muebles del jardín duró varios días. En Xifeng recayó la mayor responsabilidad. A diferencia de los demás, ella no tuvo un momento de respiro, y, en sus ansias por sobresalir, no se permitió ni un fallo que pudiera dar lugar a un reproche, y se esforzó en sus tareas como si cumplirlas no requiriese esfuerzo. Baoyu, como de costumbre, era el más ocioso entre los habitantes de las dos mansiones.
Cierta mañana apareció la madre de Xiren a solicitar el permiso de la Anciana Dama para llevarse a su hija. Esa misma noche, una vez tomado el té de Año Nuevo en casa, la devolvería a la mansión Rong. Con la partida de Xiren aquel día, Baoyu se quedó solo, así que se dispuso a pasar el tiempo jugando a los dados con las otras doncellas. Ya empezaba a sentirse algo aburrido cuando una sirvienta anunció la llegada de un recado de Jia Zhen invitándolo a la mansión Ning para ver unas óperas y admirar los faroles de Año Nuevo. Mientras Baoyu se mudaba de ropa para acudir a la otra casa, llegó también un regalo de la concubina imperial: un dulce de leche cuajada. La última vez que comieron uno igual, Xiren había disfrutado mucho; recordando aquella ocasión, Baoyu ordenó que le guardaran un poco. Luego, tras despedirse de su abuela, tomó el camino de la mansión Ning.
Le sorprendió que se representaran piezas como El maestro Ting encuentra a su padre, Huang Boyang despliega a los fantasmas en orden de batalla, El Rey Mono siembra el pánico en los cielos o El patriarca Jiang decapita generales y los beatifica. En todas, particularmente en las dos últimas, los dioses, fantasmas, monstruos y ogros ocupaban toda la escena tremolando banderolas, haciendo cortejos religiosos, invocando a Buda y ofrendándole incienso, de manera que el estrépito de los gongs, los golpes de tambor y los gritos se oían desde la calle. Los transeúntes comentaban que sólo en la familia Jia podían darse distracciones tan costosas. Baoyu se sintió incómodo entre tan tosco y ostentoso ajetreo, y se escabulló buscando asueto en otro lugar.
Primero fue a los aposentos interiores a charlar con la señora You y bromear con las doncellas y concubinas que allí estaban. No se despidieron de él cuando salió por la puerta interior, suponiendo que volvía a las representaciones. Los hombres —Jia Zhen, Jia Lian, Xue Pan y los demás— estaban tan entretenidos jugando y bebiendo que tampoco notaron su ausencia; supusieron también que había vuelto dentro. En cuanto a los sirvientes que lo habían acompañado, pensaron que no partiría hasta la caída del sol, y, contando con estar de vuelta para entonces, los mayores se fueron a jugar, beber el té de Año Nuevo con sus parientes o visitar algún burdel o taberna. Los sirvientes jóvenes, por su parte, se apretujaban en el teatro.
El caso es que, al encontrarse solo, Baoyu pensó: «En el gabinete de estudio de esta casa hay colgada una pintura que representa con una fidelidad maravillosa a una bellísima mujer. Debe sentirse muy sola, con tanta agitación. Será mejor que vaya a consolarla un poco», Y, dicho y hecho, se dirigió al estudio.
Al acercarse a la ventana del gabinete oyó unos gemidos que le sorprendieron. ¿Acaso la beldad del cuadro había cobrado vida? Armándose de valor, hizo con la lengua un pequeño agujero en el papel de la ventana y miró por él. No, la belleza del retrato no había cobrado vida de repente. Era su paje Mingyan, que, abrazado a una muchacha, practicaba el mismo juego de la nube y de la lluvia que la diosa del Desencanto había enseñado a Baoyu.
—¡¿Será posible?!
Baoyu irrumpió en el cuarto y los dos amantes, aterrados, se separaron temblando de miedo. Cuando Mingyan vio que se trataba de su amo, cayó de rodillas implorando piedad.
—¡En plena luz del día! ¿Acaso quieres que el señor Zhen te mate? —exclamó Baoyu que, entretanto, ya había mirado de reojo a la muchacha. No era ninguna belleza, pero tenía un aspecto agradable y cierto encanto. La vergüenza la había hecho sonrojarse hasta las orejas, y mantenía la cabeza inclinada sin decir una palabra.
»¡¿Pero te piensas quedar aquí parada todo el día?! —gritó a la muchacha mientras daba una patada en el suelo.
Ella volvió en sí y salió corriendo como una exhalación. Baoyu la siguió mientras le decía a gritos:
—¡No tengas miedo, no se lo diré a nadie!
—¡Por todos los ancestros! —maldijo Mingyan—. ¿Pues qué hace ahora sino divulgarlo a gritos?
—¿Qué edad tiene?
—Dieciséis años. Diecisiete como mucho.
—Que no le hayas preguntado su edad demuestra lo poco que te interesa. La pobre está malográndose contigo. ¿Cómo se llama?
—Es una historia muy rara —contestó el paje con una risotada—. No hay carácter de escritura para su nombre. Dice que su madre, poco antes del parto, soñó con un corte de brocado que tenía dibujos de colores representando la cruz de la fortuna, de manera que cuando ella nació la llamó Esvástica.
—Sí que es extraña la historia… —asintió Baoyu con una risita.
Y luego añadió pensativo:
—Quizá su buena suerte esté por llegar.
—¿Y por qué no está usted asistiendo a las representaciones, segundo señor?
—Estuve allí un rato, pero me aburría tanto que salí a dar un paseo. Así fue como os sorprendí —contestó Baoyu—. Bueno, ¿qué hacemos?
—Nadie sabe dónde estamos —dijo Mingyan sonriendo mientras daba un paso para salir—. Si salimos a divertirnos a las afueras de la ciudad y volvemos más tarde, nadie nos echará en falta.
—No es prudente —observó Baoyu—. Podrían secuestrarnos. Y además, ¡imagínate el lío que se armaría si nos descubren! Mejor será que vayamos a algún sitio cercano desde donde podamos regresar rápidamente.
—Sí, ¿pero dónde vamos? Ése es el problema.
—¿Por qué no buscamos a Xiren? Vamos a verla a su casa.
—Buena idea. No se me había ocurrido —dijo Mingyan—. ¿Pero qué pasará si nos descubren y me dan una paliza por empujarle a usted a la mala vida?
—Déjalo en mis manos —dijo Baoyu.
Entonces Mingyan trajo su caballo y salieron juntos por la puerta trasera.
Afortunadamente la casa de Xiren estaba cerca, de manera que enseguida estuvieron llamando a su puerta. Mingyan entró el primero buscando a Hua Zifang, hermano de la doncella.
La señora Hua estaba con su hija y algunas sobrinas tomando té y dulces cuando oyó gritar: «¡Hermano Hua!». Salió Hua Zifang a ver de quién se trataba y quedó atónito al toparse con amo y criado. Ayudó a Baoyu a desmontar y gritó desde el patio:
—¡Es el joven señor!
La sorpresa fue general, pero la más sorprendida fue Xiren, que salió corriendo hasta donde se encontraba Baoyu y le preguntó, agarrándolo del brazo:
—¿Pero qué hace aquí?
—Me aburría —contestó el muchacho riendo—, así que vine a ver qué hacías.
Aún enfadada, aunque más tranquila, gritó:
—¡Otra vez con sus travesuras! ¿Y no tenía otro sitio donde ir que no fuese aquí?
Y volviéndose a Mingyan:
—¿Quién ha venido con vosotros?
—Nadie —contestó Mingyan—, y nadie sabe que estamos aquí.
La respuesta de Mingyan volvió a preocupar a Xiren, que protestó:
—¡Ambos sois incorregibles! ¿Qué pasaría si alguien os viera? El señor Zheng, por ejemplo. Las calles hierven de gente y carruajes, y si el caballo se encabrita podríais tener un accidente. No es ninguna broma. Sois un par de irresponsables. Y la culpa es tuya, Mingyan. Cuando vuelva le diré a las amas que te den una buena paliza.
A Mingyan no le hizo ninguna gracia.
—¿Por qué me culpas a mí?