los requerimientos del secuestrador. Varios aspectos son puestos en evidencia, uno de ellas es la ingenuidad política frente a la integración de las redes en el ecosistema mediático. La primera reacción del primer ministro es ordenar que no se haga público y mantener alejada a la prensa. La mirada y el silencio del equipo de asesores se rompe cuando le informan que el video es de dominio público porque ha sido colocado en YouTube. La amenaza se comunica en un video dirigido al primer ministro y expuesto a todos los cibernautas.
Otro aspecto relevante es el limitado o inexistente control sobre las redes o el internet. El primer ministro, alterado, ordena que retiren el video, ante lo cual el equipo de asesores señala que ya se hizo, pero que como el video estuvo expuesto durante 9 minutos, existen varias descargas ya diseminadas que alcanzan las 50 000 visualizaciones y han creado tendencia en Twitter. Frente a ello, y ante la pregunta del primer ministro —"¿Cuáles son las reglas de juego?"—, los asesores responden que las redes son un terreno virgen, por lo que no hay reglas de juego. Las limitaciones frente al control se hacen evidentes. No obstante, esta secuencia permite adentrarnos en el terreno conocido por el poder: la televisión, especialmente el periodismo televisivo, y el control que el Estado tiene sobre la agenda informativa local (nacional) en casos de emergencia o situaciones de crisis. En paralelo, se nos muestra la devaluación de estas formas de control, dado que la censura o autocensura de las televisoras se hace insostenible, pues el problema ha sido expuesto en internet y se cuestiona la ausencia de cobertura por parte de los medios locales, mientras entran en escena las más renombradas cadenas internaciones de noticias (CNN, FOX, Al Jazeera y NHK).
Esto obliga al periodismo televisivo a cubrir la crisis, lo que nos recuerda que el criterio de noticiabilidad del periodismo es la actualidad y, en el caso del periodismo televisivo en particular, su concomitancia con los sucesos. La regla de oro indica que, a mayor cercanía real o geográfica con los hechos, mayor es la obligación de informar al respecto. Estas distancias son puestas en tela de juicio por las redes, que ejercen presión para que el hecho sea puesto en televisión. Cabe preguntarse algo: si todos podían verlo por YouTube, ¿por qué la urgencia de verlo por televisión? Estamos ante un ritual mediático que revela la representatividad del periodismo televisivo. No se trata de la novedad, sino del protocolo imaginario de una audiencia que considera que si un hecho es noticia en la red, y más aún en las televisoras de otros países, es inconcebible que los medios locales no lleven a cabo dicha cobertura. Por más que las redes sean importantes, la televisión sigue jugando un rol trascendental en el imaginario de los ciudadanos; así se confirma lo que Blumler y Kavanagh (1999) calificaron como la tercera edad de oro de la comunicación política.
Cuando se hace imposible frenar la cobertura periodística local, todo el sistema de tecnologías de la comunicación política se activa. Entran en escena los sondeos de opinión, pero dada la premura de los acontecimientos, que se desarrollan en el lapso de un día, las televisoras se encargan de difundir los sondeos online. La declaración de un ciudadano, recogida por televisión, evidencia el pragmatismo representado: “Podemos conseguir fácilmente otro primer ministro, pero no podemos vivir sin la princesa”.
La autoridad política es mostrada como un objeto descartable, mientras que a la princesa se le coloca como una figura imprescindible. Todo es medido, puesto en escena y discutido en televisión, incluso las tendencias en redes sociales, que son colocadas también como noticias.
Aquí no pasó nada
El primer ministro se ve obligado a aceptar el pedido del secuestrador. Los establecimientos abarrotados de personas, en contraste con las calles vacías, confirman el carácter colectivo de la situación. Una enfermera intenta apagar el televisor y su compañero se lo impide, sentenciando que están ante un evento histórico.
Hacia el final del episodio, un año después, el periodismo “celebra” el aniversario del acontecimiento mostrando a una princesa totalmente recuperada y que anuncia su embarazo. Asimismo, las últimas imágenes dejan ver a un primer ministro repuesto de los sucesos, acompañado de su sonriente esposa, en un acto público. Todo ello, sin embargo, se desvanece cuando regresan a casa y la esposa sube en silencio las escaleras sin contestar el llamado de su esposo. La doble realidad de lo público y lo privado radiografiada en breves segundos.
“The National Anthem” pone en evidencia el régimen de creencia basado en la documentación y la información política, cuyo patrón consiste en establecer un sistema de veridicción en donde el ser y el parecer se asumen como semejantes. La crítica del episodio señala que la promesa global de los medios de comunicación y su integración en las redes está conformada por una ilusión, un simulacro más, entre otros.
“The Waldo moment”
La segunda temporada ofrece un episodio ambientado en el contexto de elecciones. El personaje animado de nombre Waldo goza de gran popularidad y este capital lo lleva a postular a las elecciones parlamentarias. El capítulo se ocupa de la tendencia actual señalada como infotainment, que consiste en la aparición de programas de televisión que presentan información (noticias) de manera entretenida. Su aparición se remonta a finales de la década de los setenta, pero cobra relevancia entre los años ochenta y noventa por la necesidad de captar mayores audiencias, lo que genera cambios en las prácticas periodísticas. La crítica al respecto se encuentra dividida. Hay quienes sostienen que estas formas de la noticia banalizan la democracia, mientras que para otros tendría el efecto positivo de informar a audiencias normalmente desinteresadas en la información política (Matthews, 2016). En esa línea, se reconocen tres formas de infotainment: la presentación de noticias ligeras, la presentación de información seria en formatos de entretenimiento, y la aparición de programas televisivos que parodian la actualidad informativa (Berrocal, Redondo, Martin y Campos, 2014, p. 89). El momento Waldo es la representación ficcional extrema de las consecuencias de esta última forma de infotainment.
Personajes de televisión, políticos y electorado
Podemos agrupar a los personajes de este episodio en dos tipos, los de la televisión y los de la política. Entre los primeros encontramos como figura central a Waldo, un oso animado concebido inicialmente para una audiencia infantil, cuyas características son la sátira y la procacidad. Representa el descontento ciudadano, al punto de ser postulado como candidato sin partido. Waldo es interpretado por el comediante James Salter, quien atraviesa una etapa de dilemas en su vida personal y profesional. Resulta paradójica la contradicción entre el comediante invisiblemente exitoso detrás de la figura de Waldo y el mismo comediante en la escena en que se le presenta por primera vez, encerrado en el baño y hablando con una expareja. Jamie siempre aparece contrariado, descontento y deprimido. Cuando tiene un encuentro íntimo con la candidata Harris, expresa: “No he sido feliz hace mucho tiempo”.
También está Jack, que representa la figura del broadcaster. Simboliza la racionalidad empresarial y pragmática detrás del fenómeno Waldo y es el propietario de los derechos del personaje. Su única convicción es la explotación comercial del oso animado. Se le muestra creativo, pero también ignorante, pues no es consciente de las dimensiones que va cobrando el fenómeno.
Por el lado de los personajes vinculados a la política encontramos a Liam Monroe, candidato del partido conservador. Se le presenta como un político de larga trayectoria y que ha sido ministro de Cultura. Encarna la lógica de la política tradicional, un animal político por excelencia. En la misma línea, pero en la orilla opuesta, está Gwendolyn Harris, candidata del partido laborista. Es la representación de la novata que entiende el juego político del cálculo y la conveniencia: sabe que va a perder, pero a cambio obtendrá visibilidad y experiencia. Se le muestra como una mujer sola, sin familia, sin amigos, apenas en compañía de su asesor de campaña, con quien lleva una relación tensa, más aún cuando él se entera de que ha iniciado una relación íntima con el comediante que presta la voz a Waldo —y a quien le prohíbe continuar viendo—.
El descrédito de la democracia y el apoyo a Waldo
El episodio plantea una crítica al modelo político basado en la democracia electoral, cuyo diseño permite que un personaje animado participe en una elección. Durante la dinámica de un debate se cuestiona