Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


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te escribiré una carta; ahora no tengo tiempo.

      Dicho lo cual acompañó a los dos jóvenes hasta la salida. Luego entraron varios criados a presentar informes. Jia Lian se fatigó tanto que ordenó a los pajes de la puerta interior que no dejasen pasar a nadie más; todos los asuntos deberían esperar hasta el día siguiente. Xifeng no fue a acostarse hasta la tercera vigilia. Pero no es necesario relatar las cosas que pasaron aquella noche.

      A la mañana siguiente, después de presentar sus respetos a Jia She y Jia Zheng, Jia Lian se dirigió a la mansión Ning. Acompañado de algunos viejos mayordomos, secretarios y amigos, inspeccionó los terrenos de ambas mansiones, trazó planos para recintos destinados a la visita imperial y estimó el número de trabajadores que se necesitarían.

      Pronto estuvieron reunidos los maestros y trabajadores, y empezaron a llegar al lugar innumerables cargamentos de materiales: oro, plata, cobre y estañó, tierra, madera, ladrillos y tejas. Primero se desmontaron los pabellones y los muros del jardín de la Fragancia Concentrada de la mansión Ning, quedando así conectado con el gran patio oriental de la mansión Rong. Asimismo, fueron demolidos todos los cuartos de la servidumbre que allí había.

      Como el estrecho pasaje que antes separaba las dos casas era propiedad común de ambas, los terrenos de uno y otro lado podían unirse ahora; y como ya existía un arroyo que procedía de la esquina septentrional del jardín de la Fragancia Concentrada, no hubo necesidad de hacer llegar otro. Para suplir la escasez de árboles y rocas fueron traídos los bambúes, árboles y montículos artificiales de rocas, así como los pabellones y balaustradas del jardín de la mansión Rong, donde vivía Jia She. La proximidad de ambas mansiones facilitó su fusión, ahorrando dinero y trabajo. En términos generales, no fue necesario añadir demasiado.

      El conjunto fue concebido por un viejo jardinero llamado Shan Ziye.

      Como Jia Zheng no estaba familiarizado con los asuntos prácticos lo dejó todo en manos de Jia She, Jia Zhen, Jia Lian, Lai Da, Lai Sheng, Lin Zhixiao, Wu Xindeng, Zhan Guang y Cheng Rixing. Siguiendo el plano del jardinero surgieron montañas y lagos artificiales, fueron construidos pabellones, se plantaron flores y bambúes. A su regreso de la corte, Jia Zheng no tuvo más que hacer una ronda de inspección y discutir los problemas más importantes con Jia She y los demás.

      En cuanto a Jia She, pasó las obras meditando tranquilamente en su casa. Cuando se presentaba el más mínimo problema, Jia Zhen y los demás acudían a consultárselo o enviaban un informe escrito, mientras que él hacía llegar sus instrucciones a través de Jia Lian y Lai Da.

      Jia Rong se ocupó de supervisar la fabricación de los utensilios de oro y plata. Por su parte, Jia Qiang ya estaba de camino a Suzhou. Jia Zhen, Lai Da y los demás se encargaron de los trabajadores, de llevar un registro y de mantenerse al tanto de las obras. ¡Imposible describir con palabras el bullicio y la conmoción que pronto dominó el lugar!

      Todo ese ajetreo había hecho que Jia Zheng dejara de preguntar por los estudios de su hijo Baoyu, que aprovechaba para holgazanear todo lo que podía. Lo único que empañaba su bienestar era la enfermedad de Qin Zhong, cuya salud empeoraba cada día.

      Cierta mañana, cuando acababa de asearse y pensaba pedirle permiso a su abuela para hacer una visita a su amigo, asomó la cabeza de Mingyan detrás del tabique protector de la puerta interior. Al verlo, Baoyu se acercó a él corriendo:

      —¿Qué pasa?

      —El señor Qin Zhong. ¡Se está muriendo!

      Baoyu quedó anonadado.

      —¡Pero si estaba consciente cuando lo vi ayer! —exclamó—. ¿Cómo puede estar muriéndose?

      —No sé. Me lo dijo un viejo de su casa.

      Baoyu fue inmediatamente a avisar a la Anciana Dama, que ordenó a algunos hombres de confianza que lo acompañasen.

      —Puedes visitarlo para mostrar tu amistad con tu compañero de clase —le dijo—, pero no te quedes allí mucho tiempo.

      Baoyu se cambió de ropa a toda prisa y se puso a recorrer el patio a grandes zancadas mientras esperaba su carruaje. Cuando por fin llegó, se metió en él y partió apresuradamente, escoltado por Li Gui, Mingyan y otros.

      Encontraron desierta la puerta delantera de la casa de Qin Zhong y entraron rápidos como abejas hasta los aposentos interiores, asustando a las dos tías y los primos de Zhong, que quisieron esconderse.

      Qin Zhong ya había perdido varias veces el conocimiento y había sido trasladado desde el kang hasta un lecho mortuorio. Al percibir la mudanza, Baoyu se echó a llorar.

      —No llore, señor —le dijo Li Gui—. Ya sabe usted lo delicado que es el señor Qin. Por el momento lo han trasladado a un sitio más cómodo que el duro kang. Si sigue usted llorando sólo conseguirá empeorar las cosas.

      Las palabras de Li Gui consiguieron que Baoyu controlase el llanto y se acercara a su amigo. Qin Zhong, pálido como la cera, tenía la cabeza apoyada sobre una almohada y respiraba boqueando.

      —¡Hermano querido! —exclamó—. Soy yo, Baoyu.

      Lo llamó varias veces, pero Zhong no respondió. Baoyu insistió varias veces:

      —¡Zhong, hermanito! ¡Baoyu está aquí!

      Pero Qin Zhong estaba exhalando el último suspiro. Su espíritu, que ya se había separado de su cuerpo, veía llegar en ese momento a un juez infernal escoltado por otros fantasmas. Llevaba un documento en la mano y unas cadenas para llevárselo. Zhong se resistía a ir con ellos, pues no quedaba nadie para administrar los asuntos de su casa y su padre había dejado tres o cuatro mil taeles ahorrados; además, deseaba locamente noticias de Zhineng. Pero los fantasmas se mostraban insensibles a sus súplicas.

      —Eres un joven cultivado —se mofaban—. ¿Cómo no conoces el viejo proverbio, «si el Rey de los Infiernos te cita para la tercera vigilia nadie osará retenerte hasta la quinta»? Nosotros, sombras, somos estrictamente imparciales; no como vosotros, mortales, presas del sentimentalismo y los favores.

      Y en medio de todo ese trajín oyó Zhong la llamada de Baoyu.

      —Piedad, mensajeros divinos —suplicaba—. Permitid que vuelva a decirle a mi buen amigo una sola palabra y después partiré con vosotros.

      —¿Pues qué buen amigo es ése? —le preguntaron.

      —Jia Baoyu, el nieto del duque de Rongguo.

      El juez infernal que parecía ser el encargado de llevárselo reprochó a los demás.

      —Ya os dije que le permitierais volver un momento, y no me habéis hecho caso. ¿Qué haremos ahora que nos presenta a ese favorito de la fortuna?

      Los fantasmas, confundidos por la actitud de su jefe, protestaban:

      —Hace un momento estaba usted furioso, pero ese nombre parece haberle aterrorizado. ¿Por qué sombras como nosotros, que venimos del mundo de las tinieblas, tendríamos que temer a alguien como él, que viene del mundo de la luz? ¿Qué daño nos puede hacer?

      —Ya conocéis el proverbio: «Los funcionarios del imperio lo controlan todo en el imperio», ¿no? Igual es en las Fuentes Amarillas: rige la misma ley para espíritus y mortales. No pasará nada si mostramos alguna consideración.

      Finalmente, los fantasmas permitieron que el espíritu de Qin Zhong regresara a su cuerpo. El moribundo dio un grito, entreabrió los párpados y vio a Baoyu a su lado.

      —¿Por qué no has venido antes? —le preguntó con voz tenue—. Si hubieses tardado un poco más, ya no te habría visto.

      Baoyu apretó la mano de su amigo y le preguntó entre lágrimas:

      —¿Qué últimas palabras me dejas?

      —Sólo éstas: cuando tú y yo nos conocimos nos consideramos por encima del común de los mortales, ¿te acuerdas? Ahora comprendo lo equivocados que estábamos. Deberías dedicarte en el futuro a hacerte un nombre