Jacques Fontanille

Soma y sema


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encima un poco de remedio.

       –Madrecita, respondió So, ven aquí, junto a mí. Te voy a cuidar enseguida.

      Y, delicadamente, levantó con suavidad las costras de las llagas, las lavó con sumo cuidado y extendió el remedio encima. En agradecimiento, la vieja le preparó un gran pescado de sabor exquisito, bañado con una salsa deliciosa. So, abierto el apetito por el olor del pescado, se lo comió todo. Luego, la vieja le dijo:

       –¿Y adónde vas así, tú sola?

       –Dejé escapar la palangana de mi madre y el río se la llevó. Mi madre, encolerizada, me ordenó que fuera a buscarla y que la llevase de nuevo a casa.

       –La Cíclope, que vive un poco más lejos, seguramente que ha recogido tu palangana. No temas. Vete ahora, y cuando veas la piragua de la Cíclope, vete a interceptarla con la tuya. Cuando pretenda matarte, tu le dirás: “Madre, yo soy la que estaba perdida, aquí estoy de vuelta”, y entonces, ella te dejará.

      So agradeció a la vieja señora, volvió a su piragua y se dejó llevar de nuevo por la corriente. El día comenzaba a caer cuando, de repente, ante ella, apareció la piragua de la Cíclope. So, al ver ese monstruo que la miraba cruelmente con su único ojo, sintió que se le paralizaba el corazón; pero acordándose de las recomendaciones de la vieja señora, dio un fuerte impulso a su piragua y fue directamente a interceptar la de la Cíclope.

      Esta se tambaleó y se puso a gritar:

       –¡Voy a matarte!

       –Madre, yo soy la que estaba perdida, aquí estoy de vuelta.

      Instantáneamente, el rayo cruel del ojo de la Cíclope se apagó. Cogió a la niña de la mano y la llevó a su casa; preparó la cena y la compartió con So. Después le asignó una cama para pasar la noche. Cuando la oscuridad ya era completa, se acercó a So con intención de matarla. La niña, que no dormía aún, al verla tan cerca, gritó:

      –¿Qué pasa? Madre, yo soy la que estaba perdida, aquí estoy de vuelta.

      La Cíclope, entonces, se alejó gruñendo. Varias veces durante la noche, se repitió la misma escena: la Cíclope se acercaba con intención de matar a la niña, pero esta, cada vez la detenía con la misma frase. Finalmente, amaneció el nuevo día para gran consuelo de So. La Cíclope calentó las sobras de la cena de la víspera. Después de haber comido, la Cíclope dijo a la niña:

       –Ven conmigo al bosque.

       – No madre; no voy a ir al bosque, respondió So, desconfiada.

       –Bueno, iré yo sola. Pero seguramente tendré sed cuando vuelva. Vete a sacar agua con esto y guárdala dentro para mí.

      Y le dio un tamiz a la niña. Era, indudablemente, una prueba imposible de realizar; el fracaso hubiera permitido a la Cíclope castigar a la niña y matarla. La Cíclope se fue al bosque, y So bajó al río. Trató en vano, durante un rato, de sacar agua. Ante la inutilidad de sus esfuerzos, renunció a la tarea y regresó a casa de la Cíclope.

      La Cíclope no había regresado todavía. Así que So pudo registrar a su gusto, y pronto encontró la palangana de su madre, y se apoderó de ella. Luego, huyó, saltó a su piragua y a grandes golpes de remo, tomó el camino de regreso. La Cíclope, al no encontrar a So a su regreso salió en persecución de la niña. Pero esta le llevaba tal ventaja que la Cíclope no pudo alcanzarla, y gruñendo de rabia, volvió a su casa. Un poco más tarde, la madre de So coge la escudilla de la niña para ir a pescar. La escudilla se le escurre de las manos y es arrastrada por la corriente. Cuando So vio a su madre volver sin su escudilla, le preguntó:

       –¡Madre! ¿Dónde está mi escudilla?

       –Se me ha caído en el río y no he podido atraparla; la corriente se la ha llevado.

       –Pues vete inmediatamente a traérmela; ya sabes cuánto la quiero.

      Renegando, la madre de So tomó una piragua y partió en busca de la escudilla. Cuando la vieja la llamó y le rogó que se acercara para lavar sus llagas, la madre de So le respondió con dureza que ella no había ido hasta allí para curar las llagas de una vieja a la que ni siquiera conocía. Y siguió su camino sin detenerse. La vieja no le indicó, pues, lo que convenía hacer al encontrarse con la Cíclope. Poco tiempo después, la madre de So se encontró cara a cara con la Cíclope, cuya piragua interceptó. Paralizada por el terror, no se movió, no dijo nada. La Cíclope la atravesó entonces con su cuchillo arrojadizo, la mató, la despedazó, la coció y la comió.

      Cuentos del bosque, recogidos por J. M. C. Thomas, colección Fleuve et Flamme, CNI, Edicef.

      Individualización del actante y esquema de selección axiológica

      So y la Cíclope se encuentra en la intersección de dos familias de cuentos bien conocidos, la de Cenicienta (la madre injusta y la hija rehabilitada) y la de Caperucita roja (una tarea doméstica que se transforma en prueba al encuentro con el lobo o con la ogresa)11. Resumamos en pocas palabras: una niña es enviada por su madre a recoger frutos al bosque con una palangana; ella va en compañía de otras niñas del pueblo; habiendo dejado escapar la palangana en la corriente del río, regresa a la casa donde su madre la castiga y la obliga a ir a recuperar la palangana, y le prohíbe volver sin el recipiente. En el camino, se detiene junto a una vieja repugnante, sucia y enferma, a la que cuida con solicitud; en recompensa, la vieja señora le enseña la fórmula que le permitirá escapar de la Cíclope, que ataca a los que pasan por el río, y encuentra a la Cíclope, la cual trata de matarla. So utiliza la fórmula, escapa de la Cíclope, recupera su palangana y regresa al pueblo. A su vez, la madre va a pescar, llevando la escudilla preferida de So; se le va de las manos y se la lleva la corriente. Su hija le exige ahora que vaya a buscar la escudilla. La madre parte en busca del recipiente; se niega a curar a la vieja señora que se lo pide; se encuentra con la Cíclope, y como no cuenta con la fórmula mágica de la vieja, la Cíclope la mata y la devora.

      El conjunto del cuento (como los cuentos tipo de referencia) es dinamizado por los errores de los protagonistas. Podemos distinguir aquí dos clases de errores: (1) errores de los destinadores, y (2) errores de los actantes sujetos.

      Los errores de los destinadores muestran su carencia de discernimiento: la naturaleza ofrece sus beneficios a todos los que quieren aprovecharlos, en todo momento y sin limitaciones; la Cíclope da muerte a todos los que se cruzan en su camino, sin atender a sus méritos o a sus deméritos; la madre castiga a su hija sin proporción con la falta cometida, y la hija hace otro tanto a su vez; la Cíclope no olvida lo que se le dice y lo que ella hace, etcétera. La cuantificación de los sujetos (cualquiera, nadie), lo mismo que la de los objetos (todo, nada, cualquier cosa) es la expresión semántica de esa ausencia de discernimiento, que impide la aplicación de cualquier sistema de valores que se pretenda.

      Los errores de los destinadores aparecen en ese caso como “acciones reflejas” que no toman en cuenta ni las propiedades particulares de los actantes-sujetos ni las presiones locales ejercidas provisional o accidentalmente por el entorno. Se puede pensar, pues, que sus cuerpos resisten por remanencia.

      Los errores de los actantes-sujetos son múltiples. Por ejemplo, los instrumentos que utilizan están siempre desviados de su uso canónico: la niña se va a recoger frutos con una palangana, se sirve de ella para sentarse, luego para beber, después se le escapa de las manos y flota sobre las aguas del río; la madre se va a pescar con una escudilla, que deja escapar a su vez en la corriente; la Cíclope, finalmente, le pide a la muchacha que saque agua del río con un tamiz. Ya sea en forma de recategorizaciones temáticas (el recipiente convertido en asiento o en flotador; el tamiz convertido en recipiente, etcétera) o en forma de programas de uso no adecuados, fuentes de