Cao Xueqin

Sueño En El Pabellón Rojo


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XVII

      En el jardín de la Vista Sublime, la composición

      de inscripciones pone a prueba el talento.

      Los extraviados en el patio Rojo y Alegre exploran

      un refugio solitario.

      Dio la impresión de que el llanto de Baoyu por la muerte de Qin Zhong no tendría fin. Pasó mucho tiempo antes de que Li Gui y los demás lograran apaciguarlo, e incluso cuando estuvo de vuelta en su casa siguió sacudiéndolo el dolor. Sin contar varias docenas de taeles de plata para los gastos del funeral, la Anciana Dama hizo que preparasen un lote de ofrendas funerarias con las que su nieto acudió a dar el pésame y sumarse al duelo de la familia Qin. Siete días después del óbito tuvieron lugar los funerales y el entierro; aunque no necesitemos demorarnos en los detalles, diremos que Baoyu lloró y echó de menos a su amigo cada día, aunque tales demostraciones de dolor ya no remediaran nada.

      Algún tiempo después Jia Zhen, acompañado de sus asistentes, anunció a Jia Zheng la culminación de los trabajos del nuevo jardín, y le informó de la inspección que ya había realizado Jia She.

      —Todo está dispuesto para su inspección, tío —le dijo—. Podríamos modificar cualquier cosa que no sea de su agrado antes de que se compongan las inscripciones y los correspondientes poemas para los distintos puntos del jardín.

      Jia Zheng meditó unos instantes y luego dijo:

      —Las inscripciones son un problema, ciertamente. En principio deberíamos pedirle a la concubina imperial que nos haga el honor de componerlas ella misma, pero es obvio que no puede hacerlo sin conocer previamente el lugar. Por otra parte, si dejamos los diversos pabellones y parajes sin inscripción hasta su visita, entonces el jardín, con todas sus flores y rocas, sauces y arroyos, no mostrará todo su encanto.

      —Sin duda es cierto, señor —respondieron a coro sus cultos acompañantes.

      —Tengo una idea —dijo uno de ellos—. Las inscripciones de los parajes del jardín no pueden ser obviadas, pero tampoco fijadas definitivamente. ¿Por qué no preparar algunas y componer unos cuantos pareados provisionales para cada lugar? De momento podemos hacer que los pinten sobre faroles en forma de placas y rollos, y cuando Su Alteza se digne honrarnos con su visita podremos pedirle que decida cuáles son los más apropiados. Así se resolverá este dilema.

      —Sensata idea —observó Jia Zheng—. Hoy mismo podríamos echar un vistazo e idear algunas. Si son adecuadas, se utilizarán; en caso contrario le pediremos a Jia Yucun que venga a echarnos una mano.

      —Seguro que sus propias sugerencias serían excelentes, señor —respondieron—. ¿Para qué llamar a Yucun?

      —A decir verdad, ni en mis años mozos fui bueno haciendo versos sobre flores, pájaros o paisajes; y ahora que me siento viejo y me abruman las tareas oficiales he perdido definitivamente el ánimo ligero que se precisa para las bellas letras. Doy por descontado que cualquier intento por mi parte resultaría tan lerdo y pedante que en vez de resaltar las bellezas del jardín serviría para lo contrario.

      —No tema por eso —le insistieron sus secretarios—. Uniremos nuestros ingenios y después elegiremos las mejores sugerencias. Así resolveremos el problema.

      —De acuerdo —accedió Jia Zheng—. Demos un paseo por el jardín aprovechando el buen día que hace.

      Y poniéndose en pie encabezó el grupo mientras Jia Zhen se adelantaba para avisar de su llegada a los del jardín.

      Resultó que Baoyu acababa de llegar al jardín, pues seguía sufriendo tanto por la muerte de Zhong que la Anciana Dama había ordenado a sus pajes que lo llevaran allí para que se distrajera.

      Al verlo, Jia Zhen se acercó a él y le dijo en tono de broma:

      —Viene el señor Zheng; más vale que desaparezcas.

      Como un hilo de humo, Baoyu emprendió inmediatamente la huida seguido de su ama y sus pajes, pero al volver la esquina se dio de bruces con el grupo de su padre. Ante la imposibilidad de huir, Baoyu se apartó respetuosamente de su camino.

      Ahora bien, no hacía mucho que Jia Zheng había oído al preceptor de Baoyu hablar en tono elogioso acerca de la capacidad del muchacho para componer pareados, comentando que a pesar de su escasa aplicación en el estudio mostraba una considerable originalidad en los ejercicios literarios. Ante el fortuito encuentro, Jia Zheng ordenó a su hijo que lo acompañase. Baoyu no tuvo más remedio que obedecer ignorando lo que su padre deseaba de él.

      A la entrada del jardín encontraron a Jia Zhen con un grupo de mayordomos en formación.

      —Cierren la puerta —ordenó Jia Zheng—. Veamos qué aspecto tiene desde el exterior.

      Jia Zhen hizo cerrar la puerta y Jia Zheng inspeccionó el pabellón de entrada, una edificación con cinco secciones y un techo arqueado de tejas de media caña. Los dinteles y las celosías, finamente tallados con ingeniosos dibujos, no estaban pintados ni dorados; las paredes eran de ladrillo pulido de un color uniforme, y en las escalinatas de mármol blanco se apreciaban dibujos tallados de pasionarias. El impecable muro blanqueado del jardín, que se extendía a un lado y a otro, tenía en su base un mosaico de piedras atigradas. A Jia Zheng le complació la sencillez del conjunto y la ausencia de vana ostentación.

      Hizo que volvieran a abrir la puerta, y entraron sólo para encontrar que una verde colina les impedía la visión. Los secretarios lanzaron una exclamación de aprecio por el detalle.

      —De no ser por esta colina, uno abarcaría de un vistazo todo el jardín con sólo cruzar la puerta, lo que resultaría bastante insustancial —observó Jia Zheng.

      —Sin duda —coreó la compañía—. Sólo un jardinero de gran talento puede haber concebido algo así.

      Sobre el monte en miniatura distinguieron unas rocas blancas que semejaban monstruos y fieras, unos yacentes, otros rampantes, y todos tachonados de musgo o cubiertos de plantas trepadoras que casi ocultaban un sendero zigzagueante.

      —Sigamos el sendero —decidió Jia Zheng—. A la vuelta saldremos por el otro lado, y así habremos recorrido todo el lugar.

      Hizo que Jia Zhen se adelantase y él lo siguió por entre los peñascos apoyado en un hombro de Baoyu. De pronto vio, al levantar la vista, una roca blanca, pulida como la superficie de un espejo; era evidente que estaba destinada a ser el soporte de la primera inscripción.

      —¡Alto, caballeros! —dijo sonriendo por encima del hombro—. ¿Cuál podría ser el nombre apropiado para este lugar?

      —«Glauca Aglomeración» —dijo éste.

      —«Cordillera Bordada» —dijo el otro.

      —«Pico del Incensario» [1] —añadió el de más allá.

      —«Zhongnan [2] en Miniatura.»

      Así fueron apareciendo docenas de sugerencias que no pasaban de ser tópicos. Y es que los secretarios de Jia Zheng tenían plena conciencia de que éste deseaba poner a prueba el ingenio de su hijo. Baoyu también lo sabía, pero esperó a que su padre le exigiera su intervención. Cuando finalmente lo hizo, el joven respondió:

      —He oído que los antiguos decían que una vieja cita supera un dicho original, y que es mejor pulir un viejo texto que grabar uno nuevo. Éste no es el promontorio central ni tampoco uno de los parajes principales; a mi entender merece una inscripción sólo porque es un primer paso hacia el resto del jardín. ¿Por qué no utilizar este verso de un antiguo poema: «Escondido sendero que conduce hasta un refugio solitario»? Sin duda un nombre así tendría mayor dignidad.

      —¡Excelente! —alabaron los secretarios.

      —Nuestro joven señor es sin duda muchísimo más ingenioso y brillante que unos pedantes sin fuste como nosotros.