en sus asuntos y dile que nunca debió confiar en tu joven e inexperta esposa.
Yuanchun, la consorte imperial.
Gai Qi (edición de 1879).
En ese momento se oyeron voces fuera y Xifeng quiso saber de quién se trataba. Pinger entró y dijo:
—La señora Xue envió a Xiangling a preguntar algo. Le dije lo que quería saber y se marchó.
—Por cierto —dijo Jia Lian—. Cuando fui a presentar mis respetos a la tía Xue encontré allí a una bellísima joven; me dije que no podía ser de la casa, y en la conversación me enteré de que se trata de aquella doncella que compraron justo antes de venirse a la capital, acuérdate, la del proceso. Se llama Xiangling, y desde que ese imbécil de Xue Pan la hizo su concubina se le ha afilado el rostro y ha aumentado su belleza. Es demasiado buena para ese idiota.
—¡Vaya! —exclamó Xifeng—. Pensaba que en tu viaje a Suzhou y Hangzhou [2] habrías conocido suficiente mundo, pero está visto que tienes el ojo más grande que el vientre. Si la muchacha te gusta, la cosa es sencilla: la cambiaré por Pinger. ¿Qué te parece? Xue Pan es otro glotón que «tiene un ojo puesto en el tazón y el otro en la sartén». Mira cómo importunó a su madre durante un año entero hasta que consiguió a Xiangling. La tía Xue organizó una fiesta para celebrar solemnemente la entrada de la muchacha en la alcoba de su hijo, porque vio que no sólo era bonita sino también educada, discreta y amable; incluso más que muchas damitas. Pero a los quince días ese tipo ya la trata como a un perro. Es una verdadera lástima…
Un paje de la puerta interior apareció en ese momento con un recado de Jia Zheng para Jia Lian: que lo esperaba en la biblioteca grande. El joven se arregló rápidamente la ropa y partió a su encuentro. Entonces Xifeng preguntó a Pinger:
—¿Para qué diablos mandó la tía Xue a Xiangling hace un momento?
—No era Xiangling —contestó Pinger entre risitas—. Era la esposa de Lai Wang, que está perdiendo el poco seso que tenía.
Y bajando la voz:
—No podía venir antes ni después, no: tenía que esperar a que el señor estuviera en la casa para traerle a usted los intereses del dinero que le prestó. Menos mal que me la tropecé en el salón y no la dejé llegar. Si el señor hubiera preguntado de qué dinero se trataba, usted se habría visto obligada a decirle la verdad. Y con el carácter que tiene, capaz como es de sacar una moneda de una cacerola de aceite hirviendo, al saber que usted dispone de ahorros propios se habría lanzado a dilapidar con mano más suelta todavía. Por eso cogí corriendo el dinero de la buena mujer y le eché una reprimenda sin pensar que usted me escucharía; luego dije delante del señor que se trataba de Xiangling.
—Ya me extrañaba a mí que la tía Xue cometiera la imprudencia de mandar a una concubina justo cuando está el señor en casa. De manera que no fue más que uno de tus trucos…
En ese momento apareció Jia Lian. Xifeng ordenó que trajeran vino y comida, y ambos esposos se sentaron frente a frente. A pesar de tener buena cabeza para el licor, aquel día Xifeng no se atrevió a beber demasiado; iba acompañando a su marido a pequeños sorbos cuando llegó el ama Zhao, la antigua nodriza de Jia Lian, a la que invitaron a sentarse en el kang junto a ellos. El ama Zhao rechazó la deferencia, pero Pinger y las demás ya habían colocado una mesita y un pequeño banco junto al kang, de manera que la anciana no tuvo más remedio que sentarse ante los dos platos de su propia mesa que Jia Lian le ofreció.
—El ama no puede masticar eso —dijo Xifeng.
Y volviéndose hacia Pinger:
—Ese tazón de cerdo fresco guisado al vapor con jamón que vi esta mañana sería perfecto para ella. Llévalo y que lo calienten cuanto antes.
Y a la nodriza:
—Amita, prueba este vino de la fuente de Hui [3] que tu niño ha traído de su viaje.
—Beberé si lo hacen ustedes conmigo —repuso el ama—. Beban sin miedo, que todo consiste en no pasarse. Pero no he venido para eso, sino por un asunto serio que espero, señora, se tome a pecho y me ayude a resolver. Nuestro señor Lian es bueno haciendo promesas, pero llegado el momento olvida lo que prometió. Sí, yo le di mi pecho y gracias a mí es hoy tan grande, pero ahora que soy vieja sólo tengo a mis dos hijos. Nadie se extrañaría si me hiciera un favor; sin embargo, he venido a mendigar a sus pies una y otra vez, y siempre me ha hecho promesas que hasta el día de hoy no ha cumplido. Ahora que ha sucedido este formidable golpe de suerte, seguro que necesitan más brazos; por eso he venido a pedirle ayuda a usted, señora, pues si sólo me apoyara en el señor Lian ya me habría muerto de hambre.
Xifeng se echó a reír:
—Tus dos hijos son para nosotros hermanos de leche, amita. Deja que yo me ocupe de todo. Tú que lo has criado sabes bien cómo es el señor Lian. Se muestra solícito ayudando a extraños, gente llegada de lejos que no tiene los méritos de sus dos hermanos de leche. ¿Quién podría objetar algo si él les echara una mano? Sin embargo, ayuda más a los que vienen de fuera; aunque quizás la gente que nosotros llamamos «de fuera» sea para él «de adentro» [4] .
Las últimas palabras de Xifeng desencadenaron una carcajada general. El ama Zhao no podía dejar de reír.
—¡Buda Amida! —exclamó entre interminables hipidos de hilaridad—. Esto es lo que se llama un juez imparcial. Nuestro señor no cometería la crueldad de tratarnos como a extraños, pero es tan bondadoso que no sabe negarse a las exigencias de otras personas.
—Oh, sí —repuso Xifeng—, pero ocurre que sólo es bondadoso con los que tienen personas «de adentro»; sólo con nosotras, las mujeres, se vuelve inflexible y duro.
—Ay, señora, qué buena es usted. Estoy tan contenta que me parece que voy a beber otra copa de ese excelente vino. Ahora que he conseguido que sea usted quien se ocupe de nosotros, ya no tengo preocupaciones.
Jia Lian, bastante molesto, sonreía con un gesto forzado.
—Basta de tonterías —dijo—. Empecemos ya con el arroz; todavía tengo muchos asuntos que tratar con el primo Zhen.
—Sí, no debes entretenerte. ¿Qué quería tu primo hace un momento? —preguntó su esposa.
—Es acerca de esa visita imperial.
—¿Entonces ya se ha conseguido el permiso? —preguntó Xifeng ansiosamente.
—Aún no, pero te apuesto diez contra ocho a que se consigue.
—¡Qué inmenso acto de bondad imperial! —exclamó ella radiante—. Nunca he tenido noticia de un acto semejante en ningún libro ni ópera sobre los antiguos tiempos.
—Seguro —intervino el ama Zhao—. Pero coniforme me voy haciendo vieja me vuelvo más tonta. Hace días que no oigo hablar de otra cosa, pero no entiendo nada. ¿En qué consiste exactamente esa visita imperial?
—Nuestro actual emperador se preocupa por todos sus súbditos —explicó Jia Lian—. No hay virtud más elevada que la piedad filial y él sabe que, más allá de cualquier consideración de rango, a todos nos une un mismo vínculo de familia. Se pasa día y noche atendiendo a sus augustos padres, pero todo le parece poco para expresar su devoción filial y comprende que las consortes secundarias y las damas de compañía de palacio que han pasado muchos años separadas de sus padres tienen deseos de volver a verlos, puesto que es natural que los hijos echen de menos a los padres, y si los padres enferman, o mueren deseando ver a sus hijos, la armonía del cielo se ve necesariamente afectada. Por eso ha solicitado a sus augustos padres que la parentela femenina de las damas de la corte pueda