ofrecerle asiento al joven señor.
La madre de Xiren, entretanto, había salido también a darles la bienvenida. La muchacha pidió a Baoyu que pasara al interior de la casa; allí había cuatro o cinco muchachas que, al verlo, se sonrojaron y agacharon la cabeza. Temerosos de que el señor tuviera frío, Zifang y su madre le hicieron sentarse sobre el kang, e inmediatamente pusieron a su alcance nuevos dulces y té fino recién preparado.
—Perdéis el tiempo. Lo conozco bien —dijo Xiren sonriendo—. De nada vale ofrecerle esos dulces. Él no come cualquier cosa.
Trajo su propio cojín y lo acomodó sobre el kang para que Baoyu se recostara; luego le pasó su propia estufa de pies. También tomó de su bolsa dos trozos de incienso perfumado en forma de flor de ciruelo, los introdujo en su estufa de mano, volvió a colocar la tapa y la puso en el regazo del muchacho. Por fin, le sirvió un poco de té en su propia taza.
Mientras tanto, su madre y su hermano habían dispuesto cuidadosamente una mesa cubierta de comida, pero nada que él pudiera comer, como bien sabía Xiren.
—No puede volver sin haber comido algo —le dijo ella alegremente—. Coma aunque sea sin gana, para que podamos decir que el segundo señor estuvo en nuestra casa.
Y, tomando unos cuantos piñones, se los entregó a Baoyu sobre un pañuelo.
Baoyu notó sus ojos enrojecidos, y rastros de lágrimas sobre sus mejillas empolvadas.
—¿Por qué has estado llorando? —preguntó en un susurro.
—¿Quién ha estado llorando? Sólo me he restregado los ojos —replicó ella alegremente eludiendo la respuesta.
Xiren observó que Baoyu vestía su túnica roja de arquero bordada con dragones dorados y forrada de piel de zorro. Sobre la túnica llevaba un abrigo de marta gris azulada con flecos.
—¡No se habrá puesto esa ropa nueva sólo para venir aquí! —dijo—. ¿Nadie le preguntó dónde iba?
—No —contestó él—. Me mudé de ropa para asistir a unas óperas en casa de mi primo Zhen.
Ella hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Pues lo mejor será que en cuanto descanse un poco vuelva allí. Éste no es lugar para usted.
—Me gustaría que volvieras conmigo —sugirió Baoyu—. Te he guardado algo que te gustará.
—¡Ssssssh! ¿Qué pensarán los demás si oyen eso?
Xiren alargó la mano para tomar el jade mágico de su cuello y, volviéndose a sus primas, les dijo sonriendo:
—¡Mirad! Ésta es la maravilla de la que tanto habéis oído hablar. Siempre habíais querido verla y ahora tenéis la oportunidad. Aunque, en realidad, no tiene nada de especial…
El jade pasó de mano en mano entre exclamaciones de admiración; luego Xiren se lo puso de nuevo a Baoyu colgando del cuello, y finalmente pidió a su hermano que alquilase un palanquín o un pequeño carro cerrado y acompañara a Baoyu de vuelta a casa.
—Ya que voy con él, puede volver a caballo sin miedo a los accidentes —dijo Zifang.
—Ése no es el problema —repuso Xiren—. Lo que temo es que tenga un mal encuentro.
Zifang salió a alquilar un palanquín y, temerosos de seguir entreteniendo a Baoyu, los demás lo acompañaron hasta la puerta. Xiren entregó a Mingyan algunos dulces y dinero para comprar cohetes, advirtiéndole que debía mantener la visita en secreto si no quería meterse en líos. Luego vio subir a Baoyu al palanquín y bajó la cortinilla. Su hermano y Mingyan partieron detrás con el caballo.
Cuando llegaron a la calle de la mansión Ning, Mingyan ordenó al palanquín que se detuviera y le dijo a Zifang:
—Echemos un vistazo antes de entrar, o la gente sospechará cualquier cosa.
La propuesta era sensata, así que, dándole la mano, Zifang ayudó a Baoyu a montar en su caballo mientras el joven señor le pedía disculpas por causarle tantas molestias, y luego entraron deslizándose por la puerta trasera. Dejaremos aquí este asunto.
Durante la ausencia de Baoyu, las doncellas de sus aposentos se estaban divirtiendo de lo lindo jugando a las damas, a los dados y a las cartas mientras comían sin cesar pepitas de melón con cuyas cáscaras habían alfombrado el suelo. El ama Li entró, vacilante sobre su bastón, para saludar a Baoyu y ver cómo estaba. Al ver cuál era la conducta de las muchachas a espaldas de su señor, sacudió la cabeza.
—Desde que me mudé de casa y dejé de venir por aquí tan a menudo como lo hacía antes, os habéis salido de madre —refunfuñó—. Las otras amas no se atreven a pararos los pies, y el señor Baoyu es como un candelabro de diez pies de altura: alumbra a los demás, pero no a sí mismo. Se queja de que los demás son sucios, pero les permite convertir su propio cuarto en una pocilga. Es una vergüenza.
Las doncellas, que lo conocían bien, sabían que a Baoyu no le importaría; y en cuanto al ama Li, se había ido de la casa y carecía de autoridad sobre ellas, de manera que siguieron divirtiéndose sin prestar atención a la anciana. Cuando el ama Li les preguntó si el señor Baoyu comía mucho y a qué hora se acostaba, ellas se limitaron a responder cualquier cosa.
—¡Qué vieja más pesada! —murmuró una.
—¡Un tazón de leche cuajada! —exclamó el ama Li—. ¿Por qué no me lo habéis mandado? Me lo comeré aquí mismo.
Y, cogiendo una cuchara, empezó a dar buena cuenta del confite.
—¡Deje eso! —le gritó una chica—. Es para Xiren. Cuando el señor vuelva nos meterá a todas en un buen lío, a no ser que usted misma confiese que se lo ha comido.
—No puedo creer que sea capaz de hacer una cosa así —dijo el ama indignada—. ¿Qué es esto, después de todo, más que un tazón de leche? No debería ser mezquino conmigo en estas cosas ni en otras. ¿Acaso estima a Xiren más que a mí? ¿Ha olvidado ya quién lo crió? Mamó la leche procedente de la sangre de mi propio corazón, ¿por qué ha de molestarse si tomo un tazón de leche de vaca? Haré una cosa: me lo comeré a ver cómo reacciona. Aquí parecen tener la mejor opinión del mundo sobre Xiren, ¿pero quién es ella? Una muchachuela de medio pelo, ¡si lo sabré yo, que también la he amamantado!
Y mientras hablaba, cada vez más airada, terminó de zamparse el dulce.
—No me extraña que se enfade, abuelita —dijo una muchacha para tranquilizarla—. Los dos son unos maleducados. El señor Baoyu le envía a usted regalos a menudo; no creo que se moleste por una tontería como ésta.
—No hace falta que me des coba, ladina —gruñó el ama—. ¿Acaso crees que no sé que por culpa de Qianxue estuvieron a punto de despedirme a causa de una simple taza de té? Mañana volveré a enterarme de cuál es mi castigo.
Dicho lo cual, salió hecha una furia.
Al rato apareció Baoyu y mandó traer a Xiren. En ese momento vio a Qingwen yaciendo inmóvil sobre su lecho.
—¿Está enferma o es que ha perdido en el juego? —preguntó.
—Iba ganando —le dijo Qiuwen—, pero entonces apareció el ama Li y armó tal escándalo que le hizo perder la partida. Se ha ido furiosa a la cama.
—No deberíais tomar tan en serio al ama Li —dijo Baoyu sonriendo—. Dejadla tranquila.
Cuando llegó Xiren le dieron la bienvenida. Después de preguntarle dónde había cenado y a qué hora había llegado a casa, las demás muchachas recibieron los saludos de la madre y las primas de Xiren. Cuando ésta acabó de mudarse dé ropa, Baoyu mandó que trajeran el dulce de leche cuajada.
—Se lo comió la abuela Li —informaron las doncellas.
Antes de que él reaccionara, intervino Xiren con una sonrisa:
—¡Conque