Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


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vayas a tropezar! No te preocupes, ella no puede atraparte.

      Agarrándose con las dos manos al marco de la puerta impidió la salida de Daiyu.

      —Déjala ir por esta vez —le rogó.

      —¡Antes muerta! —exclamó ella asiéndole el brazo.

      Al ver que Baoyu bloqueaba la puerta impidiendo pasar a Daiyu, Xiangyun se detuvo y le dijo riendo:

      —¡Por favor, prima querida, perdóname por esta vez!

      Baochai, que llegaba en ese momento, intervino conciliadora:

      —Haced las paces, por el bien de Baoyu.

      —¡Jamás! —gritó Daiyu—. ¿Es que os habéis puesto todos de acuerdo para burlaros de mí?

      —¿Quién se atrevería a burlarse de ti? —replicó Baoyu—. Xiangyun no lo haría si antes no te hubieses burlado tú de ella.

      Todavía estaban los cuatro discutiendo cuando se convocó a la cena. Echaron a andar hacia los aposentos de la Anciana Dama, donde ya se encontraban la dama Wang, Li Wan, Xifeng y las tres muchachas Primavera. Acabada la cena conversaron un poco y luego se fueron a dormir. Xiangyun volvió a los aposentos de Daiyu, y Baoyu las acompañó. Ya había pasado la segunda vigilia y Xiren tuvo que insistirle varias veces para que volviera a su cuarto a dormir.

      Con las primeras luces del alba, Baoyu sé echó algo de ropa encima y se dirigió a los aposentos de Daiyu. Zijuan y Cuilü no estaban a la vista, y sus dos primas aún dormían. Daiyu yacía apaciblemente acurrucada bajo un cobertor enguatado de seda roja albaricoque. Tenía los ojos cerrados. A Xiangyun los negros cabellos se le habían esparcido por la almohada, y el cobertor apenas le cubría los hombros. Un blanco brazo adornado con brazaletes de oro lucía sobre las mantas.

      «Es inquieta hasta en sueños —suspiró Baoyu—. A la primera corriente de aire volverá a quejarse de dolor en el cuello.»

      Y, con toda delicadeza, le subió el cobertor.

      Daiyu se había despertado al sentir la presencia de alguien. Había adivinado de quién se trataba, y mirando en torno suyo para asegurarse preguntó:

      —¿Qué haces aquí tan temprano?

      —¿Temprano? Levántate y mira la hora que es.

      —Si quieres que nos levantemos, será mejor que salgas.

      Baoyu se retiró a una salita contigua mientras Daiyu despertaba a Xiangyun. Apenas acabaron de vestirse, el muchacho entró de nuevo y se sentó junto al tocador mirando cómo Zijuan y Xueyan ayudaban en su aseo matinal a las muchachas. Cuando Xiangyun acabó de asearse, Cuilü levantó la palangana para vaciarla.

      —¡Espera! —exclamó Baoyu—. Bien puedo asearme aquí para ahorrarme la molestia de volver a mi cuarto.

      Se acercó y se inclinó para lavarse la cara, pero rechazó el ofrecimiento de jabón que le hizo Zijuan:

      —Ya hay suficiente en el agua, no necesito más.

      Chapoteó durante unos momentos y pidió una toalla.

      —¡Usted y sus viejos trucos! —dijo Cuilü—. ¿Nunca crecerá?

      Baoyu ignoró el comentario y pidió sal para cepillarse los dientes. Cuando ya se había enjuagado la boca, observó que Xiangyun también había terminado de arreglarse el pelo y se le acercó suplicante:

      —Primita, ¿me arreglarás el pelo a mí?

      —No puedo —contestó ella.

      —Pero ya lo has hecho otras veces —insistió con una sonrisa.

      —Ya no recuerdo cómo se hace.

      —De todos modos hoy no saldré y no utilizaré bonete ni gorra. Trénzamelo sólo.

      Le suplicó y la halagó con tantas expresiones cariñosas que Xiangyun acabó cediendo. Como en casa no usaba bonete, sólo le hizo unas trenzas con los cabellos cortos que le rodeaban la cabeza, y luego las unió en una gran trenza que sujetó con una cinta carmesí y adornó con cuatro perlas y un colgante de oro en el extremo.

      —Sólo hay tres perlas iguales —advirtió ella—. La cuarta no pertenece al juego, y recuerdo que antes casaban todas. ¿Por qué falta una?

      —La habré perdido.

      —Seguro que se te ha caído en alguna de tus salidas. Qué suerte para quien la haya encontrado.

      Daiyu, que estaba lavándose las manos al lado, sonrió irónicamente.

      —¿Y cómo sabéis si se cayó o fue entregada a alguien para que la montara sobre una baratija?

      En lugar de responderle, Baoyu empezó a juguetear con los objetos que había sobre el tocador frente al espejo. Cogió un poco de colorete, y ya se estaba preguntando si podría probarlo a hurtadillas cuando apareció Xiangyun por detrás, le agarró la trenza con una mano y con la otra puso el colorete fuera de su alcance.

      —¿No cambiarás nunca tus bobas costumbres? —le preguntó.

      En ese momento entró Xiren, que se retiró inmediatamente al ver que Baoyu había concluido su aseo.

      Estaba ocupándose de su propio aseo cuando entró Baochai a preguntarle por el muchacho.

      —En los últimos tiempos casi no viene por aquí —respondió Xiren, con un tono de amargura en la voz.

      Baochai comprendió.

      Con un suspiro, la doncella prosiguió:

      —Sentir afecto por las primas está muy bien, pero todo tiene un límite. No deberían estar siempre juntos, día y noche. Pero de nada sirve que nosotras hablemos; no hacemos sino desperdiciar nuestro aliento.

      Baochai valoró, juzgando sus palabras, el excelente sentido común de la doncella. Se sentó sobre el kang para preguntarle a Xiren qué edad tenía y de dónde procedía, sondeándola cuidadosamente acerca de varios temas y resultando de todo ello una impresión más que favorable. Pero pronto apareció Baoyu, y optó por retirarse.

      —Parecíais muy enfrascadas en vuestra charla —le dijo Baoyu a Xiren—. ¿Por qué se fue la prima Baochai cuando yo llegué?

      Tuvo que repetir la pregunta, y sólo entonces replicó la doncella:

      —¿Por qué me pregunta a mí? ¿Acaso sé yo lo que sucede entre ustedes dos?

      Baoyu percibió que le ocurría algo.

      —¿Por qué estás tan irritada? —preguntó amablemente.

      —¿Quién soy yo para irritarme? —contestó Xiren sonriendo con sarcasmo—. Lo mejor será que se mantenga apartado de este lugar. Hay otras que pueden cuidarlo, así que no me moleste. Yo volveré a atender a la Anciana Dama.

      Dicho lo cual, se echó sobre el kang y cerró los ojos.

      Desconsolado por la respuesta, Baoyu se acercó a tranquilizarla, pero ella mantuvo los ojos cerrados y lo ignoró. El muchacho estaba cavilando sobre la situación cuando entró Sheyue.

      —¿Qué le pasa a Xiren? —le preguntó él.

      —¿Cómo habría de saberlo? Mejor pregúntele a ella.

      Esto dejó a Baoyu tan confundido que no supo qué responder. Se incorporó y dijo suspirando:

      —Bien. Si nadie me hace casó, yo también me voy a dormir.

      Y se fue a la cama. Cuando hubo pasado un buen rato sin hacer ruido y Xiren, midiendo su respiración regular, estuvo segura de que se había dormido, se levantó y lo arropó con una capa. Inmediatamente oyó un golpe sordo. Baoyu, que fingía dormir, había dejado caer la capa. Todavía tenía los ojos cerrados. Xiren sonrió, e hizo un gesto de comprensión con la cabeza.

      —No es necesario que pierda los estribos