es So la que, por su parte, comete la mayor parte de errores y la que, por venganza, impone a su madre la prueba en cuya realización cometerá esta última diversos errores fatales.
Los errores de los actantes-sujetos resultan, pues, de otro tipo de resistencia corporal, de la resistencia por saturación, de la resistencia a aplicar presiones sucesivas y acumuladas de programación.
Se podría hablar aquí –pues todo comienza por prescripciones (ir a recoger frutos, ir a pescar, ir a buscar la palangana o la escudilla perdidas) que se supone cumplen la función de “programar” a los actantes– de un proceso de desprogramación sistemático del actante. Ahora bien, esa desprogramación singulariza al actante. Se puede observar, por ejemplo, cómo So se singulariza al sentarse sobre la palangana de su madre: con ese gesto, se distingue del largo cortejo de niñas que van al bosque, y que no dejan de reprochárselo. Así mismo, se singulariza al detenerse junto a la vieja mujer enferma; finalmente, expresa su singularidad ante la Cíclope, utilizando la fórmula ritual, también singularizante: Yo soy la que estaba perdida, y aquí estoy de vuelta12.
Pues bien, en este pequeño cuento, el problema que se plantea no es el de la restauración de un orden comprometido, sino el de la restauración de las condiciones de posibilidad de los sistemas de valores: es preciso sin duda inventar un nuevo sistema de valores, pero antes, como condición de posibilidad, hay que restaurar una capacidad mínima de discernimiento y de distinción. La singularización del recorrido del actante So participa de dicha restauración: ella introduce la primera distinción emergente, la de una singularidad frente a una masa indistinta.
De ahí se desprende un nuevo esquema narrativo, diferente del esquema de la búsqueda, y que nosotros denominamos esquema de selección axiológica:
1. Mezcla (Confusión axiológica) | $ | 2. Selección (Singularización individual) | $ | 3. Separación (Instauración de la dualidad y del valor) |
Eso que hemos llamado “desprogramación”, que se traduce en una sucesión de actos fallidos y de torpezas, provoca al mismo tiempo una suspensión de los programas de búsqueda y la emergencia de una singularidad, necesaria para el esquema de selección. En ese sentido, cada punto de bifurcación narrativa se abre a la multiplicidad de las posibilidades, y el conjunto de dichos puntos de bifurcación funciona entonces como un “filtro” para la selección axiológica.
Esta nueva esquematización, sin embargo, no es incompatible con un esquema de búsqueda más profundo, que confirma el anclaje corporal de la sintaxis narrativa. Esa búsqueda, en efecto, es la de la supervivencia física: hambre y alimento, sed y saciedad, salud y enfermedad, vida y muerte, recordadas sin cesar. Ante un grupo de destinadores deficientes, la supervivencia se convierte en un problema que hay que resolver, y la solución reside en la suspensión de todos los roles y de todos los programas canónicos y en la invención de una nueva singularidad. En esa perspectiva, el esquema de selección está al servicio de la supervivencia.
El Mí y el Sí del actante narrativo: Un modelo de producción del acto
Todo actante “encarnado” se puede analizar en dos instancias por lo menos: el Mí-carne de referencia y el Sí-cuerpo propio en devenir. El Sí está en construcción en los desplazamientos y en los gestos del actor, y esa construcción puede obedecer a un principio de repetición y de similitud (el Sí-idem de los roles narrativos), o a un principio de “mira” permanente (el Sí-ipse de las “miras” éticas y estéticas, de las actitudes).
Podríamos decir que, en el caso de Sí, la programación interesa a uno de los dos tipos del Sí (al Sí-ídem) y que la desprogramación singularizante procede del Mí-carne individual de referencia: en el acto fallido, el Mí-carne impone su ley al Sí-ídem en construcción, y singulariza el acto.
Si aceptamos que toda identidad actancial se construye en el acto, y que todo acto emerge de la animación sensoriomotriz del actante, el modelo de producción del acto se apoyará necesariamente en la interacción entre la carne y el cuerpo propio, entre el Mí y el Sí. El acto será entonces el resultado de la correlación (convergente o divergente) entre las presiones ejercidas sobre el Mí-carne (de tipo sensoriomotor) y las presiones ejercidas sobre el Sí-cuerpo propio: seguir siendo el mismo, devenir y apropiarse, etcétera. Toda figura de acto puede ser definida, en ese sentido, como el resultado de una doble determinación, de un equilibrio o de un desequilibrio entre esos dos tipos de presiones.
El Mí-carne será representado en el modelo por una valencia de intensidad (fuerza, resistencia, energía, intensidad sensible), y el Sícuerpo propio, por una valencia de extensión (duración, espacio, número de alteridades integradas, etcétera). Ahí pueden tener cabida: el acto programado (mantenido y contenido), el acto fallido, el arrebato, el temblor gestual y el “bello gesto” (o gesto noble):
Entre el temblor gestual, caracterizado por las valencias más débiles, y el acto fallido, caracterizado por la valencia de intensidad más fuerte, se ubicaría el “bello gesto” (o gesto noble); el “bello gesto”, verdadera retórica de la provocación, funciona como un acto fallido que reivindica una provocación, como una ruptura de continuidad y una negación de los programas y de los valores en curso, que marcaría su capacidad de apertura hacia otros horizontes de la acción y de los valores.
Los tres ejes de la identidad
Recapitulemos: Siendo el Mí-carne la instancia de referencia, la identidad postulada, aunque siempre susceptible de desplazarse, adopta una o varias posiciones, y es la sede y la fuente de la sensoriomotricidad, que determina toda “mira” y toda “captación” semióticas. Es también el “sistema material” cuya inercia puede manifestarse por remanencia o por saturación.
El Sí-cuerpo es la instancia que se refiere al Mí-carne (de donde procede su carácter reflexivo, el cual justifica la elección del pronombre reflexivo para designarlo) y a la sensoriomotricidad para seguir sus presiones o para contrariarlas, para acompañarlas o para derivarlas; es, pues, la identidad en construcción en el ejercicio mismo del hacer semiótico.
Como hemos distinguido dos tipos de Sí, vamos a oponer:
• La identidad de los roles (Sí-ídem), cuyo modo de producción implica que cada nueva fase recubre la precedente; ese tipo corresponde a la perspectiva de la captación.
• La identidad de las actitudes (Sí-ipse), cuyo modo de producción se basa en la acumulación progresiva de rasgos transitorios, y en el hecho de que la nueva fase no recubre la fase precedente, puesto que en cada identidad transitoria, el actante se descubre siendo otro; ese tipo corresponde a la perspectiva de la mira:
Los tres tipos de identidad permiten describir el devenir del actante, y remiten por consiguiente a tres operaciones semióticas de base: la toma de posición y la referencia (por lo que se refiere al Mí carne), la captación (por lo que atañe al Sí-ídem) y la mira (por lo que concierne al Sí-ipse). Como esas tres operaciones son las homólogas semióticas de las diferentes “presiones” y “tensiones” evocadas anteriormente, entran en interacción en el modelo de la producción del acto, presentado aquí en forma de un punto triple [con tres vectores].
Las “áreas” indicadas designan las zonas de correlación donde van