era la compuerta por la que entraba el agua desde el exterior. Jia Zheng pidió que se le diera un nombre.
—Ya que ésta es la fuente del Río de la Fragancia que Rezuma, podríamos llamar a este lugar Compuerta de la Fragancia que Rezuma —sugirió Baoyu.
—¡Tonterías! —dijo su padre—. Nada de «Fragancia que Rezuma».
Y así fueron pasando por serenos refugios y cabañas techadas con paja, muros de piedra y pérgolas floridas, un templo retirado entre colinas y un convento medio oculto por la fronda, largos corredores techados, grutas serpenteantes, pabellones cuadrados y quioscos redondos, sin entrar en ninguno de estos lugares. El paseo se había alargado tanto que empezaron a dolerles los pies y se sintieron cansados. Llegaron a un pabellón y Jia Zheng dijo:
—Descansemos aquí un poco.
Pasaron entre melocotoneros en flor y cruzaron un portón en forma de luna, hecho de bambú, por el que trepaban enredaderas en flor. Allí encontraron unas paredes blanqueadas y verdes sauces. A lo largo de las paredes corrían cobertizos, y el roquedal del centro del patio tenía a un lado plátanos y al otro un manzano silvestre con flores de abundantes pétalos rojos, ramas dispuestas en forma de sombrilla, lánguidos zarcillos verdes y pétalos rojos como el cinabrio.
—¡Qué maravilla de flores! —exclamaron—. Nunca las hemos visto tan espléndidas.
—Ésta es una variedad extranjera llamada Manzana Doncella —les dijo Jia Zheng señalando una—. Según la tradición, procede del País de las Doncellas [13] , donde florece con profusión. Pero no pasa de ser una conseja de viejas.
—Y si es así, ¿cómo llegó hasta nosotros el nombre? —preguntaron.
—Es probable que el nombre «doncella» haya sido puesto por algún poeta —observó Baoyu—, pues esta flor tiene el rojo de las mejillas coloreadas y la fragilidad de una muchacha enfermiza. Luego, seguramente, algún bruto inventó esa historia y los ignorantes, con el tiempo, acabaron dándole crédito.
—Explicación plausible —acotaron los demás.
Tomaron asiento sobre unos bancos del corredor, donde Jia Zheng pidió otra inscripción.
—Plátanos y Cigüeñas —sugirió uno.
—Esplendor Poderoso y Tembloroso Fulgor —dijo otro.
Jia Zheng y los demás aprobaron las sugerencias; también lo hizo Baoyu que, sin embargo, objetó:
—Pero sería una lástima…
—¿El qué? —preguntaron a coro.
—El plátano y las manzanas silvestres sugieren el rojo y el verde. Sería una lástima referirse a uno y no al otro.
—¿Qué sugieres entonces? —le preguntó su padre.
—Algo como Fragancia Roja y Jade Verde señalaría el encanto de ambos, me parece.
—¡Demasiado flojo! —opinó Jia Zheng sacudiendo la cabeza.
Dicho lo cual, se dirigió seguido del grupo hacia el edificio, que tenía una disposición extraña, sin divisiones claras entre los diversos cuartos. Sólo había tabiques formados por estantes de libros, trípodes de bronce, materiales de escritura, floreros con dibujos de jardines en miniatura, unos redondos, otros cuadrados, otros con forma de girasol, hojas de plátano o intersecciones de arcos. Tenían bellísimos relieves con motivos tales como «las nubes y los cien murciélagos [14] » o «los tres compañeros del invierno» —pino, ciruelo y bambú—, así como paisajes y figuras, pájaros y flores, volutas, imitaciones de objetos curiosos y símbolos de buena fortuna y longevidad, todos ellos realizados por los mejores maestros, con colores brillantes e incrustaciones de oro y piedras preciosas. El efecto era espléndido; la calidad del trabajo, exquisita. Aquí una franja de gasa multicolor cubría una pequeña ventana, allá una espléndida cortina escondía una puerta. También había en las paredes hornacinas para las antigüedades, liras, espadas, jarrones y otros adornos, que colgaban sin sujeción aparente. La perplejidad y la admiración del grupo por el trabajo de los artesanos no tuvieron límite.
Cruzaron dos tabiques. Y se extraviaron.
A su izquierda vieron dos puertas, y una ventana a su derecha; pero cuando quisieron avanzar, el pasadizo estaba bloqueado por una estantería de libros. Volviéndose, vieron el camino a través de otra ventana, pero al llegar a la puerta se tropezaron con un grupo idéntico al suyo, una inversión de su propia imagen; en realidad estaban contemplando un gran espejo. Lo sortearon y franquearon nuevos umbrales.
—Por aquí, señor —indicó Jia Zhen con una sonrisa—. Permítame llevarlo de vuelta al patio trasero por un atajo.
Les hizo pasar frente a dos biombos de gasa hasta un patio emparrado de rosas. Al pasar junto a la cerca, Baoyu vio ante él un arroyo. Todos exclamaron atónitos:
—¿De dónde viene el agua?
Por toda respuesta, Jia Zhen señaló un punto lejano.
—Llega desde aquella compuerta que vimos en la hondonada —dijo—, luego pasa del valle del nordeste a la pequeña granja, donde una parte del caudal es desviada hacia el sudoeste. Allí se unen ambas corrientes y salen por debajo del muro.
—¡Maravilloso!
Entonces apareció frente a ellos otra colina, y perdieron por completo el sentido de la orientación.
Pero el risueño Jia Zhen les pidió que lo siguieran, y apenas hubieron bordeado la falda de la colina se encontraron sobre un sendero liso, no muy alejado de la entrada principal.
—¡Qué divertido! —exclamaron—. ¡Realmente ingenioso!
Y salieron del jardín.
Baoyu estaba deseando volver con las muchachas, pero al no haber obtenido un gesto de su padre en ese sentido tuvo que seguir sus pasos hasta el gabinete de estudio. De pronto Jia Zheng se acordó de su presencia.
—¿Qué haces aquí todavía? —tronó—. ¿Todavía no has vagabundeado bastante? La Anciana Dama debe estar preocupada. Desperdicia su amor contigo. Anda, lárgate rápido.
Y por fin Baoyu pudo retirarse.
* En su origen, este capítulo y el siguiente estaban unidos con el título: «En el jardín de la Vista Sublime, la composición de inscripciones pone a prueba el talento. / Durante la fiesta de los Faroles, Yuanchun visita a sus parientes». Más tarde fueron divididos en dos para facilitar la lectura o mantener el equilibrio con el resto de los capítulos.
En algunas versiones aparecen, encabezando estos dos capítulos, los versos siguientes:
El lujo provoca envidia,
pero duele la separación.
Aunque ganó fama vacía,
quién conoce su aflicción.
Capítulo XVIII
Durante la fiesta de los Faroles,
Yuanchun visita a sus padres.
Daiyu ayuda a su verdadero amor
pasándole un poema.
En cuánto pudo salir del gabinete de estudio, Baoyu echó a correr atravesando el patio, pero los pajes de su padre se abalanzaron sobre él reteniéndolo por la cintura.
—Suerte ha tenido de que el señor estuviese hoy de buen humor —le dijeron—. La Anciana Dama envió varias veces a preguntar cómo iban las cosas. Debería agradecernos que le hayamos dicho que su padre estaba muy orgulloso de usted; si no lo hubiéramos hecho, ella habría requerido su presencia inmediatamente y usted no habría tenido oportunidad de desplegar su talento. Todos han dicho que sus poemas fueron los mejores. Hoy es su día de