Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


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continuaron.

      Pasaron por un túnel que desembocaba en una hondonada verde con espléndidos árboles y flores exóticas. En el rincón donde más se espesaban los árboles extendía sus márgenes un arroyo cristalino que luego se perdía entre las rocas.

      Unos pasos más al norte, flanqueando un claro, se alzaban altos pabellones de vigas talladas y espléndidas balaustradas medio ocultas por los árboles. Al mirar abajo vieron un arroyo de cristal precipitándose en una cascada de nívea blancura, y unos escalones de piedra que descendían hasta una poza entre la niebla producida por la caída del agua. El conjunto, cercado por balaustradas de mármol, era salvado por un puente de piedra adornado con cabezas de bestias con las fauces abiertas. Sobre el puente, un pequeño pabellón en el que el grupo se sentó a descansar.

      —¿Y cómo llamaremos a este lugar, caballeros? —preguntó Jia Zheng.

      Uno de los secretarios:

      —Propongo un verso de El pabellón del Viejo Borracho, de Ouyang Xiu [3] : «Un alado pabellón lo sobrevuela». ¿Por qué no llamarlo pabellón Alado?

      —Delicioso nombre, sin duda —opinó Jia Zheng—. Pero como este pabellón está construido sobre una poza, su nombre debería contener alguna alusión al agua. Y ya que lo mencionas, Ouyang Xiu también alude a una fuente «derramándose entre dos picos». ¿No podríamos utilizar la palabra «derramado»?

      —¡Evidente! —exclamó otro de los secretarios—. Jade que se Derrama sería un excelente nombre para el lugar.

      Acariciándose pensativamente la barba, Jia Zheng se volvió hacia Baoyu para pedirle una sugerencia.

      —Me parece bien lo que se acaba de decir, señor —contestó el muchacho—, pero si profundizamos un poco más en el asunto observaremos que aunque «derramado» sea un adjetivo adecuado para la fuente de Ouyang Xiu, que era llamada «El Manantial del Licor», sin embargo resulta poco apropiado para este lugar, que está destinado a ser residencia de la consorte imperial. Deberíamos emplear un lenguaje más cortesano en lugar de expresiones tan poco elegantes. Opino que debería pensarse en algo más sutil.

      —¿Se dan cuenta, caballeros? —dijo Jia Zheng soltando una risita—. Cuando sugerimos algo original, él prefiere una vieja cita; ahora que empleamos una vieja cita, él la encuentra demasiado vulgar. Pues bien, ¿qué propones tú?

      —¿No sería Fragancia que Rezuma un nombre más apropiado que Jade que se Derrama?

      Jia Zheng volvió a tirarse de la barba asintiendo en silencio con la cabeza mientras los demás, ansiosos por complacerlo, se apresuraban a celebrar el notable talento de Baoyu.

      —Bueno, bueno —dijo su padre—. Seleccionar dos caracteres para una tabla no es difícil. Veamos si te atreves con un pareado de siete caracteres.

      Baoyu sé incorporó, miró en torno suyo buscando inspiración y por fin recitó:

      Los sauces del dique prestan su verdor a las almadías.

      En las dos orillas las flores expanden idéntico aroma.

      Jia Zheng asintió con una leve sonrisa, que fue envuelta por un nuevo coro de alabanzas a su hijo.

      Dejaron el pabellón, cruzaron el puente y continuaron su paseo admirando cada roca, promontorio, flor y árbol del camino, hasta que se toparon con los blancos muros de un hermoso refugio en un denso bosquecillo de frescos bambúes. Entraron en él entre exclamaciones de admiración.

      Desde la puerta, un sendero techado zigzagueaba hasta unos escalones; al bajarlos, otro sendero, esta vez de lajas, conducía a una pequeña cabaña de tres aposentos en la que se entraba por una puerta situada en el aposento central. Los muebles habían sido fabricados especialmente para el lugar. En el cuarto interior se abría una portezuela que daba a un jardín trasero con un gran peral, un plátano de anchas hojas y dos pequeños patios laterales. Al fondo, por una hendidura de un pie de ancho, corría un arroyo que se precipitaba más allá de los escalones y del refugio y llegaba al patio delantero para, desde allí, alejarse serpenteando entre los bambúes.

      —Qué rincón tan agradable. Quien tenga el privilegio de estudiar junto a esta ventana en una noche de luna no habrá vivido en vano —dijo Jia Zheng mirando de reojo a Baoyu, quien agachó los ojos confundido mientras los demás se apresuraban a cambiar de conversación.

      —Aquí necesitamos una inscripción de cuatro caracteres —sugirió uno de los presentes.

      —¿Qué cuatro caracteres? —preguntó Jia Zheng.

      —Sombras del Río Qi [4] .

      —Está muy visto.

      —¿Rastros del Jardín dé Sui [5] ?

      —Digo lo mismo.

      —Que el primo Bao sugiera algo —propuso Jia Zhen.

      —No vale la pena —objetó Jia Zheng—. Este insolente se dedica a criticar las sugerencias de los demás antes de hacer él mismo una.

      —Pero sus observaciones son correctas. ¿Cómo puede decir que no valen la pena?

      —No sigan adulándolo de esa manera —advirtió Jia Zheng a los miembros del grupo.

      Y volviéndose a Baoyu:

      —Hoy estamos dispuestos a tolerar tus desatinos, así que oiremos tus críticas antes que tus propuestas. Veamos, ¿alguna de las sugerencias de estos caballeros ha sido acertada?

      —No, señor, ninguna me lo ha parecido —contestó Baoyu.

      En el rostro de Jia Zheng apareció de nuevo una sonrisa sardónica.

      —¿Y por qué no? —preguntó.

      —Éste será el primer lugar en el que se detenga la visitante imperial; es un lugar apropiado para rendir homenaje a Su Alteza. Si lo que queremos es una inscripción de cuatro caracteres, hay muchas antiguas a las que podemos recurrir. ¿Para qué componer una nueva?

      —¿Acaso el río Qi y el jardín de Sui no son alusiones clásicas?

      —Sin duda, pero suenan demasiado forzadas. Propongo Donde se Posa el Fénix [6] .

      Esta vez el coro de elogios fue especialmente intenso mientras Jia Zheng asentía dándose delicados tirones de la barba.

      —Ah, pequeño animal —dijo—. Escrutas el cielo mirándolo por un tubo y mides el mar con un calabacín. Tus juicios son lamentablemente limitados. Bien, oigamos ahora tu pareado.

      Y Baoyu recitó:

      Preparado ya el té, aún es verde el humo del precioso trípode.

      Acabada ya la partida, aún están fríos los dedos junto al sereno ventanal.

      —Tampoco lo mejora —dijo Jia Zheng meneando la cabeza.

      Se disponía a seguir paseando con el grupo cuando una idea le vino a la cabeza, y volviéndose a Jia Zhen le dijo:

      —En todos estos pabellones veo sillas y mesas, pero ¿dónde están las cortinas, visillos, adornos, curiosidades y cosas por el estilo? ¿Se han seleccionado objetos adecuados para cada lugar?

      —Hemos traído un lote grande de ornamentos que se colocarán en el sitio adecuado a su debido tiempo —respondió Jia Zhen—. En cuanto a las cortinas y visillos, el primo Lian me dijo ayer que todavía no estaban listos. Al empezar las obras hicimos planos con las medidas exactas de cada lugar, y los enviamos para que empezasen la confección. Ayer estaba lista aproximadamente la mitad.

      Como ignoraba los detalles, Jia Zheng mandó llamar a Jia Lian y le preguntó: