lingüísticas del lapsus
¿Cómo definen los lingüistas el lapsus? En la mayoría de los casos, el lapsus es definido como la aparición de una palabra, de una expresión o de un fragmento de expresión en lugar de otro, en el curso ordinario de una enunciación. Pero esa definición es raramente explícita (I. Fénoglio es la excepción2) y, lo más frecuente, el lapsus es definido por su mecanismo supuesto, sea por el sesgo de la etimología (slip of the tongue, dice R. Wells3), sea por metáfora (telescoping, dice A. A. Hill4) o por téléscopage syntaxique, según J. Boutet y P. Fiala5. Pasemos por alto el carácter mecanicista de esas definiciones y notemos más bien que todas ellas implican de entrada el cuerpo –la lengua que se desliza, cadenas de materia sonora que chocan entre sí– en el modo de producción del lapsus, opuesto al ejercicio ordinario del lenguaje. Todo pasa como si, de ordinario, el cuerpo (la lengua, los órganos de articulación) fuesen en cierto modo transparentes a su uso programado, mientras que, en el lapsus, se hicieran presentes a nuestra atención, recuperando cierta libertad de iniciativa. Volveremos sobre este punto.
Por el lado de la recepción, el lapsus se presenta globalmente como una sustitución. Ese tipo de definición plantea algunas interrogantes. En efecto, si se define el lapsus como una expresión que aparece en lugar de otra, se acepta implícitamente el hecho de que esa “otra expresión” era previsible, o incluso aún, identificable a través de aquella que aparece en su lugar. Tal definición acepta sin más la previsibilidad del discurso en devenir, como si todo estuviese más o menos regulado de antemano y como si el lapsus fuera una excepción a un programa de enunciación.
Como si la enunciación en acto no pudiera tener más iniciativa que la de planificarse a sí misma. Se podría a este respecto oponer, como lo hace S. G. Nooteboom6, intended words y wrongly chosen word; pero definir el lapsus como un segmento de discurso que no sea intencional no tiene ningún alcance operativo, puesto que sería necesario decir antes cómo se reconocen los segmentos intencionales para renunciar luego a reconocer alguna dimensión significante, cualquiera que sea, a los segmentos no intencionales.
Volvamos, pues, a la sustitución. Esa operación, de uso muy general en lingüística, es el criterio mismo de pertinencia: una sustitución que se produce en un lugar determinado de la cadena del discurso es declarada pertinente si y solo si afecta a la vez a la expresión y al contenido, y si produce efectos en otros lugares de la cadena (principio de la isotopía); se denomina entonces conmutación porque presente en uno de los dos planos del lenguaje (expresión o contenido), induce ipso facto una modificación en el otro. La pertinencia (¡y no la intención!) de la sustitución se reconoce entonces por su doble repercusión: repercusión sintáctica (en otro lugar del discurso) y repercusión semántica (en el otro plano del lenguaje).
Ahora bien, el lapsus es una sustitución que, si fuera pertinente en el sentido que hemos explicado, debería ocasionar modificaciones en cadena, porque la modificación fonética que suscita implica siempre una modificación semántica: otro sentido o sinsentido, poco importa, el caso es que se producen interferencias en la isotopía. Y sin embargo, el lapsus no produce ninguna: como lo hace notar I. Fénoglio7, un lapsus repetido se convierte en un juego de palabras. A lo que se podría añadir que un lapsus prolongado (o filé, como se dice de una metáfora) termina siendo una astucia o una broma, y hasta un discurso de doble sentido.
El lapsus es, pues, una sustitución cuya pertinencia sería incompleta: una conmutación abortada, en suma, o, si se prefiere una versión más optimista, una conmutación emergente, que se queda corta, y que no tiene porvenir. Podríamos decir, en tal caso, que se ejerce una presión con vistas a una conmutación completa, pero que esa presión es insuficiente para producir la reacción en cadena que teníamos derecho a esperar. Irreductiblemente localizado, circunscrito y sin porvenir, el lapsus pone de manifiesto, en suma, la “victoria” efímera de una fuerza sobre otra, una victoria puesta inmediatamente en cuestión, y que no es asumida por el discurso en construcción. Podríamos aventurarnos a decir que el que se expresa en ese caso es el cuerpo, aunque no llega a imponerse; pero el cuerpo se expresa en el lapsus como en las demás partes y figuras del discurso, ni más ni menos.
Índices y demarcaciones del lapsus
Pero entonces ¿cómo podemos reconocer que se trata de una conmutación incompleta (abortada, emergente, localizada, accidental)? Lamentablemente, no parece posible dar una respuesta determinante, completa, específica al respecto. No obstante, los lapsus no están exentos de marcas.
La síncopa rítmica es una de ellas, y presenta dos facetas: una faceta segmentable (una breve detención, una desligación a la derecha del lapsus), y una faceta suprasegmental (un descenso de entonación en toda o en parte de la expresión, que será más fácilmente reconocible si suprime un acento de grupo).
La autocorrección (o incluso, como mínimo, el auto-stop, como dice Bl.-N. Grunig8), por la cual el locutor señala la sustitución invirtiéndola.
Finalmente, la demarcación ritual (bueno, eh, no, perdón, quise decir…), que no precede obligatoriamente una autocorrección, y que, por ella sola, señala al menos la toma de conciencia por el locutor mismo de la sustitución anterior.
Síncopa rítmica, autocorrección o demarcación ritual son solamente índices (señalan la presencia del lapsus), sin ser marcas directas del lapsus mismo: el oyente, alertado, puede ampararse en el accidente y emprender la interpretación. Dichas marcas tendrían en tal caso, como indica C. F. Hockett9, el estatuto de metalapsus: un acompañamiento del mecanismo de sustitución que se señala al hacerse. Pero esas marcas no son determinantes, porque son facultativas, y no están presentes en numerosos lapsus estentóreos y obstinados; tampoco son completas, pues no son específicas: en el registro de la meta-enunciación, en efecto, serían aplicables a cualquier otro segmento de discurso mal o débilmente asumido por el locutor. Pero su estatuto meta-enunciativo indica que conciernen directamente a una instancia de control, que pone de manifiesto su actividad en el momento mismo en el que se descubre su falta. Las demarcaciones indexicales del lapsus participan de la dimensión de control y de asunción del discurso, en la que se supone que la instancia enunciativa se reconoce en todo momento en el propósito que se ha fijado: pero, precisamente, en el lapsus no se reconoce, y expresa ese desconocimiento por medio de una manifestación meta-enunciativa. Dichos índices aseguran, en suma, la mediación (embragues y desembragues) entre esa dimensión de control y el enunciado del lapsus.
A este respecto, las demarcaciones indexicales presentan diversos grados: la síncopa rítmica señala un ligero rebajamiento de la asunción, concomitante con la enunciación del lapsus, que podría explicarse simplemente por la percepción de un conflicto sensoriomotor entre dos articulaciones fonéticas; la demarcación ritual indica la suspensión provisional de la asunción, y la autocorrección, su denegación retrospectiva.
Podemos sacar una buena lección de esa incertidumbre: si resulta tan difícil encontrar marcas determinantes y específicas de la conmutación emergente, es tal vez porque la aproximación por vía de la sustitución es equivocada o incompleta. En efecto, solo concierne a lo que Hjelmslev llama constituyentes del plano de la expresión o del plano del contenido, mientras que todo indica que el lapsus pone más bien en juego los exponentes. El hecho de que los índices demarcativos afecten en lo esencial a los exponentes del plano de la expresión es ya una buena indicación; pero, mejor aún, cuando referimos esos índices demarcativos a fenómenos como el debilitamiento de la asunción enunciativa, por ejemplo, reclamamos los “exponentes” del plano del contenido, exponentes de intensidad y de cantidad. Formulamos aquí la hipótesis de que esos exponentes del plano del contenido, acentos y modulaciones intensivos y extensivos, nos permitirán acceder al esquema tensivo y discursivo del lapsus.
Esta hipótesis, por lo demás, está de acuerdo con ciertas observaciones de los fonetistas, los cuales