Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


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dos solos? Suena algo aburrido. ¿Qué podemos hacer? ¡Ya sé! Esta mañana decías que te picaba un poco la cabeza. Déjame peinarte.

      —Bueno, si lo prefiere…

      Sheyue trajo su neceser y su espejo; luego se quitó las horquillas del pelo y se lo soltó. En cuanto Baoyu empezó a recorrerlo con un peine fino apareció Qingwen, que volvía corriendo en busca de dinero. Al verlos soltó una risita burlona.

      —¡Extraña cosa! —dijo—. Todavía no ha bebido la copa nupcial y ya está arreglándole el cabello [1] .

      Baoyu sonrió.

      —Ven —contestó—, también te arreglaré el tuyo si quieres.

      —No estoy llamada a tan gran fortuna.

      Dicho lo cual partió con el dinero. Al salir echó la antepuerta sobre la entrada.

      Baoyu permanecía de pie detrás de Sheyue, que se encontraba sentada ante el espejo. A través de él intercambiaron miradas y Baoyu sonrió:

      —De todas vosotras, es la que tiene peor lengua.

      Sheyue blandió un dedo admonitorio, pero demasiado tarde, pues con otro golpe de antepuerta Qingwen volvió a entrar.

      —¿Qué significa ese comentario? —dijo—. Tenemos que arreglar este asunto.

      —¡Anda, vete! —le dijo Sheyue riendo—. No le hagas caso.

      —Ya estás encubriéndolo otra vez. Conozco todos sus taimados trucos. Aclararemos esto en cuanto haya recuperado mi dinero.

      Y salió de nuevo.

      Cuando terminó de peinar a Sheyue, Baoyu le pidió ayuda para meterse silenciosamente en la cama y no molestar a Xiren.

      El resto de la noche transcurrió sin incidentes.

      El sudor de la noche hizo que Xiren amaneciese mejor; comió unas pocas gachas y se volvió a acostar. Después del desayuno, Baoyu se sintió más tranquilo y fue a visitar a la tía Xue.

      Como era el primer mes, los muchachos tenían vacaciones escolares y a las mujeres les estaban prohibidas las labores de aguja [2] . Todo el mundo estaba ocioso. Cuando llegó Jia Huan a jugar encontró a Baochai, Xiangling y Yinger enzarzadas en una partida de dados en la que pidió participar.

      Baochai, que siempre trataba a Jia Huan exactamente igual que a Baoyu, le hizo sentarse con el grupo. Apostaban diez monedas en cada tirada y, después de la satisfacción de ganar la primera, Jia Huan sintió la irritación de perder las sucesivas. En el siguiente turno necesitaba sumar más de seis puntos para ganar, mientras que Yinger no precisaba más de tres. Jia Huan sacudió los dados con todas sus fuerzas. Los lanzó. Uno de ellos quedó en cinco, el otro siguió rodando. Yinger aplaudió y gritó: «¡Uno!». Huan, con los ojos clavados en el dado que rodaba exclamó tontamente: «¡Seis, siete, ocho!». El dado se detuvo mostrando un uno. Exasperado, retiró rápidamente ambos dados de la mesa y se puso a recoger las apuestas insistiendo en que había lanzado un seis.

      —¡Ha sido un clarísimo uno! —protestó Yinger.

      Baochai advirtió que Jia Huan estaba fuera de sí, y lanzó una mirada de reproche a Yinger.

      —Te estás extralimitando —le advirtió—. ¿Acaso te parece posible que uno de los jóvenes señores te haga trampa? Date prisa y apuesta de nuevo.

      Lo injusto de la orden hizo rabiar a Yinger, pero no se atrevió a rechistar. Colocando unas cuantas monedas sobre la mesa masculló para sus adentros: «¡Un caballero haciendo trampas! ¡Qué cosas! Ni yo misma montaría tal escándalo por unas cuantas monedas. La última vez que jugamos con el señor Baoyu perdió una bolsa entera, pero él ni se inmutó. Y cuando las muchachas se repartieron todo lo que le quedaba, se echó a reír».

      Hubiera seguido por ese camino, pero Baochai le dijo con acritud que se guardara sus comentarios.

      —¿Cómo voy a compararme con Baoyu? —chilló Jia Huan, que la había oído—. A él le consentís todo porque le tenéis miedo, pero a mí me maltratáis porque soy hijo de una concubina. —Y empezó a lloriquear.

      —Querido primo, no digas esas cosas o la gente se reirá de ti —le aconsejó Baochai.

      Estaba riñendo de nuevo a Yinger cuando entró Baoyu preguntando qué pasaba. Jia Huan no tuvo el valor de decírselo.

      Baochai conocía la regla de la familia Jia: un hermano menor debe mostrar respeto por el mayor. Lo que no comprendía era cómo Baoyu no quería que nadie le tuviera miedo. El razonamiento de Baoyu era el siguiente: «Todos tenemos a nuestros padres para que nos corrijan, ¿por qué he de intervenir dañando mis relaciones con los más jóvenes? Como yo soy el hijo de la esposa y él lo es de la concubina, la gente chismorreará incluso en el caso de que no suceda nada entre nosotros, así que lo hará mucho más si intento controlarlo».

      Incluso tenía una idea más fantástica. ¿Sabe cuál era, mi querido lector? Verá, como se había criado entre muchachas —sus hermanas Yuanchun y Tanchun, sus primas Yingchun y Xichun de la casa Jia, y sus primas Shi Xiangyun, Lin Daiyu y Xue Baochai— había llegado a la conclusión de que, si bien los seres humanos en general son la expresión más alta de la creación, es en las muchachas en quienes se concentran las más finas esencias de la naturaleza, siendo los hombres sólo desperdicios y escoria. Por eso para él todos los hombres eran sucios bobos a los que más les hubiera valido no existir. Sólo como deferencia a Confucio, el más grande sabio de todos los tiempos, que enseñó el respeto debido a padres, tíos y hermanos, Baoyu mantenía relaciones más o menos buenas con sus hermanos y primos. Nunca se le había ocurrido que él mismo, como hombre, pudiera constituir un buen ejemplo para los más jóvenes. Por eso Jia Huan y los demás no le tenían respeto, y sólo se avenían a sus deseos por temor a la Anciana Dama.

      Para impedir que Baoyu reprendiera a Jia Huan, lo que no hubiera hecho más que empeorar las cosas, Baochai encubrió el comentario del hermano menor lo mejor que pudo.

      —El primer mes del año no es buena época para lloriquear —dijo Baoyu—. Si no te gusta este sitio, búscate otro para jugar. Parece que el estudio diario te ha confundido la cabeza todavía más de lo que la tenías. Cuando encuentres que una cosa es mejor que otra, busca la primera y deja la segunda. ¿Puedes mejorar algo que no te gusta si te quedas parado gimoteando? Viniste aquí a divertirte. Si no te sientes feliz, vete a donde puedas pasar un buen rato. ¿Por qué te martirizas de esa manera? Más vale que te vayas. Rápido.

      Jia Huan volvió con su madre, la concubina Zhao, quien, al verlo tan disgustado, le preguntó:

      —¿A quién le ha tocado esta vez tratarte como una alfombra?

      Como no recibiera respuesta, repitió la pregunta.

      —Estuve jugando con la prima Baochai —contestó finalmente—. Yinger me trató mal y me hizo trampas en el juego. Luego llegó el hermano Baoyu y me echó.

      Su madre le escupió de disgusto.

      —¡Pillo desvergonzado! ¿Quién te manda ir metiéndote por ahí? ¿No tienes otro sitio donde jugar? ¿Por qué buscas problemas?

      Xifeng, que pasaba por allí, oyó la conversación entre madre e hijo y llamó a través de una ventana:

      —¿Qué son todos estos líos en pleno primer mes del año [3] ? Huan es sólo un niño. Si comete algún pequeño error, debes corregirlo. ¿Por qué la tomas contra él de ese modo? Vaya donde vaya, allí estarán el señor y Su Señoría para mantenerlo en vereda. ¡Qué ocurrencia escupirle al niño! Él es uno de los jóvenes señores, y si se porta mal siempre habrá gente para corregir su comportamiento. ¿Por qué te metes en el asunto? Ven, hermano Huan, ven a jugar conmigo.

      Jia