose de un tirón fue hacia Baoyu y Qin Zhong.
¡Paf! Un tintero lanzado por mano anónima zumbó cerca de la cabeza de Jin Rong y acabó su trayectoria estrellándose contra el pupitre siguiente, donde se sentaban Jia Lan y Jia Jun.
Jia Jun era un tataranieto del duque de Rongguo, hijo único de una madre tempranamente viuda. Ocupaba el mismo pupitre que Jia Lan, al que le unía una firme amistad. Este impertérrito e irascible bribonzuelo había contemplado indiferente a uno de los amigos de Jin Rong lanzar un pesado tintero contra Mingyan, pero cuando la piedra cayó ante él destrozando su recipiente de agua y salpicando de tinta sus libros decidió que aquello era más de lo que podía soportar.
—¡Criminales! Si queréis pelea, la tendréis —dijo a gritos mientras daba tirones de su propio tintero.
El tímido Jia Lan intervino para señalar a su amigo que ése no era asunto suyo, pero Jia Jun no le hizo el menor caso. Como su tintero estaba fijado al pupitre, y no fue capaz de arrancarlo, desistió de utilizarlo como arma arrojadiza y optó por echar mano de su bolsa, lanzándosela al culpable; pero como era pequeño y débil erró el blanco, y la bolsa fue a caer con enorme estrépito ante las narices de Baoyu y Qin Zhong esparciendo libros, papeles, pinceles y tinta. Por si no había suficiente confusión sobre el pupitre, rompió también la taza de Baoyu, de manera que el té fue a sumarse a aquel desaguisado.
Jia Jun arremetió contra el muchacho que había lanzado el tintero, mientras Jin Rong se hacía con una vara de bambú y empezaba a dar golpes a diestro y siniestro en el pequeño y atestado recinto.
El primero en probar la vara fue Mingyan.
—¡¿Pero qué estáis esperando?! —rugió éste a los otros pajes de Baoyu, que no se hicieron de rogar.
—¡Ahora veréis para qué sirven las armas, hijos dé la gran puta! —Y diciendo esto se lanzaron a la carga, uno armado con la tranca de una puerta y otros dos blandiendo látigos.
Jia Rui hacía esfuerzos desesperados por contener a los contrincantes, pero nadie le hacía caso y al poco tiempo aquello parecía una casa de locos. Varios muchachos se lanzaron alegremente a la trifulca emprendiéndola a puñetazos con los que ya estaban ocupados y no podían responder; los más apocados se replegaron, y el resto, de pie sobre sus pupitres, aplaudía y reía a carcajadas mientras jaleaba a los combatientes. La escuela parecía una caldera hirviendo.
Al oír el estrépito, Li Gui y los demás criados entraron en el aula a detener la gresca. Cuando preguntaron cómo había empezado contestaron todos a un tiempo, cada uno acusando a los demás. Li Gui soltó una maldición y echó fuera a Mingyan y a los demás pajes.
Qin Zhong tenía una herida en la cabeza producida por la vara de Jin Rong, y Baoyu se la limpiaba con la solapa del abrigo. En cuanto el orden fue restablecido dijo a Li Gui:
—Reúne mis libros y trae mi caballo. Voy a informar de esto al maestro. Fuimos insultados, pero cuando le presentamos una queja formal al señor Jia Rui nos culpó a nosotros, permitió que nos ofendieran y llegó a alentarlos para que nos golpearan. Naturalmente,