no tengo pariente bondadoso que la cueza con estambres, capullos, nieve y rocío [5] . Sólo tengo perfumes comunes.
—Basta que yo diga una palabra para que tú empieces enseguida… —Baoyu sonrió—. Tendré que darte una lección. De ahora en adelante no tendré compasión contigo.
Dicho lo cual se arrodilló, se sopló las manos, alargó los brazos y, sin previo aviso, se puso a hacerle cosquillas en las axilas y en las costillas. Daiyu siempre había sido sensible a las cosquillas, y el ataque por sorpresa de Baoyu la hizo reír hasta casi ahogarse.
—¡Basta, basta! —jadeaba—. Detente ya o me enfadaré.
Entonces él desistió y la interrogó con una sonrisa:
—¿Me volverás a hablar de ese modo?
—No me atrevo —contestó Daiyu alisándose el cabello entre risas—. Tú dices que yo tengo un aroma insólito, pero ¿acaso tú tienes un olor tibio?
—¿Olor tibio? —preguntó perplejo el muchacho.
Daiyu meneó la cabeza con un suspiro.
—¡Qué obtuso eres! —dijo—. Tú tienes jade, y alguien tiene oro para hacer juego con él, ¿no? ¿Y no tendrás entonces un aroma tibio que haga juego con su aroma frío?
Baoyu comprendió entonces la broma y se echó a reír.
—Hace un minuto suplicabas piedad, pero ahora te comportas peor que antes —dijo alargando de nuevo los brazos.
—¡No, no! Prometo no volver a fastidiarte, primito querido —exclamó ella amontonando las palabras.
—Bien, te perdonaré si me dejas oler tu manga.
Cogió la manga de la muchacha y empezó a olisquearla como si nunca fuera a detenerse. Ella le retiró el brazo.
—Ya deberías irte.
—No me puedo ir. Tendámonos tranquilamente y charlemos.
Volvieron a recostarse y Daiyu se cubrió el rostro con el pañuelo sin prestar la menor atención a las extravagantes preguntas de su primo. ¿A qué edad había llegado a la capital? ¿Qué paisajes y monumentos interesantes había visto a lo largo del viaje? ¿Qué lugares históricos de interés había visitado en Yangzhou? ¿Cuáles eran las costumbres y tradiciones locales? Daiyu no respondía, y, para mantenerla despierta, Baoyu intentó un nuevo truco.
—¡Por cierto! —exclamó—. ¿Sabes qué ha pasado cerca de tu prefectura de Yangzhou?
Embaucada por su gesto serio y sus modales sentenciosos, Daiyu se dispuso a oír la historia con interés. Entonces Baoyu, reprimiendo la risa, empezó a fabular.
—En Yangzhou hay una colina llamada monte Dai, y en su falda una cueva llamada caverna Lin…
—Te lo estás inventando —le interrumpió Daiyu—. Nunca he oído hablar de esa colina.
—¿Tú conoces todas las colinas y arroyos del mundo? Déjame terminar antes de que me estropees el relato.
—Continúa entonces.
Y Baoyu continuó:
—Pues bien, en la caverna Lin vivían numerosos espíritus de ratas. Cierto año, en el séptimo día del duodécimo mes, el patriarca de las ratas se encaramó en su trono para convocar un consejo. Desde allí anunció: «Mañana es la fiesta de las Gachas de Invierno, cuando todos los hombres de la tierra cuecen sus dulces gachas. Aquí en la caverna tenemos poca fruta y pocas nueces; debemos salir a conseguir provisiones». Y entregó una flecha de mando a una rata joven y capaz, con instrucciones para que hiciera una salida de reconocimiento. Pronto la rata volvió a informar: «He realizado una búsqueda amplia y hecho numerosas indagaciones. La mejor despensa de grano y frutos secos se encuentra en el templo que hay al pie de esta misma colina». «¿Cuántos tipos de grano? ¿Cuántos tipos de frutos secos?» «Un granero entero repleto de arroz y judías, raíces de colocasia y cuatro tipos de frutos secos: dátiles, castañas, cacahuetes y abrojos.» Maravillado por la información, el patriarca dispuso inmediatamente la ofensiva de sus ratas. Tomando una flecha de mando preguntó: «¿Quién robará el arroz?». Se adelantó una rata, tomó la flecha de mando y partió a cumplir su misión. «¿Quién robará las judías?» Otra rata aceptó la misión. Una por una fueron saliendo todas hasta que sólo quedó por robar la colocasia. Sosteniendo otra flecha de mando, el patriarca preguntó: «¿Quién saldrá a robar las raíces de colocasia?». Se ofreció voluntaria una insignificante y canija rata: «Yo iré», dijo. Viéndola tan pequeña y débil, el patriarca y el resto de la tribu, temerosos de que no pudiera cumplir la misión, se negaron a que fuera. Pero la ratita insistió diciendo: «Tan joven y débil como soy, tengo maravillosos poderes mágicos y soy muy elocuente y sagaz. Prometo que cumpliré el encargo mejor que el resto de mis compañeras». Al pedirle que explicara sus palabras, dijo: «Yo no robaré directamente, como las demás ratas, sino que me transformaré en una raíz de colocasia y me confundiré entre ellas como una más para no ser descubierta. Entonces me las llevaré de una en una hasta vaciar el almacén. ¿No será eso más efectivo?». «Eso parece, en efecto —le dijeron las otras ratas—, pero ¿cómo conseguirás la metamorfosis? Muéstranoslo.» «Muy fácil —respondió ella, riendo—, observad.» Se sacudió y cobró de repente la apariencia de una adorable muchacha con un rostro encantador. «Has fallado —gritaron entre risas las ratas—, te has convertido en una preciosa damita, no en una raíz de colocasia.» «¡Banda de ignorantes! —dijo enfadada volviendo a su forma original—. Sólo conocéis la forma de las raíces de colocasia, pero ignoráis que la hija de Lin, el comisionado de la Sal, es más dulce y fragante que cualquier raíz [6] .»
En ese momento Daiyu se abalanzó sobre él y lo dejó clavado sobre la cama:
—¡Bribón! —dijo riendo—. Sabía que te estabas burlando de mí.
Y pellizcó a Baoyu hasta que éste suplicó piedad a gritos:
—Suéltame, primita. No volveré a hacerlo. Fue tu perfume lo que me recordó ese viejo texto.
—Te burlas de mí y encima pretendes hacerme creer que ya conocías esa historia…
En ese momento entró Baochai con el rostro radiante.
—¿De qué historia habláis? Quiero conocerla.
Daiyu le ofreció asiento.
—¿No lo ves? —le dijo riendo—. Se burla de mí y encima pretende hacerme creer que se trata de un viejo texto.
—¿Se trata del primo Bao? No me extraña —sonrió Baochai—. Conoce tantos textos… Su problema es que los olvida cuando más los necesita. Si hoy su memoria es tan buena, ¿por qué la otra noche no pudo recordar los versos del plátano? Incluso había olvidado el más conocido. Los demás tenían frío, pero él, en su frenesí, sudaba. ¿Qué es lo que le ha vuelto ahora a la memoria?
—¡Buda Amida! —exclamó Daiyu dirigiéndose a Baoyu—. Después de todo, es mi hermana. Ahora sí que has encontrado la horma de tu zapato. Eso demuestra que nada escapa al pago de las deudas contraídas en vidas anteriores.
En ese momento estalló en los aposentos de Baoyu un clamor de disputa. Desde allí se oían los gritos de furia.
Así ocurrió en realidad…
Capítulo XX
Xifeng reprende con duras palabras
a una mujer celosa.
Daiyu se burla con gracia de una
muchacha parlanchina.
Dejamos a Baoyu en el cuarto de Daiyu relatándole a ésta una fábula sobre espíritus de ratas. Baochai, que había entrado en ese momento, le tomó el pelo por haber olvidado