Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


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y Cerraduras Doradas Frente al Portón», «Colinas Azules como Biombos Bordados detrás de la Casa», y encima las consideran el colmo de la elegancia? ¿Es ése el estilo de la familia Jia que aparece en estas Memorias de una roca? ¿Nos encontramos ante un contrasentido? Permitan, permitan que yo mismo, aun en mi estupidez, les explique la situación.

      Antes de ingresar en palacio, la concubina imperial había sido criada por la Anciana Dama desde su más tierna infancia. Tras el nacimiento de Baoyu, Yuanchun se convirtió en su hermana mayor y él en su hermano menor; el hecho de que su madre tuviera ya una cierta edad cuando lo trajo al mundo, había hecho que lo amara más que a sus otros hermanos y que le prodigara todo tipo de cuidados. Los dos hermanos permanecieron junto a su abuela y fueron inseparables. Incluso antes de que Baoyu empezara a asistir a la escuela, cuando apenas tenía cuatro años, Yuanchun le enseñó a recitar varios textos y a reconocer varios miles de caracteres. Más parecía una madre que una hermana mayor. Ya en palacio, escribía repetidas cartas a sus padres pidiéndoles que lo educaran bien, pues sin una estricta disciplina nunca llegaría a ser nada en la vida; ahora bien —insistía— si lo trataban duramente también podría llegar a ser fuente de inquietudes. Nunca había dejado de preocuparse amorosamente por él.

      Por otra parte, antes de la experiencia del jardín Jia Zheng nunca había prestado oídos al preceptor de Baoyu cuando le decía que su hijo tenía dotes literarias, pero cuando el jardín estuvo listo para la inspección final exigió al muchacho, con el fin de ponerlo a prueba, inscripciones adecuadas. A pesar de que los esfuerzos infantiles de Baoyu distaban mucho de ser inspirados, eran al menos aceptables. La familia no habría tenido dificultades para conseguir la ayuda de famosos hombres de letras, pero les pareció que los nombres elegidos por un miembro de la familia tendrían un interés especial; además, cuando la concubina imperial supiera que eran obra de su adorado hermano menor, sentiría sin duda que sus expectativas no habían sido defraudadas. Por todo ello, fueron adoptadas las inscripciones de Baoyu. No todas habían sido determinadas el día del paseo; algunas las presentó más tarde. Pero dejemos ya este asunto.

      Cuando la concubina imperial vio la inscripción «Playa de Hierbas y Puerto Florido» comentó con una sonrisa:

      —«Puerto Florido» es suficiente. ¿Por qué también «Playa de Hierbas»?

      Apenas el eunuco hubo oído la observación de Yuanchun desembarcó con presteza y corrió a informar a Jia Zheng del comentario de la concubina. Jia Zheng ordenó que se modificara inmediatamente la inscripción.

      El bote de la concubina imperial ya había alcanzado la otra orilla, y ella volvió a subir a su palanquín. Ahora, ante ella se extendía el bello salón de un recinto imponente. El arco de acceso lucía la inscripción «Espejo Precioso de los Inmortales del Cielo». Inmediatamente hizo que le cambiaran el nombre por el de «Villa de la Reunión Familiar».

      Al entrar en el palacio vio en el patio unas antorchas llameando al cielo, incienso en polvo esparcido por tierra, árboles flamígeros, flores de jaspe, ventanas doradas y barandas de jade; y en el interior cortinas finísimas como antenas de camarón, alfombras de piel de nutria, almizcle ardiendo en los trípodes y abanicos de plumas de faisán. En verdad se trataba de

      Puertas de jade, ventanas doradas, morada de los dioses e inmortales.

      Palacio de osmanto, alcázar de orquídeas, mansión de la consorte imperial.

      Yuanchun miró a su alrededor y preguntó:

      —¿Y por qué no tiene nombre este lugar?

      El eunuco que la acompañaba cayó de rodillas.

      —Porque éste es el palacio principal —dijo—. Nadie ajeno a la corte se atrevió a sugerir un nombre.

      Ella asintió con la cabeza y no dijo nada.

      Otro eunuco, el maestro de ceremonias, cayó también de rodillas y le suplicó que tomara asiento en un sillón ceremonial para recibir el homenaje de su familia. Al son de una música que se ejecutaba a ambos lados de la escalinata, Jia She y los hombres de la familia fueron conducidos por dos eunucos para que se alinearan al pie de la plataforma, pero cuando una dama de compañía transmitió la orden de la concubina imperial para que se obviara esa ceremonia, todos se retiraron. Entonces la Anciana Dama de la mansión Rong y los demás parientes fueron conducidos por los escalones del este hasta el dosel para que presentaran su homenaje, pero también se les dispensó de esta ceremonia y volvieron fuera.

      Acabado el tercer servicio de té, Yuanchun descendió del trono, cesó la música y marchó a cambiarse de ropa en un cuarto lateral. Entretanto, había sido dispuesto un carruaje que la conduciría fuera del jardín a visitar a sus padres.

      Primero se dirigió a la sala de recepción de la Anciana Dama a presentar sus respetos a la dueña de la casa, pero, antes de que pudiera hacerlo, su abuela y las demás se hincaron de rodillas para impedírselo. Los ojos de la concubina imperial se llenaron de lágrimas mientras su familia se acercaba a ella para darle la bienvenida.

      Apretó las manos de su abuela y de su madre, y los corazones de las tres se colmaron impidiéndoles articular palabra. Sólo se escuchaban sollozos. También la dama Xing, Li Wan, Xifeng, y las primas de la concubina, Yingchun, Tanchun y Xichun, sollozaban quedamente a su lado. Finalmente la concubina imperial controló su dolor y forzó una sonrisa para tratar de consolarlas.

      —Desde que fui enviada a ese lugar donde no puedo ver a nadie, no ha sido fácil conseguir una oportunidad para volver a casa y veros de nuevo —dijo—. Y ahora, en vez de charlar y reír, nos echamos a llorar; pronto me iré y quién sabe cuándo podré volver.

      Dicho lo cual se echó a llorar otra vez.

      La dama Xing y las demás se esforzaron en consolarla, y la Anciana Dama le pidió que se sentara. Así lo hizo Yuanchun, y comenzó otra ronda de amabilidades y lágrimas. Los mayordomos y criados de las dos mansiones presentaron sus respetos desde la puerta, al igual que sus esposas y las doncellas.

      Al concluir la ceremonia, Yuanchun preguntó por qué no estaban allí la tía Xue, Baochai y Daiyu.

      La dama Wang le explicó que no querían parecer presuntuosas, puesto que no eran miembros de la familia Jia ni tenían rango oficial.

      La concubina imperial pidió que fueran inmediatamente llamadas a su presencia, y ya se disponían a rendir homenaje de acuerdo con la etiqueta del Palacio Imperial cuando fueron dispensadas de la ceremonia por orden de Yuanchun. Luego, Baoqin y las demás doncellas que Yuanchun había llevado consigo a palacio hicieron un koutou ante la Anciana Dama, que a su vez, apresuradamente, se lo impidió, enviándolas a tomar el té y los confites que habían sido dispuestos en el cuarto de al lado. También los eunucos mayores y las damas de compañía fueron atendidos por el personal de ambas mansiones, con lo cual sólo quedaron de servicio tres o cuatro eunucos jóvenes.

      Cuando las damas de la familia hubieron hablado emocionadamente acerca de la separación y todo lo ocurrido desde entonces, Jia Zheng, desde el otro lado de la cortina que cubría la puerta, indagó por la salud de su hija, que a su vez aprovechó para presentar sus respetos.

      Entre lágrimas, le dijo:

      —Los sencillos campesinos que viven de legumbres en salmuera y visten bastas telas caseras disfrutan al menos de las alegrías de la vida en familia. ¿Qué placer pueden depararnos los lujos y un alto rango cuando vivimos separados de esta manera?

      También llorando, él respondió:

      —Su pobre y oscuro vasallo nunca pudo soñar que entre nuestra bandada de vulgares palomas y cuervos pudiera nacer la bendición de un fénix. Gracias al favor imperial y a la virtud de nuestros ancestros, Su Noble Alteza encarna las mejores esencias de la naturaleza y el mérito acumulado de quienes nos precedieron. Y tal fortuna nos ha cabido a mi esposa y a mí. Su Majestad, que encama la gran virtud de la creación, nos ha deparado una muestra tan extraordinaria de su favor, que aun abriéndonos la cabeza estaríamos lejos de pagar una milésima parte de nuestra deuda de gratitud. Sólo me queda agotarme día y noche, cumplir lealmente con mis deberes oficiales y orar para que nuestro soberano