qué más debo hacer para que te quedes. Ya no sé cómo convencerte.
—No necesitamos hablar ahora de lo bien que nos llevamos, pero conservarme aquí es otro asunto. Tengo dos o tres condiciones que ponerle. Si las acepta, entenderé que realmente quiere que me quede y entonces no conseguirá hacerme partir ni un cuchillo en la garganta.
A Baoyu se le iluminó el rostro.
—De acuerdo, ¿cuáles son tus condiciones? —preguntó—. Las acepto todas, querida hermana, queridísima, bondadosa hermana. Aceptaría trescientas condiciones, así que imagínate tres. Todo lo que pido es que os quedéis todas conmigo hasta el día en que me vuelva cenizas flotantes. No, cenizas no, las cenizas guardan un rastro de forma y de conciencia; hasta el día en que me vuelva un jirón de humo dispersado por el viento y ya no podáis estar conmigo ni yo pueda preocuparme por vosotras. Entonces me podréis abandonar, si es eso lo que queréis, y yo también estaré obligado a dejaros ir.
—¡No siga! —lo interrumpió Xiren tapándole arrebatadamente la boca—. Eso es justo lo que quería advertirle. Está diciendo más extravagancias que nunca.
—De acuerdo —aceptó Baoyu—. Prometo no volver a hacerlo.
—Es el primer defecto que debe corregir.
—¡Hecho! Pellízcame los labios si vuelvo a hablar de esa manera. ¿Qué más?
—Le guste o no el estudio, debe dejar de burlarse de él y de hacer comentarios sarcásticos sobre el tema delante de su señor padre y de los demás. Por lo menos simule que le gusta estudiar para no provocar a su padre y darle así oportunidad de hablar bien de usted a sus amigos. Después de todo él piensa: «Durante generaciones los hombres de nuestra familia han sido letrados, pero este hijo mío me ha defraudado, los libros no le interesan y se pasa la vida diciendo locuras en público y en privado, desprecia a los que estudian duro para prosperar en la vida llamándolos viles gusanos en busca de carrera, sostiene que aparte de ese clásico sobre cómo “manifestar la brillante virtud [3] ” todo lo demás es basura producida por antiguos idiotas que no comprendieron al Sabio [4] ». No me extraña, señor, que su padre se enfurezca tanto con usted y se pase el tiempo castigándolo. ¿Qué impresión puede causarle todo eso a la gente?
—De acuerdo —dijo Baoyu riendo—. Ésas eran palabras desbocadas de cuando era demasiado joven para comprender las cosas. No las volveré a repetir. ¿Qué más?
—No volverá a insultar a los bonzos y a los sacerdotes taoístas, y dejará de jugar con los polvos y los cosméticos de las muchachas. Y lo más importante: no volverá a besar el carmín de sus labios y dejará de correr detrás de todo lo que vista de rojo.
—¡Prometido! ¡Prometido! ¿Qué más? ¡Rápido!
—Eso es todo. Sea un poco más cuidadoso con las cosas y no se deje llevar por sus caprichos y antojos. Si hace cuanto le he pedido, prometo estar siempre con usted y no abandonarlo ni aunque envíen una gran silla de manos con ocho porteadores a recogerme.
Baoyu se echó a reír.
—Si te quedas conmigo el tiempo suficiente, algún día tendrás tu silla de manos con ocho porteadores.
—¿De qué me serviría si no me corresponde? —respondió con desdén.
En ese momento apareció Qingwen.
—Ya debería estar durmiendo, señor. Está a punto de cumplirse la tercera vigilia. Hace un momento la Anciana Dama envió a un ama a preguntar, y le dije que ya se había dormido.
Baoyu le pidió que le alcanzara un reloj, y comprobó que era medianoche. Se lavó y se enjuagó la boca otra vez, y luego se desvistió y se echó a dormir.
A la mañana siguiente, al despertar, Xiren sé sintió indispuesta. Le dolía la cabeza, tenía los ojos hinchados y las extremidades le ardían como brasas. A pesar de todo, se levantó e intentó cumplir con sus tareas cotidianas, pero al poco tiempo tuvo que interrumpirlas y echarse a descansar, completamente vestida, sobre el kang. Baoyu avisó inmediatamente a su abuela, y un médico vino a examinar a la doncella.
—Sólo es un catarro —dijo el doctor—. Un par de dosis de medicina descongestionante la pondrán bien.
El médico hizo su receta y se fue. Los ingredientes fueron comprados y el remedio cocido. Xiren lo tomó entero. Baoyu la dejó bien tapada para que empezara a sudar, y se fue a ver a Daiyu.
Daiyu estaba echando la siesta, y, como todas sus doncellas habían ido a ocuparse de sus propios asuntos, el lugar estaba especialmente tranquilo. Baoyu levantó la cortina bordada y entró en el cuarto interior, donde la encontró dormida.
—¡Prima! —le dijo sacudiéndola levemente—. ¿Cómo puedes dormir después de comer?
Al despertar y encontrar allí al muchacho, Daiyu dijo:
—¿Por qué no vas a dar un paseo? Todavía no me he recuperado de la agitación de la otra noche. Me sigue doliendo todo el cuerpo.
—Unos cuantos dolores son poca cosa, pero si sigues durmiendo caerás enferma de verdad. Déjame entretenerte para que te puedas mantener despierta, y entonces te sentirás bien.
—No tengo sueño —dijo Daiyu cerrando los ojos—. Sólo quiero descansar un poco. Ve a jugar un rato por ahí, y vuelve más tarde.
—¿Dónde puedo ir? —Volvió a tocarla cariñosamente—. Todos los demás me aburren.
Daiyu no pudo reprimir una risita.
—De acuerdo —accedió—. Si es indispensable que te quedes, siéntate aquí y charlemos.
—Yo también quiero tenderme —dijo Baoyu.
Y al ver que sólo había una almohada añadió:
—¿Por qué no compartimos tu almohada?
—¡Qué tontería! ¿Acaso no hay más almohadas en el cuarto de fuera? Anda a buscar una.
Baoyu salió y volvió diciendo:
—No me gusta ninguna. Quién sabe qué vieja inmunda las habrá utilizado.
Al oír eso, Daiyu se incorporó, abrió los ojos y se echó a reír otra vez.
—¡Realmente eres el tormento de mi vida! De acuerdo, toma ésta.
Dicho lo cual, y después de haber entregado al muchacho su propia almohada, buscó otra. Se echaron y quedaron tendidos frente a frente. Al observar en la mejilla izquierda de Baoyu una mancha de sangre del tamaño de un botón, la muchacha se inclinó a mirarla mejor y le puso un dedo encima.
—¿De quién eran esta vez las uñas?
Baoyu retiró la cara sonriendo.
—No es un arañazo —replicó—. Seguramente me habrá caído un poco de carmín del que acabo de mezclar para las chicas.
Mientras él buscaba un pañuelo, Daiyu le limpió la mancha con el suyo reconviniéndole:
—¿Y es necesario que vayas exhibiendo las huellas? Aun suponiendo que el tío no te vea, es justamente el tipo de cosas sobre el que le encanta chismorrear a la gente, y no faltará quien corra a decírselo para ganarse su favor. Si estas historias llegan a sus oídos habrá problemas.
Pero la fragancia que emanaba de la manga de la muchacha impedía a Baoyu pensar en cualquier otra cosa; el olor le parecía venenoso y capaz de diluirle la médula de los huesos. Le cogió la manga para ver de dónde procedía el aroma.
—¿Cómo voy a usar perfumes en pleno invierno? —preguntó ella.
—¿De dónde viene entonces este olor?
—¿Cómo he de saberlo? Pudiera ser el olor de mi armario, que ha impregnado